Zeus se encontraba en el Olimpo. Caminando de un lado a otro. Se sentía como una bestia enjaulada. Había pasado los últimos días tratando de localizar a Damen y no le fue posible. Ninguna pista daba con él. Era como si la tierra se lo hubiera tragado. Era el camino más largo que había recorrido en su vida, después de todas las guerras y problemas que había tenido en su vida, este era el más grande, había visto a sus hijos derrotar hasta la bestia más grande, subir la torre más alta, pero esto no se asemejaba en nada. Por primera vez el miedo recorría su cuerpo.
Había planeado tener a sus últimos hijos para controlar la profecía de las Moiras. Ahora sabía que había cometido un terrible error. Ellos estaban desprotegidos y tal vez hasta muertos. Y como dios no sabia ni siquiera como comprobarlo.
—Mi señor –entro Keelan su guardián.
—Dime que tienes noticias Keelan.
—No mi señor, los guardianes que tenía asignados a su cuidado desaparecieron. No ha sido posible dar con ellos. Los mejores kidemónes están siguiendo los rastros, pero sin éxito mi señor.
—¡MALDICION! –Zeus paseaba de un lado a otro —PERO ESTABAN CON ÉL KEELAN.
—Lo se mi señor, no… nosotros no podemos encontrar explicación –Zeus lo tomo de su toga acercándolo a su rostro —Mi… se… señor. Estaban siendo monitoreados, hasta una pequeña anomalía en la madrugada. Allí fue donde perdimos comunicación. Mandamos a nuestros hombres de más confianza, pero no ha habido respuestas —el guardián trago en seco viendo el enfado del dios. Zeus era conocido por sus berrinches, pero esto era definitivamente un enfado sobrenatural, era posible que el mismo dios lo iba a matar o peor a desterrar a lo más profundo del inframundo.
—Somos dioses Keelan. No podemos simplemente desaparecer. Quiero una explicación y la quiero ahora.
—Mi señor… —Zeus puso su mano en su boca.
—No quiero que digas nada. Ahora vas a salir de aquí y vas a buscar una explicación Keelan –le susurro –no puedes simplemente aparecer en mi presencia y decir que no hay absolutamente nada.
—Mi señor no era mi intención.
—Ahora ve y búscame las respuestas Keelan. No quiero verte de nuevo aquí sin una respuesta. De lo contrario aquello que piensas se va a hacer realidad. Ni la muerte va a ser un regalo cuando acabe contigo.
—Si… sí señor –Keelan desapareció dejándolo solo nuevamente.
Zeus no quería creer que su fin estuviera llegando. Las Moiras lo habían predicho siglos atrás. El futuro no estaba escrito aún. Y maldito fuera el averno por haber creado a unos hijos egoístas que solo están buscando el poder de un mundo que nos les pertenece. Ahora lo veía venir a una velocidad sustancial con la desaparición de Damen y apenas podía contar con sus hermanos. Ellos ya contaban con los mismos problemas como para compartir una fogata. Por lo que Zeus decidió ir a la cama, tal vez eso lograría despejar su mente y ver con mayor claridad.
Aunque Morfeo no lo escucho, los sueños se apoderaron de su mente y no podía comprender que pasaba. No estaba en el Olimpo, a su alrededor no veía nada, era un lugar desolado. Había edificaciones destruidas. Quedaban solo sus cimientos. ¿Cómo era posible? Por la cantidad de tierra y hierbas que crecían en los costados cubriendo el area. Denotaba tiempo. Un largo tiempo. Años. ¿Llevaran años así? ¿Dónde estaban los humanos?
¿Qué paso allí?
Cerca de donde estaba escucho un estruendo. Eran… lamentos, gritos, así que corrió hacia allí, no encontraba el lugar. Tropezó con varios rocas, escuchaba las voces de todas partes. Eran humanos. Lo eran. Estaba seguro.
—¡¿HOLA?! ¡¿HOLA?! —Grito Zeus —Los gritos iban en aumento —¿Dónde están? —se preguntó. Se dirigió hacia un montículo de tierra. A lo lejos. Estaba lleno de escombros.
Corrió hacia allí. Era alto y pendiente, tuvo que sostenerse de varias rocas para escalar. Cuando llego a la cima la imagen que tuvo lo dejo congelado. Definitivamente no se esperaba eso. Era un campo de esclavos… Era revivir la antigua Grecia, era una pesadilla.
Sus grandes miedos estaban reflejados aquí. Hombres y mujeres. Cargando miles de rocas, cavando, ancianos cayéndose a medio paso y siendo azotados. Niños con el rostro cubierto de tierra y lágrimas rodando su rostro.
Empezó a descender por aquella pendiente. Mientras más caminaba más veía con horror el futuro que les deparaba. Algunos hombre iban formados en filas, otros cargaban materiales pesados, otros simplemente yacían en el camino muertos. El calor era insoportable, era como estar en el desierto del Sahara, podía entender la muerte de esas personas. Nadie podría sobrevivir a esto.
—¡MUEVANSE SANGUIJUELAS!
Zeus escucho ese grito y al volver sobre su espalda pudo ver Skotádis y bestias custodiando las filas. Eran quimeras. No era posible. ¿Lo era? De su rostro escapo cualquier signo de color. Se supone que había ido a la guerra con sus hijos y los habían exterminado. Ares había matado a los últimos. Lo había visto con sus ojos. Habían perseguido a cada uno de ellos. ¿Cómo era posible que siguieran con vida? O mejor ¿Cómo era posible que estuvieran aquí? ¿Quién era su amo?