CHARLOTTE
Al llegar al piso en el que laboraba, caminé hacia el escritorio y tomé asiento. Observé a la impresora con los papeles que no se imprimieron a tiempo. Los que yo traía, los dejé sobre la mesa, y después de pensar un poco…
¿para que eran estos documentos?
No recuerdo haberlos usado.
Relajé mi espalda y observé el ascensor. Después de unos segundos, sus puertas se abrieron para permitirme observar un rostro confuso.
—Bien jugado. No tengo nada que reprochar —Salió del ascensor. —. Pero aún sigo pensando que la canela es un sabor para perros.
—Oh, qué raro que no le guste. —Ironicé.
—¿Quieres ir al almorzar? —Inquirió él situándose en frente del escritorio.
—No tengo dinero. —Mentí.
—Puedo invitarte. —Sonrió.
—Tengo un esguince, no puedo caminar, pero gracias.
Él me observó con más atención. Intentando escabullirse en lo más profundo de mi mente para encontrar una explicación a mi rechazo.
En realidad, no había alguna explicación. Lo rechacé por el simple hecho de ser él.
—Entonces… ¿Quieres comerme a mí?
—¡Oh!, Esto si es acoso laboral. —Indiqué con desagrado.
—No lo es. —Refutó él caminando hacia su oficina.
—¡Si lo es!
—¡Por favor pedí dos almuerzos en cafetería! —Vociferó. —¡Temo que hoy nos quedaremos hasta tarde!
¿Hizo eso porque rechacé su invitación a almorzar en un motel?, hasta el día de hoy sigo preguntándomelo.
Jadeé para dejar salir todo mi cansancio. Llamé a cafetería y solicité dos almuerzos, después de aquel acto, dos sonidos fuertes, como si alguien hubiese golpeado la pared se escucharon.
¿Estaba tan enojado?, se veía que era el tipo de hombre que estaba acostumbrado a recibir lo que quería.
Qué malcriado.
De repente, unos pasos apresurados se escucharon por el pasillo. Como si alguien estuviera corriendo, y en definitiva las únicas personas que habitaban este piso eran la anguila con patas y yo.
Bien, estaba decidido. ¡Aquí venia el suicidio del hombre!
—¡Charlotte! —Llamó. Me puse de pie, y curiosamente saqué mi cabeza por la pared para observar el pasillo. Él ya estaba a unos centímetros de mí. —¡Si no tienes experiencia como muerta, recomiendo que empecés a correr!
Pasó a mi costado rápidamente. Su velocidad movió un poco mi cabello, y al observar su espalda, me pregunté qué había sucedido.
Él se situó en frente del ascensor y presionó el botón que lo llamaba con rapidez y fuerza.
—¿Qué sucede…? —Pregunté mientras caminaba hacia él.
—N–nos van a matar —Tartamudeó.
¿Qué le sucedía?, ¡Dios!, no caería en su actuación. Después de estar en el primer piso diría algo como, “oh, ya que estamos acá vayamos a una farmacia por condones”
—¡Gusano asqueroso, me prometiste que dejarías a Raquel! —Escuché la voz de una mujer a mis espaldas. Al fondo del pasillo, vi a una mujer, y gracias a mi casi perfecta vista, observé su labio roto. —¡Te voy a cortar esos huevos y los voy a tirar al rio! —Amenazó mientras empezaba a correr. En una de sus manos había algo que se reflejaba a la luz del sol, y su forma daba a entender que se trataba de un cuchillo.
—Bruja psicópata… —Comentó la voz baja de la anguila con patas.
¡Bien!, eso tuvo que hacerlo cambiar. Que una mujer se hubiera metido a su oficina para asustarlo le tuvo que dejar en claro que con nosotras no se juega.
¡Adelante mi señora!, mientras no lo mate no he visto nada.
—¡También le cortaré ese trapero rojo a tu nueva novia!
Me di la vuelta y le ayudé al riquillo a presionar el botón.
Uno, no era su novia, pero no creí que esa mujer entendiera palabras ahora. Dos, ¿trapero?, ¿Cómo puede ser?, todos los días uso acondicionador. Tres, y no menos importante, había que castrar a este hombre.
Las puertas del ascensor se abrieron, y como si se tratara de una oferta de supermercado, el riquillo y yo ingresamos con prisa.
Al darnos la vuelta, observamos que la mujer estaba más cerca.
—¡Presiona el uno! —Me alteré. —¡Uno!, ¡Uno!, ¡Uno!
—Tengo un más cuatro —Bromeó el riquillo con temor.
—¡Te tenés que morir conmigo! —La mujer alzó el brazo que tenía el cuchillo y lo lanzó sin algún tipo de vacilación.
Me refugié pegando mi espalda a los costados del ascensor.
El cuchillo chocó con la espalda del ascensor.
—¡Ni siquiera tenés puntería! —Vociferó el riquillo. —¡Bizca!
Las puertas del ascensor se cerraron para permitirme respirar.
Aquí tomé una decisión, tan clara como el agua.
¡Tenía que renunciar!
—Hay que decirle a seguridad. —Señalé mientras llevaba una de mis manos a mi pecho.
Mi corazón parecía equipo de sonido.
—No, no, no, no —Negó el riquillo. —¡No!
—¡Es una loca suelta! —Dirigí mi mirada hacia él. —¡Nos iba a matar!
—Solamente hay que prohibirle la entrada —El riquillo me observó. —Ella es prima de Raquel. Si hacemos un escándalo Raquel se enterará de lo que pasó. Lo que tienes que hacer es ir y decirle.
¡Dios!, te lo hubieras llevado. Te aseguro que este hombre era un desperdicio de oxígeno.
—No subiré de nuevo… Yo hablaré, no me mataran por su culpa —Antes de que las puertas del ascensor se abrieran, la anguila con patas me abrazó por la espalda.
—¡No hablaras!
—¡Suélteme!
Su agarre era fuerte, sus brazos largos. Podía sentir su cálida respiración en mi cuello, y la desesperación que emanaba.
—¡No hablaras! —Reiteró él.
Y así, de ese modo fue que, cuando las puertas del ascensor se abrieron. Pude observar nuestro reflejo en las pupilas de la mujer que se halló en frente. Su rostro emanaba confusión y desconcierto. Como si alguien la hubiese traicionado en frente de sus ojos.