Naxos llego a una isla de la que no recuerda el nombre. En cuanto desembarco se dirigió al bar más cercano y se dispuso a beber. Era lo único que calmaba los gritos de las almas que le había entregado a Hades. Odiaba ese trabajo, pero se lo había buscado, había vengado a su amigo y a su pueblo. Aunque, nada de eso valiera la pena ahora. Ya Alba Longa no existe. Solo quedan ruinas de lo que una vez fue una de las ciudades más prosperas de Roma.
Ya nada valía la pena era un simplemente era un semi—inmortal y ya. Después de su ultimo perdió la noción del tiempo. El barco en el cual llego aún estaba atracado en el muelle. Nadie lo ha robado aún. ¿Era suerte? No lo sabía. Tomo su botella de whiskey y se dirigió a Grecia, pero al despertar se encontraba en Argos, según le había informado uno de los hombres con el que se topó.
—Desgraciada suerte la mía —Debía ir por algo de comida y recuperar las fuerzas después de haber estado tres meses en mar. Su vida era una simple mierda. No Tenía nada ni a nadie. Solo podía mirar a su alrededor, aldeanos caminando apacibles, sin saber que en verdad a su alrededor había dioses que se disputaban sus almas, semidioses tratando de vivir allí, ayudándolos discretamente cada vez que les dedicaban sus oraciones y otros tan solo que buscaban la manera de sacar provecho a su banal existencia. “Era pura mierda” —Pensó mientras caminaba.
—¿Tu qué haces aquí?... romano –escucho la voz de una mujer a un lado de su rostro. –Podría divertirme un poco –pensó Naxos. Así que quiso saber quién estaba tras la voz de esa mujer, una sonrisa debía bastar, pero al ver quien era su sonrisa se borró de golpe.
—Afrodita —Pronuncio su nombre con una leve inclinación.
—Vaya… mira a quien tenemos aquí. Sabes tu lugar…
—Soy un idiota, pero no tan imbécil para saber que a los grandes dioses hay que tratarlos con ternura para que no te rosticen.
—Naxos de Alba Longa, es un verdadero placer conocerte finalmente.
—Para mí no es ningún placer conocerte, espero no te ofendas.
—No me ofende, todo lo contrario –paso por el frente mostrando el gran escote de su vestido –sería más placentero si nos proponemos conocernos. Puedo cambiar la opinión que tienes de los dioses.
—No me interesa estar rodeado de más dioses, con uno me basta –contesto retirándose de allí, afrodita lo tomo del brazo, deteniendo su caminata.
—No todos los dioses somos así –acariciando su brazo —Además te hare olvidar todo sufrimiento Naxos. ¿No es eso lo que quieres?
—Afrodita… tienes a todos los mortales que quieras a tu maldita disposición –señalando a los hombres que se le quedaban viendo –así que a mi déjame en paz.
—Es simple, no quiero a esos mortales. Quiero a la persona que ha creado una leyenda con el gran Hades, a ti.
—Pero yo no lo quiero –la risa de Afrodita resonó allí con gracia.
—Te daré una oportunidad Naxos de Alba Longa y no lo diré más. Te quiero en mi cama. Y te quiero ahora. No entiendo ¿Por qué estamos discutiendo?
—Y yo te lo repito Afrodita. ¡Yo no quiero ser uno más en tu cama! –Afrodita lo tomo del brazo con fuerza reflejando su rabia.
—Mucho cuidado romano... nadie puede contradecirme, si quiero una cosa lo consigo –agrego tocando su torso —Además hace mucho que no estas con una mujer. Tu cuerpo anhela entregarse de nuevo —Le susurro. Naxos tomo su mano y la alejo de su cuerpo.
—No me amenaces Afrodita, para mi desgracia estoy protegido por Hades, resulta que soy su sirviente favorito, así que no creo que quieras molestarlo.
—¿Crees que le temo a Hades? –le pregunto con ironía.
—Deberías Afrodita –le susurro –Porque yo me encargaría personalmente de pagar cien años más por quitarte de mi camino. Y Hades que es tan complaciente y le encanta mi compañía estaría complacido por un trato asi.
—Vete de aquí –susurro una voz tras Afrodita –Deberías ir con tus amados súbditos. No estar aquí perdiendo el tiempo seduciendo a dulces sirvientes.
—Perseo, que alegría verte yo…
—Vete –le repitió Perseo.
—Te arrepentirás Naxos –Afrodita lo miro con odio antes de seguir caminando hacia su templo.
—¿Quién se supone que eres?
—Perseo.
—Ya lo menciono la bruja.
—Hijo de Zeus.
—Otro hijo de Zeus. Maldita sea, estaré toda la vida rodeado de los dioses.
—Semidiós y podrías ser más agradecido Naxos de Alba Longa.
—Gracias por nada –respondió Naxos siguiendo su camino, Perseo lo siguió de cerca.
—Dime algo… Tengo algo de curiosidad ¿Cómo es que llegas a estar en deuda con Hades?
—Una larga historia –contesto sin interés en seguir con la conversación.
—Tengo tiempo.
—Pero yo no. No te ofendas tampoco… pero no es que me entusiasma la idea de hablar –se dirigió hacia el mercader comprando una manzana.
—Te dejaste engañar.