El Adiós Que Nunca Quise

Capítulo 31

(Este capítulo empieza -de manera directa- después del final del capítulo anterior).

CAPÍTULO 31

DALIA

Mi vista nublada logró reconocer el rostro de preocupación de John, pero no quería seguir aquí. Había venido por él, sí, pero jamás conocí el extremo de mis límites.

Di la media vuelta, y por el pequeño pasillo que me llevaba a la salida, mi salida, daba largos pasos. Mientras más rápido saliera iba a ser mejor.

Mis dedos lograron rozar la manecilla de la puerta, pero no logré jalar de esta cuando John me jaló del brazo, terminando con mi cabeza hundida en su pecho.

Pero no necesitaba esto. En mi mente, sabía que a John no le gustaría conocer todos los lados de mi personalidad. Lo sabía y no tenía razones para tratar de convencerme de lo contrario. Ni siquiera podía empezar.

Así que, John supo que no quería seguir aquí. Y menos, terminar de llorar frente a él. En su casa. Frente, ahora, a su hermana y madre (quién observaba y escuchaba todo desde el pie de las escaleras. Lo noté cuando di la media vuelta).

—¡Déjame! —Repetía en gritos en contra de su pecho, con mis manos hechas puños golpeándolo. Pero él seguía sin soltarme, al contrario, la fuerza con la que me había estado reteniendo había aumentado.

—Golpéame todo lo que quieras, Dalia —dijo en un suave hilo de voz, tranquilo y relajado—, eres tú quién no tiene que rendirse ahora.

Silencio. Mi cabeza y yo estábamos perdiendo el control, mientras buscábamos la tranquilidad con la que estaba.

—¿Te acuerdas cuándo me preguntaste sobre "los recuerdos" que hay en mi espalda?

Sí, me acordaba. Pero aún quería irme, quería huir cómo un animal herido.

—Bien, me hubiera quebrado con tanta facilidad cómo lo solía hacer durante muchas noches de mi adolescencia...lo hubiera hecho. Y, ¿Sabes cuál fue el factor que cambió el rumbo de un hecho que en el lado lógico de mi cabeza ya estaba predestinado a ser? Tú presencia.

Dejé de golpearlo, cuando las bestias de mi interior exigían un descanso. Cuando mis fuerzas estaban llegando al punto de cansancio.

—Me funcionó a la perfección el no querer romperme, aunque al final terminaste viendo mis lados vulnerables. Aceptaste la vulnerabilidad con la que contigo estuve, puliste mis virtudes, amaste mis defectos y sacaste lo que estaba enterrado porque nadie lo había hecho antes: lo mejor de mí.

Sellé, por obligación, mis labios al sentir el aumento de mis ganas de llorar. La mano de John comenzó a acariciar mi espalda sobre la tela de mi chaqueta, me estaba quedando sin aliento, pero en sensación de estar en cámara lenta comenzaba a sentir alivio.

—Piensa, para ti, en razones por las que el alivio y tranquilidad con la que estabas debería volver. No busques, deja que ellas vengan a su ritmo.

Suspiré.

Sé lo que está haciendo, lo hizo varias veces hace años (cuando estábamos en quinto grado), y después de tanto tiempo lo está volviendo a hacer ahora.

John, no es de la clase de persona que te consuela con palabras de ánimo, con su presencia a tu lado mientras están en un sepulcral silencio o la que hace cualquier cosa con tal de hacerte reír y que olvides lo gris que estuviste. No, su manera sigue siendo la misma.

Queriendo estar sola o no, su ciclo sigue siendo el mismo: te habla mientras te acaricia, haciéndote saber que sí está presente. Susurra para que el silencio y el habla estén en constante balance. Y en un momento cómo esté, la mente está en su punto vulnerable, bajo, el débil... Por eso es por lo que pensar en cómo seguir sus instrucciones es más fácil, esa siempre ha sido su estrategia y a pesar de conocerla más que demasiado bien funciona. Está funcionando.

La reproducción de la voz de John, en ecos aparece una y otra vez: «Razones por las que el alivio y tranquilidad con la que estabas debería volver».

«No busques, deja que ellas vengan a su ritmo».

1. Liberé lo que en un nudo de mi garganta estaba atorado.

2. A John no le importó ver cómo se reproducía el lado de mí que yo misma decidí no ponerle límites porque en mi mente jamás visualicé que todo esto terminaría así. Aquí.

3. Está fue la primera vez que no lloré sola.

4. Y también es la primera vez que me calmó, a mí y a mis ganas de llorar de y con la vida. La primera vez que me calmé sin dormirme antes.

5. Creí que sería mi primera Navidad sola. Pero estoy aquí, en su casa, entre sus brazos y con su familia. Una verdadera familia, supongo.

—No importa las múltiples mentiras que ellos quieran empeñarse en hacer realidad, yo te creo. Yo confío en ti, y no lo hago a ciegas o sólo porque estás conmigo y deba hacerlo... Lo hago porque realmente me has demostrado que sí puedo hacerlo. Y sin necesidad que te lo pida.

Siento la pequeña separación entre mis labios, pero mis cuerdas vocales aún están apagadas, sin fuerzas todavía.

—¿Recuerdas el paisaje otoñal en el que estuvimos cuándo estábamos en el bosque, después de salir de la habitación de aquel hotel?

No dije nada, ni siquiera pude asentir. Pero sí lo recordaba, y a la perfección.

La variedad de colores en un bosque, el café más puro en los troncos de los árboles, los débiles rayos solares traspasando a las hojas anaranjadas, rojas cafés, amarillas y verde pálido. Recuerdo verme pisar hojas débiles que se movían con el viento, aterrizando en cualquier otro rincón del bosque.

—Realmente comenzamos a conectarnos de otra manera estando ahí, sólo tú y yo en medio de los grandes árboles que no dejaban de botar las hojas que alguna vez fueron las más brillantes. Entendí porque el otoño te gusta tanto.

Mis ojos comenzaban a arder, mi vista ya no estaba más nublada y mis fuerzas ya no estaban concentradas en golpearlo, sino en mantenerme de pie. De no darme el lujo de caerme y dejar que mi mente deje de ser un desastre cundo quiera y se le de la gana.




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