La única luz que dejé prender fue el de una pequeña vela, y con la tentación de dejar más por miedo a una oscuridad que no sólo dominaba en el interior de aquel lugar. Al recibir la cama, los ruidos más livianos llegaban a mí con doble volumen y retumbar como el aire que se cuela y huye de la pequeña abertura bajo el brasero del suelo, como las olas impactando con violencia contra el muro de piedra como si desearan derribarlo... Quizás mi mente quería distraerse con eso que recordar la soledad y la inquietud que vivía. Hice muchos intentos de abrirme al sueño e ignorar el escándalo de mis pensamientos. Tras varias horas y vueltas en ese colchón que parecía hecho de paja, cerré los ojos y sólo me concentré en el sonido de mi respiración.
Un gruñido animal taló de cuajo la tranquilidad de la habitación. Aguardé unos segundos, por si era producto de un delirio tras todo lo sucedido. Pero volvió de nuevo. Esta vez, se extendió el sonido que atraía una peligrosa atención. Mi vista no alcanzaba a ver más allá de la orilla final de la cama. Lentamente, hice emerger la cabeza y seguido de la espalda. No había ninguna criatura lobuna y si la hubiera se fundía en cortinas de sombras. Y fue entonces, cuando apareció la bestia de cuatro patas con ojos de un oro que marcaba el alma. Y como en el bosque, quedé petrificada, debatiendo entre huir o pasar desapercibida. A esto último no podría ser. Pues yo era el objetivo del lobo por su andar y su mirada fija en mí.
— ¿Á-Áric? ¿Eres tú? —balbuceaba mientras aferraba mis uñas en la manta de lana con el corazón sobrecogido de asombro y terror.
Cierto o no, era una bestia que con hincar colmillos, garras o un empuje podría darse con resultado mortal. No sabía hasta qué límite podría burlar a la muerte, pero sí el dolor y cómo dejaba rastros de crueldad bajo la piel. Mi estómago se contrajo, como si recordara el arma que asestaron en su interior.
— Vete, o gritaré —Mi voz podría sonar atina al miedo, pero prometía cumplirlo con una mirada de advertencia.
La imagen del lobo se distorsionó como si yo sufriera un lapso de ebriedad, como si aceptará el vino de los hombres de Breyton finalizando la cena. Fruncí mi ceño, afianzando mi visión. Del terrorífico animal, pasó a un cuerpo varonil. Algo de calma se instaló, sin embargo...
Esperaba encontrarme con Áric, con una certeza de usar cualquier objeto de defensa dependiendo de sus intenciones. No fue a él quien debía hacerlo, pues percibí una presencia a mi lado y empezó la verdadera pesadilla. La condena que nunca acaba. Esta, me arrancó un grito de zafarme del brazo; me golpeó la cara con la rudeza de una roca la cara provocando impactar en el colchón. El ahogo comenzó. Una fuerza invisible arremetía contra mi garganta y mis arañazos que intentaban evitarlo los recibía directamente como autocastigo de mi defensa. Las lágrimas escaparon de mis ojos del extremo esfuerzo de respirar, encontrar una bocanada de aire con solo calmar la presión de mis pulmones. O tener una voz de la cual recurrir en ayuda. Una figura masculina emergió cual niebla, pero no hacía falta aclarar su rostro para reconocerlo. Sabía quién era el fantasma de todas las noches. El destello de un cuchillo igual a los ojos de mi asesino alzándose sobre mí, apuntando a mi estómago... podría ser el final. No lo era. Era sólo el comienzo. Porque después de incrustarme y sacarme el arma sin la menor vacilación y arrepentimiento humano, me mostraría una sonrisa mientras la herida se convertía en una fuente de sangre. Y recordaría lo que mi madre vivió multiplicada por diez. Y a pesar de sentir el mango del martillo en mi mano, no tenía fuerzas para levantarlo. La impotencia era el mayor de mis desgracias. Cerré mis ojos deseando despertar antes de sentir la proximidad de la muerte hecha de acero.
Y los abrí, movida por zarandeos ajenos en mis brazos. Y aún con el terror en mis venas y con la movilidad accesible, lancé un puñetazo. Aparte del dolor, sentí un crujido en el impacto bajo mis nudillos. El olor a sangre fue inminente. Y me confirmó el gruñido de queja lo que provoqué y más al maldecir en alto:
— ¡Por los malditos muertos de Morrigan, mujer!
La antorcha que sostenía Breyton se precipitó y lo escuché rodar por el suelo. Yo había saltado de la cama, al lado contrario prevaleciendo la distancia por la desconfianza. Había escasez de luz; mi vela consumida y la antorcha parpadeando. Aunque podía notar en Breyton un tono enrojecido que cubría el pico de su nariz y había rastros de sangre por sus fosas que terminó por limpiar con el dorso de la mano.
¿Alguien recuerda cuando supuestamente rompí la nariz de Kenril? Ahora me lo pareció creíble.
— ¿Se... se puede saber qué haces aquí? —Cuestioné en una voz mitigada, aunque intenté reforzarlo, pero eso descompensada el alargar el tiempo de sostener la mirada en sus orbes rojos tras el brusco despertar, tras sufrir la pesadilla... Me sentía vulnerable a cualquier elemento que temiera mínimamente.
— Vine a buscarte...—Dijo aspirando la palabra y se relamió su labio con una mueca de desagrado.
— ¿Por qué no me sorprende que allanes una habitación ocupada, aunque sea de tu propiedad?
— No me dejaste más remedio de abrir la puerta sin tu autorización —Se defendió como era de costumbre—. Y esta vez deberías darme las gracias por despertarte...—La nuez masculina del cuello bajaba y subía, me observaba con intensidad y sabía qué era.
— ¿A dónde quieres llevarme? —Me precipité a preguntar y así desviaba mi episodio.
Breyton recogió la antorcha sin recibir respuesta y observé de su cinturón que colgaban unos gruesos guantes, la pieza de llaves y el forro de un puñal y detecté el mango de otro en su bota izquierda. Quería que llegara el día que las armas dejaran de asustarme de esa manera. Así que, cuando acortó la distancia, mi cuerpo respondió peor, que la tensión muscular marcaba mis órganos internos. Él retrocedió. Él lo percibió. Y lo ignoró.
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Editado: 12.03.2021