El Actor

SEGUNDA PARTE

Hora y media después, se encontró en un laboratorio, metido en una cama de acero que podía cerrarse por completo gracias a una cortina circular que lo dejaba encerrado como si de un capullo se tratase. El Dr. Morgan oprimía botones aquí y allá, terminaba cálculos en su libreta e ingresaba datos en su computadora.

            De pronto, las luces se iluminaron por todo el laboratorio, y el aumento de la potencia eléctrica fue palpable en los sonidos que producían las máquinas.

-¿Listo, Sr. Hart?- dijo el Dr. Morgan-. Solo será un minuto ¿está usted listo?

-Sí, sí…supongo- contestó Hart-. Aunque tengo un poco de miedo.

-¡¿Miedo?!- contestó Morgan con un grito- ¡El miedo le teme a James Santana!

            Y tras haber citado la famosa línea del personaje, Morgan cerró de golpe la cama.

            Por unos minutos, todo fue oscuridad en las frías paredes de la diminuta prisión. Hart comenzó a sentir el miedo elevándose en su cuerpo. Los peores escenarios, de una muerte en completa claustrofobia, redoblaron sus palpitaciones.

-¿Morgan? ¿Dr. Morgan? ¡Contésteme! – la única réplica fue su propia respiración exaltada.

            Golpeó la cama, pero el acero no se dobló. Se llevó los nudillos heridos a la boca, y alivió su ardor con saliva. Solo los domingos, cuando extrañaba inmensamente a Claire Louise, se sentía así de desamparado.

            Una luz brillante lo cegó y lo dejó atontado unos segundos. Después, la humedad y el calor despertaron su piel. Ya no había cama de acero que lo aprisionara. Los olores frescos se mezclaban, un aroma suave de diferentes matices naturales: tierra mojada, madera viva, flores, plantas. Los sonidos fueron creciendo, una parvada de alas que se agitaban, sonidos guturales, el sonido monocromático de las hojas abrazándose.

            Abrió los ojos. En lugar del laboratorio, estaba en medio de techos verdes y suelos castaños. Estaba en medio de una selva.

            Su ropa también había cambiado: sus pantalones no eran los jeans ajustados que a menudo llevaba, ni portaba ya la chaqueta negra que tanto adoraba. Llevaba pantalón cargo de un tono gris pálido y camisa azul, abierta en la parte de arriba y llena de tierra. Un collar tejido corría por su cuello. Su vestimenta era mucho más amable que sus ropas anteriores para el calor tropical que enfrentaba.

            Cuando se palpó la ropa, el tacto le recordó una memoria lejana. Pero eso no podía ser, era contrario a toda lógica. Solo había una manera de comprobarlo. Se palpó la cadera: el sable antiquísimo estaba firmemente en su bolsa, atado a su cinturón.

            Era, de nuevo, James Santana.

-¿Qué me has hecho, niño?- al escucharse, sintió que la sorpresa se extendía todavía más.

            Su voz no era su voz natural, sino era aquella voz grave e impostada que utilizaba en sus películas; aún la expresión que había utilizado, niño para referirse a un adulto, era algo que solamente su personaje decía, pero que jamás adoptaba fuera del set.

            Comenzó a caminar hacia el túnel de tallos y hojas, que como telaraña desordenada se desplegaba hasta donde su vista llegaba. Su mente empezó a repasar los nombres de la flora del lugar:

-Caucho, algarrobo, cumala- murmuró con la boca torcida, en un acento tosco que hace años no había empleado.

Una flor, en forma de campana alargada, y de un intenso color amarillo, llamó su atención. Hart la miró un segundo, y de inmediato retrocedió.

-Retama venenosa- susurró, mientras sus ojos se cerraban en un gesto sospechoso.

            Entonces, recordó que, antes de ese día, Hart no conocía ninguno de esos datos. Pero Santana, Santana sí que los conocía.

-¿Niño, qué ha pasado conmigo?- gritó Hart a un punto inexacto del cielo.

            La selva le resultaba tremendamente familiar. Quizá había filmado en ella anteriormente, en la piel de Santana, pero no conseguía recordar cuál de las 9 películas (las últimas dos un verdadero remedo de las primeras) había sido filmada en aquella selva: ¿sería acaso “Santana y el imperio sagrado”? ¿ “Santana y los ríos asesinos”? ¿ “Santana y la vereda del cazador”?

            Sintió un escalofrío. Algo, a sus espaldas, emitía una respiración gutural, un sonido astringente y con potencia. Hart trató de identificar el sonido; el instinto de Santana lo hizo voltearse lentamente, reconociendo de inmediato el sonido.

-“Santana y el Rey Jaguar”- murmuró Hart, despacio, mientras el impresionante felino tanteaba el terreno con pisadas calculadas.

            Hart sintió pavor ante los largos colmillos; pero Hart, esto es, el hombre, se convertía en una vocecita apenas audible en su cabeza. En su lugar, resonaba el latir de la adrenalina, de la emoción y de un ímpetu desbordado. Era Santana lo que dominaba en su cuerpo.

            El jaguar empezó a acercarse a él, mientras su cuerpo se estiraba y sus patas se fortalecían en la espera del ataque. Santana tanteó su sable, listo para defenderse si así debía. El animal tomó impulso; y entonces, Hart volvió a su cuerpo como un choque:

-¡Dr. Morgan, sáqueme de aquí! ¡Ayuda!

            El rostro del animal se desplegó en la máscara del cazador: los ojos abiertos, los colmillos afilados, las garras adelantadas, mientras su cuerpo se ensanchaba más y más a medida que se acercaba a él.

-¡Dr. Morgan!

            Lo último que escuchó fue el rugido del animal. Hart abrió los ojos y estaba de nuevo en la oscuridad, su cuerpo frío a causa de la cama de acero. El Dr. Morgan abrió la puerta corrediza de la cama, con el rostro emocionado:

-¿Qué le pareció? ¡Fue de su primera película, mi favorita!

            Hart lo empujó; el cuerpo delgado del doctor cayó al suelo y derribó una mesa.

-¿Está usted loco? ¡Por poco y me muero!




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