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La noche del viernes caía tranquila, y Adela, recostada en su cama con el celular en mano, hablaba entusiasmada con su mejor amiga. La emoción se notaba en cada palabra; al día siguiente sería su cumpleaños y ambas compartían risas mientras ultimaban los detalles de la celebración.
Pero, entre una anécdota y otra, Adela bajó la voz, dejando entrever una inquietud que venía guardando desde hacía días.
—Milagro, ¿puedo preguntarte algo? —dijo con cautela—. ¿Por qué últimamente te noto tan triste… tan apagada?
—¿Triste? No, para nada —resopló Milagro, su voz teñida de irritación mientras intentaba disimular lo evidente.
—¿Para nada? —replicó Adela, con un suspiro cargado de frustración al otro lado de la línea—. Milagro, desde que estás con Daniel, te has vuelto una sombra de lo que eras. Antes brillabas, tu risa era contagiosa, iluminabas cualquier lugar… Pero ahora, pareces apagada. Y lo siento, pero creo que él no es el indicado para ti. No te está haciendo bien.
—Amiga, yo también lo creo en el fondo, mi corazón me lo grita, pero estoy tan agradecida con él por haberme salvado la vida. No puedo romper con él así como si nada, no puedo simplemente desecharlo —contestó Milagro, una nota de conflicto en su voz.
—Según cómo reaccionas con Ángel, cómo te transformas cuando él está cerca, tú no sientes absolutamente nada por Daniel sino por Ángel. Mira cómo te pones celosa, furiosa, cuando ves a Ángel con alguien. Hoy casi pulverizas el bolígrafo que tenías en la mano cuando viste a esa chica tocándolo.
—Bueno… sí, tienes razón, lo admito, pero no sé qué hacer, realmente no sé cómo manejar esta situación, Adela.
—Bueno, mañana te vas a divertir de verdad, ya que Daniel no estará. Tienes que pasarlo increíble conmigo y con todos los del colegio. ¡Olvídate de Daniel y olvídate de Ángel por una noche! ¡Libérate! —le aconsejó su amiga Adela con entusiasmo.
Daniel se había marchado de nuevo, junto a su padre y el alfa Héctor, a otra reunión crucial de Alfas, ya que todos querían conocer y averiguar la verdadera identidad del Alfa de la manada Luna Oscura, y buscar desesperadamente aliarse con él.
Estaban trazando cuidadosamente los planes para una visita formal a la manada del Alfa de la Luna Oscura, midiendo cada paso, cada palabra, como si caminaran sobre un campo minado.
La incertidumbre los consumía: ¿y si la llegada de tantos Alfas juntos se interpretaba como una provocación? ¿Y si, sin proponérselo, desataban una guerra? El Alfa de la Luna Oscura podría verlo como un ataque velado, una declaración de hostilidades, una afrenta directa a su autoridad.
Aquella posibilidad pesaba sobre todos como una amenaza latente, dejándolos atrapados entre el deber de actuar y el miedo a desencadenar el caos.
Ese fin de semana, Daniel no estaría. Milagro asistiría sola a la fiesta de su amiga, un hecho simple en apariencia, pero que traía consigo una sensación de libertad inusual, casi incómoda.
Por primera vez en mucho tiempo, estaría lejos de su mirada, de su control, de su juicio. Y en ese espacio nuevo y silencioso, entre risas ajenas y luces de celebración, tal vez encontraría el momento para mirarse a sí misma y preguntarse qué estaba haciendo realmente con su vida.
La noche ya había envuelto el club en un abrazo vibrante de luces y música pulsante. Milagro, sintiendo la brisa fresca de la noche en su piel, se bajó del auto con una elegancia innata, su figura esbelta delineada por un vestido blanco ajustado que la hacía parecer increíblemente sexy y, a la vez, extrañamente joven. El cuello alto y las mangas largas del diseño contrastaban con la audacia de unas botas negras que realzaban cada uno de sus movimientos, creando un aura de sofisticación misteriosa.
Apenas se acercó a la entrada, dos guardias corpulentos la detuvieron, sus sombras imponentes proyectándose sobre ella.
—¿Tu carnet de identidad, por favor? —le inquirió uno de ellos con voz grave y monótona.
Milagro rebuscó en su pequeño bolso, sus dedos revolviendo entre sus pertenencias con una ansiedad creciente, hasta que su rostro se contrajo en una mueca de frustración.
—Lo olvidé… —murmuró, con una mezcla de vergüenza y ansiedad en la voz—. Pero por favor, llamen a la cumpleañera, Adela. Ella puede confirmar quién soy, lo prometo. No quiero causar problemas…
Abrió su bolso nuevamente con manos temblorosas, sacando el teléfono rápidamente. —Mejor yo la llamo… un momentico —añadió, con la voz algo agitada, mientras buscaba el contacto con desesperación.
Intentó la llamada, una y otra vez, pero la música en el interior del club era un estruendo ensordecedor que engullía cualquier vibración, y su amiga no pudo ver la llamada perdida.
Milagro suspiró, la desilusión clavándose en su pecho como una espina. Había esperado tanto por esa noche, soñado con el escape y la diversión, pero el destino parecía cerrarle las puertas.
Comenzó a contemplar la idea de regresar a casa, el club pareciendo ahora un espejismo inalcanzable. Ya había pasado demasiado tiempo fuera y la esperanza de una respuesta se desvanecía con cada segundo.
En ese instante de resignación, una voz firme y profunda la interrumpió, como un latido inesperado en el caos de sus pensamientos:
—Está conmigo.
Milagro se quedó helada, el aire atrapado en sus pulmones. Conocía esa voz. Cada fibra de su ser se tensó, negándose a girarse, como si al hacerlo fuera a confirmar lo imposible, a materializar la presencia que su mente ya reconocía. Los guardias también parecían sorprendidos, sus rostros antes inexpresivos, ahora reflejando un respeto repentino.
—Lo sentimos mucho, señor. No sabíamos que estaba con usted —respondieron rápidamente, sus voces cargadas de deferencia.
Milagro giró lentamente la cabeza, casi con miedo a lo que encontraría. Ángel estaba a su lado, tan cerca que podía sentir el aura fría que emanaba de él. La miraba directamente, con esa expresión impenetrable, esos ojos azules que tanto la descolocaban, haciéndola sentir vulnerable y expuesta.