Naxos no cabía de la dicha. Su Dalia estaba embarazada. La partera que mando a llamar los visito y confirmo que el embarazo estaba bien. Iban a tener un hijo finalmente. Dalia resplandecía en su embarazo, las risas volvieron a su hogar. La complicidad con el que la conquisto. Sabia que regresando a su hogar iban a lograr ser felices nuevamente.
Aunque Naxos a veces podía captar una melancolía cuando Dalia creía que no la observaba, podría ser a raíz de los cambios que había experimentado en los últimos meses. Pero no se preocupaba los tiempos venideros iban a ser los más felices. Ahora que era un hombre libre, no tendría que preocuparse más por los dioses, ni por Perseo ni por Hades o algún otro. Su vida no podía ser mejor y lo sabía, solo lo iba a completar el anhelado hijo. Soñaba con tenerlo en brazos. Enseñarle a tallar. A labrar en la tierra. A jugar con él.
Conforme pasaban los días y meses Naxos se esmeró por tener listo su hogar. cada detalle de la pequeña cabaña era esencial para que Dalia y su hijo estuvieran bien. se preparo para darles la mejor vida.
En cuanto Dalia dio a luz, Naxos olvido parte de su preocupación. Vanko fue su nombre, que significaba regalo de los dioses. Sabía que Dalia lo consideraba así. La partera tomo al gran niño en sus brazos e iba a entregárselo a Dalia, pero ella ni siquiera lo quiso ver. Naxos no comprendía que pasaba. La partera le dijo que había mujeres que no deseaban ver a sus hijos, algo temporal. Naxos poro su parte lo acuno contra sí. Sabia que era el regalo mas especial. No sabía que lo había anhelado tanto hasta que lo tuvo en sus brazos.
Y lo que pensó que sería temporal. Se empezaba a convertir en una pesadilla. Dalia cambio de la noche a la mañana. Naxos no sabía qué hacer. Dalia por su parte, sentía que cada día su vida iba a terminar de un momento a otro y lo sabía. Cada día que pasaba Dalia temía por la presencia de la diosa. No quería afrontar con ello, quería vivir y aun asi había hecho una promesa que tendría que cumplir.
—Dime que te pasa Dalia –le cuestiono Naxos al ver su palidez. Esa mañana había despertado y no había querido comer. Había adelgazado. Ni siquiera le daba pecho a su hijo.
—No es nada esposo.
—Si no fuera nada, estarías cargando a nuestro hijo, lo alimentarias y serias feliz por ello ¡Es lo que más deseabas! –termino gritando — ¡Ya no sé qué más hacer Dalia! ¡Estoy desesperado!
—¡Ya basta Naxos! –Dalia solo cerro los ojos para tranquilizarse –Yo… solo ve a cazar, debemos abastecernos para el invierno. —Naxos quería gritarle, zarandearla, pero desistió, finalmente salió de la casa. Dalia sabía que no iba a ser mucho tiempo para que su vida terminara y no podía ser así. Su hijo lo era todo. Tenía que llevarse los mejores recuerdos. ¿Podría vivir sabiendo que nunca cargo a su hijo? ¿no verlo alimentarse de su propio cuerpo? Dalia se acercó con temor a la pequeña cuna que Naxos había construido. Y allí estaba viéndola. Sus ojos tan inocentes. Dalia cayo de rodillas ante su hijo. Y les pidió perdón a los dioses por su error.
Naxos creyó estar demente, en los próximos día vio un verdadero cambio en su mujer. Dalia se esmeraba en atender a Vanko. En tenerle la cena. Ya salía de la cama. Naxos no entendía, pero lo agradecía. Por fin sentía que las cosas estaban tomando su rumbo.
Ω
Naxos observaba desde la puerta de su hogar. con impotencia. El invierno llego y con ello las enfermedades. El primer día de tempestad, su hijo enfermo, no había curanderos en kilómetros y no podrían salir con ese clima, Dalia no sabía que hacer su desesperación crecía a cada segundo, para el tercer día el clima no cesaba. Frente a la cama se hallaba Naxos de rodillas viendo como el último aliento de su hijo se evaporaba en aquel aire frio. Dalia grito con todas sus fuerzas.
Su hijo falleció.
No había nada que hacer. Naxos salió de la casa. No podía soportar ver el dolor de su Dalia, cargando a su hijo muerto en sus brazos llorando desconsolada. Bajo la lluvia sentía que este solo lo lastimaba, miles de punzadas golpeando su cuerpo. Naxos grito con fuerzas, no podía soportar el vacío que dejaba Vanko.
¿A caso nunca iba a ser feliz? Ese era su destino.
—¡Maldita sea! –Naxos escuchó un ruido a su espalda, cuando volvió su cuerpo y se acercó a la casa, Dalia acababa de salir por la puerta trasera corriendo e internándose en el bosque, de inmediato fue tras ella gritando su nombre. Ella no lo escuchaba, solo corría rasgando su vestido, no se detenía.
Iba hacia la orilla del risco, debía impedirlo a toda costa.
Cuando por fin la alcanzo, Dalia solo estaba mirando hacia el mar, parecía desolada, parecía que no tuviera alma, sus ojos reflejaban vacío.
—Dalia, cariño por favor, ven conmigo.
—No.
—Ven Dalia, podemos arreglarlo.
—No, no podemos –susurro amargamente.
—Dalia por favor, podemos seguir intentándolo, solo tienes que volver conmigo.
—No es posible Naxos. Mi vida ya no me pertenece.
—¿Qué quieres decir? –le pregunto Naxos —Ven conmigo Dalia por favor… —le susurro Naxos con desespero.