FREDRIK
Mis acciones me habían llevado hasta acá. Me encontraba a un par de minutos de unir mi vida a la de Raquel.
Estaba en el salón de espera. Afuera nos esperaban los pocos invitados que alcanzaron a llegar, familiares de Raquel y de mi parte, la única persona que restaba de mi vida pasada, Bastián. Ingresó a la sala y permaneció observándome por el reflejo del espejo.
—¿Esta listo?, Joven Fredrik.
Las palabras que, había dicho el día anterior continuaron rondando mi cabeza. ¿estaba bien ser el hombre más infeliz del mundo, siempre y cuando pudiera mantener la empresa a flote…?
—Joven, perdone mi atrevimiento, pero puede ser que... ¿No se vaya a comprometer?
Observé a Bastián a través del espejo, tras de mí.
—¿Por qué lo dices? —Me di la vuelta acomodando mi corbatín.
—Más que una pregunta era una advertencia —Habló. —. Estoy consciente que sus sentimientos no pertenecen a la señorita Raquel.
—Ya tuvimos esta conversación el día de ayer, Bastián. No tenemos más tiempo. Si no actuamos ahora no podremos sal...
—Permítame ayudarle con el corbatín —Bastián se acercó a mí. —. Usted ya es un hombre hecho y derecho. Sus decisiones deberían ser basadas en sus creencias, no en sus juicios, joven Fredrik —Bastián alejó sus manos del corbatín. —. Ya está.
—No le dejaré la empresa a Sebastián y Arturo —Discutí. —. No echaré a la basura una vida llena de sacrificios por parte de mi padre.
—Joven, si me permite dar mi opinión. Su padre ya vivió su vida, usted tiene que vivir la suya. ¿Está seguro que se ve junto a Raquel de aquí a 10, 15, o quizás 20 años?
Permanecí en silencio observándolo. Detallando sus palabras una por una. Analizando su consejo, reuniéndome del suficiente valor para escucharlo.
—Sé que, más que nadie usted merece encargarse de la presidencia. Pero piénselo, ¿El trabajo equivale a la vida?, ¿Sus penas son más grandes que el amor que puede sentir?
—Una persona como yo no merece ser feliz, Bastián. Mi vida ha estado llena de equivocaciones. He hecho sufrir a más de una persona por mis acciones.
—Joven Fredrik, como se lo mencioné el día de ayer. La única persona que continúa culpándolo, es usted mismo —Bastián se dio la vuelta. —. Estaré atento a su decisión, joven Fredrik.
A paso lento, se marchó dejándome solo en una habitación llena de mis pensamientos.
Mientras no tuviera clara mi decisión, continuaría vagando sin rumbo. ¿Estoy haciendo bien casándome con Raquel?, acaso... ¿Eso no la está lastimando más?, me pregunté.
Quizás estaba a punto de cometer otro de mis errores.
Me di la vuelta y me observé al espejo.
Estaba haciendo lo que me prometí no hacer jamás. También, estaba hiriéndome en el trayecto. Ese camino sin rumbo alrededor del último año había sido intentos fallidos sin alguna explicación. Sin embargo, aquella era mi manera de protegerla y protegerme, porque era más fácil asimilar un nuevo comienzo que un final abrupto, sin despida y colmada de un dolor no descubierto.
Pasé muchas noches preguntándome si lo que hacía estaba mal, para darme cuenta que, nunca hizo falta pensar sobre ello.
Me di la vuelta y abandoné la habitación corriendo. Paso a paso, salto a salto. En cierto modo, Bastián tenía razón, sin embargo, ¿Que podría hacer ahora?
Sanar su corazón o salvar el mío. Durante ese último año, había estado huyendo de la responsabilidad de hacerme cargo de sus lágrimas, de su dolor y pena, todo por no ser capaz de aceptarlo.
No importa de qué manera lo hubiéramos visto, Haga lo que haga, no era Alex.
—¡¿Qué haces?! —Vociferó Raquel. —¡¿No sabes que ver a la novia con el vestido antes de casarse es de mala suerte?!
Había abierto la puerta con fuerza, logrando espantar tanto a Raquel como a sus madrinas.
—Necesito hablar con vos. —Pronuncié para su preocupación.
Ella me observó, tal vez temiendo de lo que podía ocurrir minutos antes de comprometernos. Desvió su mirada y habló.
—Lo hablamos después de...
—Ahora, Raquel —Me adentré al cuarto, dirigiéndome a la silla sobre la que ella estaba reposada. —. ¿Podrían dejarnos a solas? —Les hablé a sus madrinas, ellas accedieron a mi petición. Al salir, la habitación se pintó de un color opaco ante mi vista. Y a mi corazón lo arropó un temor inimaginable que me obligaba a enfrentarlo.
—… ¿Que necesitas hablar?
—¿Vos deseas casarte conmigo? —Pregunté atento a su respuesta. Raquel sonrió.
—Claro. Sino lo quisi...
—¿Por qué? —La interrumpí. —. Sabes que lo estoy haciendo por la empresa, ¿Eso no te molesta?
—Sé que podrás llegar a amarme, Fredik.
—Raquel, eso no ocurrirá.
—¿Hice?... ¿Hice algo para que hayas pensado así durante todo este tiempo?, porque puedo arreglarlo —Se alteró parándose de su silla. —. Puedes. Lo puedes hacer. Si yo pude vos también vas a poder. Podemos hacer que esto funcione.
—Vos no me amas —La tomé por los hombros. —. Raquel. Las cosas van a...
—¿Vos que sabes? —Desvió la mirada. —. ¿Cómo sabes que no te amo?
—¿Me amas? —Ella continuó observando hacia un costado. Guardando silencio, silencio que me aturdió. —¡¿Te pregunté si me amas?!
—¡Si te amo!
—Entonces mírame y dime que no ves a Alex —solicité. —. ¡Mírame y dímelo! —Ella volteó con ira hacía mí.
—¡No veo a Alex!, ¡Él ya está muerto!
—¡¿Entonces por qué te casarás conmigo si sabes que no te amo?!
—¡Porque te amo! —Gritó separándose de mi agarre, para después observarme con furia. —¡¿No entiendes que te amo?!, ¡Alex!
La expresión en su rostro cambió, y presumo que la mía lo hizo de igual manera. En ese entonces, mi corazón se volcó sin previo aviso.
—Perdón, yo no quer...
—No te hagas esto, Raquel —Retrocedí un par de pasos abrumado. —. Lo... lo lamento, Raquel —mi voz se quebró. —. Solo deseaba salvar la empresa y no te tuve en cuenta. Volví, volví a hacerte daño.