Capítulo 1
Barquisimeto, Venezuela. 2010
Ella sabía con certeza que estaba por experimentar un cambio importante en su vida. Que el pasado siempre venía con una fuerza arrolladora y la hacía tambalear, permitiendo que sus emociones flaquearan ante la inestabilidad de su presente. Sin embargo, aquello no la detendría. Apretó las manos sobre el manubrio de la motocicleta y la enfiló hacia el frente. El viento le golpeaba el rostro con fuerza, extendiendo su negra melena. Apenas distinguía los locales comerciales, las empresas a los costados de la calle y la basura que se acumulaba en algunas esquinas. No reconocía la mayor parte de las cosas, ni tampoco les prestaba atención a los cambios experimentados. Iba por la avenida Pedro León Torres cuando los recuerdos intentaron mezclarse con la tranquilidad de sus sentimientos. Aún podía escuchar los gritos, ver la sangre tibia deslizarse entre sus dedos, sentir el dolor y la pérdida. Tenía que recordar que aquello ya no podía atormentarla. No después de tanto tiempo.
A lo lejos se alzaba una inmensa torre de setenta y cinco metros de altura, el Obelisco, monumento popular de la ciudad larense. El reloj que ostentaba la torre marcaba exactamente las cuatro de la madrugada. Aquella edificación ofrecía un espectáculo multicolor a los pocos que a esa hora podían disfrutarlo. La última vez que sus ojos contemplaron ese monumento fue minutos antes de marcharse. No se veía ninguna estrella esa noche.
Más allá, sobre el horizonte de la ciudad dormida, la aurora comenzaba a alzarse con su esplendor y hermosura. Un haz de destellos anaranjados se desprendía con sutileza de las nubes y algunas líneas rosadas mezclaban sus tonalidades causando preciosas ráfagas de luz. Miró más allá de los edificios y sus ojos contemplaron la maravilla que caracteriza a la urbe: «La ciudad de los crespúsculos».
—Bienvenida a casa, Reginam —se dijo.
*
Las luces golpeaban los rostros ebrios y empapados de sudor, algunos reían y otros se besaban en los rincones. Olía a alcohol, a cigarro y a perfume barato. El juego de luces —de varios colores intensos— disparado contra la pared, dejaba ver rostros que se confundían entre el humo que lo cubría todo, escondiendo los rasgos adolescentes de los que gritaban, aplaudían y se movían frenéticamente al ritmo electrónico de la música. En la barra, una marejada de hombres pedía tragos. Allí, sentada en un extremo, bebiendo whisky puro, se encontraba una mujer de cabello oscuro y postura arrogante, sosteniendo su negativa de salir a bailar con varios chicos que intentaban persuadirla. Ella solo quería celebrar su regreso.
En medio del gentío, una persona captó su imperturbable mirada. Un muchacho alto, de piel bronceada y cabello oscuro. Los ojos de la mujer se acoplaron a cada uno de sus movimientos, él se movía contra una chica de falda corta que en cada sacudida de caderas, mostraba el color de las pantis. Ella reía y él le daba vuelta tras vuelta, le tocaba el trasero sin pudor y la mujerzuela no replicaba. En mitad de la danza de seducción, el chico fue arrastrado por varios sujetos que lo llevaron hasta la puerta trasera del club.
Ella dejó el whisky a un lado y colocó un billete sobre la barra. Caminó por la pista, esquivando a las personas que bailaban, siguiendo al grupo de rufianes que se movía con su presa hacia la puerta del fondo. Tuvo que empujar a un par de personas para poder salir. Caminó por un largo pasillo, siempre viendo por encima del hombro por si la seguían.
Un hombre de camisa negra con una calavera la observó desde el fondo y se adelantó a cerrarle el paso. Ella hizo un gesto de sorpresa, le sonrió con timidez y eso provocó un instante de duda en el matón. Uno solo, suficiente para que ella le encajara un certero golpe que lo hizo caer con fuerza sobre su espalda. Sin detenerse a mirarlo, abrió la puerta y el aire frío de la noche hizo oscilar su larga melena. Por fin, necesitaba respirar después de estar casi ahogándose con los olores sudorosos de allá dentro.
Casi enseguida los vio: eran dos los que golpeaban al chico que capturó su atención. Ellos también notaron su presencia. Le tocaba presentarse.
—¿Pasa algo, caballeros? — preguntó Reginam.
Ellos se miraron entre sí como esperando la decisión de responder. El que estaba dando los golpes dejó de hacerlo para mirarla.
—Esto es un poco peligroso para una mujer… y no estoy de ánimos para explicaciones, así que vete.
—¿Y si no sigo tus órdenes?
El otro extrajo un arma y se pasó la mano por el cabello castaño, un gesto ridículo, pensó Reginam, innecesario. No se inmutó, ni siquiera se movió. El del arma consideró necesario ser más explícito y la extendió hacia ella, haciéndole un movimiento como para que regresara por donde llegó. El chico tendido sobre el suelo se pasó la mano sobre el rostro. Su labio inferior se notaba hinchado y sangraba por la nariz.