El albino de pelo negro

Capítulo VI - El orfanato

“—Así es. Aunque cuidado, a veces la primera impresión es errónea y nos puede llevar a la confusión.”

 

La niña albina se había escondido en los arbustos y árboles que rodeaban la casa y ahí esperó, mientras yo buscaba la túnica que usé en el ritual de la Eclesia. Es bastante parecido a la vestimenta de los niños del orfanato, aunque tenía sus leves diferencias.

Cuando me puse la túnica, salí de la casa para encontrarme con ella.

 —¿Tuviste que esperar mucho? —pregunté a la niña albina

—No. ¿Qué vas a hacer?

—Vamos a entrar al orfanato, los dos juntos.

Ella abrió y ensanchó los ojos, parecía temerosa.

—Tranquila —le dije—. Solo entraré para hacerte un poco de compañía.

—Pero si te ven conmigo…

—No te preocupes por eso. Lo que piensen los demás me da igual. —La interrumpí y luego señalé mi túnica—. Además, ellos no sospecharán nada, esta túnica es casi igual a la tuya.

Apreté el puño y me lo llevé al pecho, golpeando dos veces y luego, sonreí. Ese gesto debió parecer bastante ridículo en un niño pero, ¿qué más da?

Empezamos a caminar hacia la entrada secreta. El plan era bastante simple. Entender el funcionamiento, la jerarquía y los grupos dentro del orfanato. Y a partir de ahí, gestar algunos cambios.

Sí, un niño de seis años no podría hacer mucho. Me dolía pensar que quizás no conseguiría nada, pero tal vez podría modificar la dinámica de los demás niños. Es más simple cambiar a un mocoso que a un adulto.

De pronto, noté a la niña albina inquieta, como si quisiera decirme alguna cosa. Me detuve.

—¿Pasa algo?

—No. Bueno, sí. Pe-Pero no es nada.

La miré fijamente, y ella desvió la mirada.

—Si quieres decir algo, dilo con confianza. Yo no muerdo.  —Finalmente, volvió a mirarme.

—Mi nombre. Mi nombre es Anasfeli. ¿Cuál es el tuyo? —dijo la niña albina.

Anasfeli era un diminutivo de Anastafeli, la diosa apostata. No me gustaba llamarla por ese nombre, ya que era bastante ofensivo. La diosa era adorada por los albinos, ya que fue la única que los ayudó y los guió hacia la construcción de una sociedad como tal, pero era despreciada por los demás dioses.

—El mío es Tarcus.

Ella sonrió, ahora parecía satisfecha. Pensándolo un poco, no nos habíamos presentado todavía.

—¿Está bien si te llamo Ana? —pregunté.

La niña albina abrió los ojos y volvió a sonreír. Asintió ante mi petición.

La diosa apostata. Según la Eclesia, había traicionado a los otros dioses y además, en un futuro sería la causante del fin de la humanidad, eso según las sagradas escrituras. ¿Cuánto odio se le podía tener a un niño como para llamarle así?

Después de una larga caminata llegamos hasta la entrada, o mejor dicho, la salida secreta que usaba Ana para escapar del orfanato.

Una larga muralla hecha de troncos de madera rodeaba el lugar y uno de ellos se había podrido, dejando una pequeña abertura donde un niño podría entrar o salir.

—Ya estamos aquí. Entremos.

Ana sintió.

Sí, me comenzaron a atacar los nervios. Ya conocía el lugar porque vi la vida de la elegida albina, pero aun así no podía quitarme esa ansiedad de ser descubierto por algún clérigo. ¿Qué cosas le harían a un intruso? Ya conocía de sobra las palizas en el orfanato y no quería revivir esos recuerdos nunca más.

Me agaché y comencé a gatear, aunque tuve que inclinarme más debido a que la abertura era pequeña.

Al otro lado del muro, había un jardín bastante descuidado. Me acerqué a un árbol pequeño. Reconocía este lugar aunque mis recuerdos no estaban del todo claros. Había sido hace mucho tiempo atrás, tomando en cuenta que la albina fue la tercera vida que experimenté de los cinco elegidos, y tenía más lucidez en los recuerdos de la vida de la Femme Fatale, más que en los otros elegidos.

—Aquí es —dijo Ana.

—Al fin estamos adentro. Bien, comencemos nuestra exploración.

Ana ladeó la cabeza como si se estuviese preguntando que qué quería decir con eso.

—Primero llévame a algún lugar donde podamos sentarnos y que se vea todo el patio.

Ella asintió y me guió hacia una especie de bordillo, a unos cuantos centímetros adelante de un salón. Ahí se congregaban algunos clérigos.

Nos sentamos en el bordillo que quedaba cerca de la muralla y comencé a mirar con detenimiento. Los niños jugaban, aunque estaban disgregados en diferentes grupos. Pude distinguir seis, pero no podía encontrar a los posibles líderes. Sin embargo, de los sacerdotes no había ningún rastro, salvo de una sacerdotisa que estaba de pie, vigilando a los críos.

Me crucé de brazos. Un grupo de niños pateaban lo que parecía ser una especie de pelota de cuero bastante rustica, parchada con cordel. De pronto, comenzó una discusión entre varios niños por la pelota, y el más grande de ellos se acercó y frenó la pelea.



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En el texto hay: fin del mundo, elegidos, dioses artificiales

Editado: 20.08.2022

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