CHARLOTTE
El comienzo de mi segundo día fue desastroso desde ayer. Recapitulemos: llegué al supermercado y no había croquetas de pollo. Fui a mi departamento y me encontré con que no había luz. Y esta mañana al despertar, recordé que no había comprado café, por consecuente, hoy también estaba medio atontada. Tanto, que llevaba más de quince minutos en frente del edificio sin saber si debía ingresar. El dinero lo necesitaba, lo he dejado más que claro. Es sólo que tenía el presentimiento que todo ese papel se iría en sesiones con algún psicólogo.
—Y cuénteme… ¿Qué ha causado todo ese estrés en usted?
—Oh, nada en particular. Todo empezó desde que me preguntaron si era casada.
Tomé aire e ingresé al edificio. La recepción estaba con un par de personas, todas vestidas elegantemente. Le deseé buenos días a la recepcionista y ella me correspondió. Caminé hacia el ascensor y presioné el botón que lo llamaba.
A ver. Ayer fue un día inolvidable. ¿Es imposible que algo como eso suceda dos veces en el mismo año…verdad?
Al menos es imposible que suceda la misma semana, ¿verdad?
Las puertas del ascensor se abrieron. Ingresé y después me di la vuelta para observar a un hombre, bajo y delgado, con una calva arriba de su cabeza, cabello blanco a los costados, y un rostro que, no sé por qué razón me recordó al señor Burns.
Las puertas del ascensor se cerraron y la gran caja de metal empezó a subir.
Había varias situaciones que yo consideraba problemas. Para empezar, no era secretaria. Para los ojos del mundo era publicista, y para esta empresa era una espía doble. Delatar a mi jefe con su prometida, y mentirle a la prometida de mi jefe para encubrirlo era mi trabajo. ¿Algo como eso se podia hacer?
En aquel instante, Sólo se me ocurrió una opción para cumplir mi palabra a las dos partes.
Las puertas del ascensor se abrieron.
Y esa opción era…
—Dios mío… —pronuncié.
Me retracto de haber dicho que una situación extraña no podía repetirse dos veces en el mismo año.
Mi jefe estaba sentado sobre mi escritorio de cara al ascensor.
—¡Buenos días Charlotte! —dijo la anguila con patas—. Que bueno que llegas. Hay una reunión a la que deseo que asistas.
¿Alguna vez sus jefes han vestido una camisa con el rostro de Naruto en el trabajo?
—Quítate esa chaqueta y vestí esto —me dejó ver una camisa igual a la de él—. Me disculpo de antemano si te queda corta. Aunque no lo sentiría tanto.
No era demasiada fanática al anime, sin embargo, conocía un par de nombres debido a que, en mi adolescencia salí con un hombre que le gustaba Naruto, más bien, ¡amaba a Naruto!, desde entonces no he podido olvidar el rostro del niño rubio.
Y las traumas que él me generó, claro.
—Eso no pasará —hablé mientras caminaba a mi escritorio.
¿No sabía lo mal que se veía?, llevaba zapatos y pantalón elegante. Al menos se hubiese decidido por un solo estilo.
—Es una reunión con unos inversionistas asiáticos. ¿Qué más debería hacer? —debatió él.
—Madurar.
Me situé detrás de mi escritorio y aparté mi bolso de la espalda. El riquillo se dio la vuelta y me observó.
—¿Hubiera elegido a Goku? —preguntó, y de una manera tan directa que me costó tomarlo como broma.
—Si yo fuese asiática, me sentiría ofendida —dejé el bolso a un lado de la silla—. ¿De qué país en específico son los inversionistas? —indagué, algo me decía que debía hacerlo.
—De Catar.
¡Dios!, lo sabía.
—La mayor parte de la industria del anime se centra en Japón. Si quería simpatizar vestido de esa manera hubiera quedado en ridículo —tomé asiento y lo observé.
No podía creer que este hombre fuera tan inmaduro. ¿Cómo pudo ser contratado?
—Acaso… ¿eres friki? —cuestionó.
—Sé del mundo. Es diferente —desvié mi vista.
En realidad, hay días en los que suelo ver algunos dramas asiáticos.
Y por algunos días me refiero a todos los fines de semana.
—¿Eres de esas mujeres que disfrutan ver a dos hombres besándose? —su voz sonó retórica.
—No. —mentí.
Soy lo que las personas llamarían, “Fujoshi”
—Entonces… ¿Qué suelen vestir las personas de Catar? —él se acercó a mi escritorio y dejó la camisa sobre la mesa—. ¿Tal vez debería comprar un camello?
Esto era un detrás de cámaras, ¿verdad?
¿O quizás hacia parte de una comedia romántica?, ¡Por Dios!, esfuérzate más autor.
—¿Esto es una broma? —dudé.
Él apoyo sus codos sobre el escritorio, y nuevamente, yo alejé mi silla para no sentir su rostro tan cerca.
—Estoy hablando en serio… ¿sabes si entregan camellos a domicilio? —sonrió.
“Sin opciones de renunciar”, así se llamará esta comedia.
—Si usted es publicista no entiendo porque tiene que encargarse de las rel….
—También soy relacionista público y, administrador de empresas —alardeó.
El sonido que alertaba que alguien se hallaba por salir del ascensor se escuchó por todo el piso. Mas mi curiosidad pudo más que mi deber.
—¿Cuántos años tiene? —curioseé.
No sabía si era mentira o verdad, pero para tener más de un título esta persona tuvo que haber estado en los cuarenta al menos.
—Veinte más cinco —alejó sus brazos del escritorio y enderezó su cuerpo.
Las puertas del ascensor se abrieron, sin embargo, mi atención quedó sobre el riquillo.
¿Acaso ingresó a la universidad cuando tenía pañales…?
—¡Fredrik! —se escuchó fuerte. Del ascensor salió el hombre que me hacía recordar al señor Burns. Y al lado de él, misteriosamente se hallaba un hombre con anteojos.
Lo llamé Smithers. ¡Porque vamos!, no podía ser una coincidencia.
—¿Qué haces vestido de esa forma tan ridícula? —Caminó hacia el riquillo—. ¿Estás buscando que la compañía quede en quiebra por tus estupideces?