Alba Longa
Siglo VII a.C.
—Te ves realmente bien Naxos –le exclamo Numitor al verlo entrar en sus aposentos. Naxos se divertía viéndolo. En la mesa en la que estaba contaba con todo tipo de aperitivos.
—Debo alabar a los dioses querido amigo, simplemente ese fue el mejor de los bocados que pude aprovechar en mucho tiempo –Refiriéndose a las mujeres con las que se había acostado.
—Agradécele ganando conmigo la guerra querido amigo.
—Así será. Ten por seguro Numitor que no podemos cambiar nuestros sueños, pero si nuestros destinos.
—Que los dioses te escuchen Naxos, porque temo lo peor —Con un gesto de sus manos los sirvientes salieron de allí dejándolos solos.
—Hemos sido bendecidos por muchos años mi señor —Numitor veía su copa de vino rebosante. Su mesa llena de comida. Y mujeres bailando a su alrededor buscando algo de atención.
—Si, pero este desasosiego no desaparece de mi cuerpo muchacho. Siento que simplemente el mal se acerca… Es como si la oscuridad simplemente me estuviera persiguiendo día a día. No puedo dormir, ni puedo disfrutar una simple cena.
—Deberías festejar y no ocultar este hermoso destino, posees a los mejores guerreros, tienes hijos fuertes, una hermosa hija, un pueblo que te apoya. ¿Qué más se puede pedir? –Numitor se levantó de su silla y se encamino hacia la ventana, allí podía admirar todo lo que rodeaba Alba Longa, rezando que pudiera seguir contemplándola por mucho tiempo más.
Numitor volteo a ver A Naxos. Se acerco a el le puso un brazo en su hombro. Y lo miro con cariño. Era la mirada de un padre a un hijo.
—Solo les rezo porque nos proteja amigo mío. Solo eso deseo.
—Los dioses lo harán posible.
Naxos no podía entender el porqué de sus palabras. No tenía sentido. Él era el rey heredero, él tenía el poder y así mismo Naxos lo iba a reiterar con sus acciones.
—Naxos…
—Mi señor.
—Estoy orgulloso de ti hijo —Numitor se retiró de la habitación y se dirigió a sus aposentos. Naxos no iba a descansar.
Salió de la habitación hacia los campos de entrenamiento. Era de madrugada. Sus guerreros ya estaban allí esperándolo. Iba a dejar allí sus lágrimas, sudor y sangre, desde esa mañana sus entrenamientos comenzaban antes del amanecer hasta el atardecer, no iba a permitir que aquello por lo que había luchado se fuera tan rápidamente.
Se lo debía a su amigo.
Ω
Naxos se encontraba en su tienda, leyendo los últimos dictámenes cuando escucho el sonar de la campana, seguido por el grito de varios hombres afuera.
—¿Qué está pasando? –le pregunto a su guardia.
—No lo sé mi señor.
—¡Pues averígualo! –Le grito. Antes de que el respondiera un soldado entro en la tienda.
—¡Mi señor, nos están atacando!
—¡De que mierda estás hablando!
—El ejército de Amulio, se encuentra aquí –esto es lo que Numitor veía y Naxos lo comprendió. Los dioses le dieron un aviso que no supieron interpretar.
—Quiero guardias rodeando el palacio, deben proteger a Numitor a toda costa, llévense cuanto antes a su familia –Naxos tomo su escudo y espada, cerró los ojos, y tomando una fuerte respiración salió de su tienda. La imagen que tenía al frente fue devastadora, nadie se esperaba este ataque en su propia tierra, sus hombres estaban peleando a muerte, pero muchos de ellos ya se encontraban desangrándose y muriendo lentamente. Escucho un fuerte clamor se habían dividido y varios de ellos se dirigían hacia el palacio, Naxos se dirigió hacia ellos, no podía permitir que llegaran hasta Numitor. Sentía el corazón peleando en su garganta, la adrenalina atravesando su ser. Cuando llego hacia el patio principal vio como varios soldados del enemigo mataba a todos los que se atravesaban en su camino. Era como si una fuerza sobrehumana los protegiera. No tenían ninguna herida y avanzaban con rapidez. Iba a dirigirse hacia allí cuando una mano tomo su brazo y jalo de él. Naxos logro reaccionar y lo arrincono contra la pared, pero antes de actuar observo que era Fadilia.
—Mi señor… mi señor Numitor, se encuentra en sus aposentos Naxos, debes hacer algo –Naxos sintió que la sangre abandonaba su cuerpo, sudor empezó a rodear su rostro. De inmediato fue por las escaleras de la servidumbre y corrió hacia la habitación de Numitor. Fadilia iba tras él. Naxos se detuvo contra la pared, respirando agitadamente.
—¿Qué piensas hacer? –pregunto Fadilia.
—Voy a rescatar a mi señor –Naxos cerró los ojos y pudo escuchar a varias personas en su interior. Así que decidió entrar, pero lo que había frente a sus ojos lo tomo totalmente desprevenido. Allí se encontraba Amulio en el centro de la habitación, más concretamente en la silla que pertenecía a Numitor, tomando y bebiendo a su antojo, este último se encontraba de rodillas amordazado y sangrando. Las puertas se cerraron a su espalda, estaba rodeado, había por lo menos once hombres en la habitación.