“—Te daré la potestad de usar tu bendición divina, mientras no mates o hieras de gravedad a tus compañeros.”
El herrero colocó un trozo de hierro en la fragua, mientras esperaba calentarlo para darle forma. Sí. Me encontraba en el taller de herrería de Nevrochi, sentado en una banca de madera tan alta, que mis pies no tocaban el suelo.
Comencé a recordar lo sucedido en el orfanato. Debido a que Ana entró advirtiéndome de que el Alto Sacerdote estaba cerca, agarré la llave del despacho. Y ahora, en la forja de Nevrochi, no tenía idea de cómo abordar el tema para que hicieran una réplica, sin que el herrero sospechase algo respecto a la llave del orfanato.
Mientras esperaba en una banca de madera, me imaginaba posibles escenarios. Y el herrero siempre sospechaba y terminaba contándoselo a Faidon. Si eso llegase a suceder, no sabría cómo explicarle el origen de la llave.
Si le decía que la había encontrado en el suelo en Nevrochi, Faidon gritaría a todo pulmón para buscar al dueño.
En caso contrario, si le dijese que la llave me la regalaron, podría levantar sospechas de un posible intercambio. Faidon perdió las llaves de la bodega de armas, y su hijo ahora tenía unas nuevas. Me exigirían delatar a una persona que no existe, algo similar a lo sucedido con Flavia.
Chasqueé la lengua y fruncí el ceño. No encontraba una forma de forjar una réplica de la llave sin levantar sospechas.
Al menos, fue fácil convencer a Faidon de venir a la herrería. Como le había escondido las llaves en el patio de la casa, no dio problemas en hacer unas nuevas en Nevrochi. Aunque él tenía una llave de repuesto, una breve explicación sobre la posibilidad de que se le perdiera, fue suficiente como para viajar de urgencia al pueblo.
Me crucé de brazos. Le estaba dando demasiadas vueltas al asunto sin llegar a ninguna conclusión satisfactoria.
Sin embargo, la situación tampoco estaba tan fácil en el orfanato. Dejé a Ana con el grupo, ya que ellos la protegerían y así, aproveché de recolectar información. Sé que Ana quería acompañarme, pero era peligroso que nos vieran juntos ya que no podría pasar desapercibido.
Y lo que observé en mi investigación, fue desolador. Un grupo de niños se había acercado al Alto Sacerdote Kirinios. Estaban tratando de ganarse la aprobación de la máxima autoridad del orfanato.
El Alto Sacerdote manipulaba a los niños ofreciéndoles tabletas de recompensa, y convenciéndoles con un discurso similar al que recibí cuando me vio junto con Ana.
Pero hubo un problema mayor, vi a algunos niños que después de recibir los objetos, se habían reunido con el Alto Sacerdote y se alejaron del grupo de Ana.
En ese instante, me di cuenta de que el equilibrio dentro de ese grupo era bastante frágil, y cuando la máxima autoridad del orfanato dirigiera su atención a ellos, fácilmente podría romper ese vínculo.
Recliné mi cabeza hacia atrás y miré al cielo. Había conseguido algo, pero era tan frágil como una copa de cristal.
Peor aún, cuando me contaron que el Alto Sacerdote hizo aparecer fuego de la nada, pedí más detalles. Las llamas habían envuelto a algunos niños sin que éstos sufriesen quemaduras. A partir de ese momento, entendí varias cosas bastante cruciales a futuro.
Primero, el Alto Sacerdote posee una bendición o un don divino que le permite crear o controlar el fuego. No me dieron más detalles, por lo que no pude comprobar si era un don o una bendición. Y si fuese un don divino, su control de éste elemento era bastante alto, al nivel de un soldado experimentado o un noble instruido durante toda su vida.
Segundo, el Alto Sacerdote es una persona impulsiva. No había razón como para usar fuego en contra de un niño, sin embargo, no tuvo reparos en hacerlo. ¿Quizás buscaba aumentar su reputación? ¿Desalentar cualquier intento de insulto o amenaza por parte de los niños? ¿O fue un mensaje directo a los sacerdotes y Quírigos del orfanato?
Aun así, y aunque Kirinios poseyera una bendición divina o tuviese un talento innato al usar los dones, es imposible que un simple Jar consiguiese alcanzar el tercer nivel más importante en la casta de la Eclesia.
Algo estaba funcionando mal en ese lugar. En fin, Kirinios Jar Nevrochi es una persona peligrosa y si mi intención es cambiar la dinámica del orfanato, tendría que tener mucho cuidado.
—Así que aquí estás, hijo. —dijo Faidon, sacándome de mis pensamientos. Parecía bastante aburrido.
—Hola.
Faidon me miró con los ojos entrecerrados y alzó una ceja.
—Pareces triste. No sé, desde aquí te veo bastante cabizbajo. ¿Pasa algo?
—Nada. Solo estoy pensando en tonterías. Nada importante.
Me refregué los ojos con los dedos e intenté recomponerme. Faidon expresó una sonrisa socarrona.
—Así que pensando en tonterías que te entristecen, ¿eh? ¿Y de qué cosas estaríamos hablando? ¿Tal vez le echaste el ojo a alguna niña del pueblo? ¿O quizás preocupado por haber hecho alguna travesura? —Faidon se golpeó el pecho dos veces, pareciendo orgulloso de sí mismo—. Cuéntamelo sin miedo. Tu padre es todo oídos.