Las piernas me dolían de estar horas en pie, pero mi determinación era sólida como el cuchillo de mi mano. Lo lancé en el aire. El maniquí de madera tembló del ataque. Sin embargo, no lo festejé, porque, una vez más, no conseguí dar con los puntos vulnerables: cabeza y corazón.
—Siéntate —Repitió Breyton por tercera vez, impaciente desde su asiento. Y al ver mi desoír de ir tras los cuchillos clavados dispuesta en hacer el intento, endureció aún más su voz y cambió de táctica—: Es una orden. No me pongas a prueba si vuelves a faltar, Sarah.
Irritada, arañé el aire con un suspiro mientras me dirigía a cumplir la orden. Desconocía los castigos siendo mi entrenador, pero estaba segura por experiencia de otro caso, que no entendía las limitaciones.
—Tensas bastante los músculos —Empezó a señalar Breyton con su copa de vino—, tienes que aprender a relajarlos. No estás en una lucha de cuerpo a cuerpo.
Yo trataba de ocultar la exasperación que ardía en mis entrañas ante sus críticas. Y pese a ello, estaba agradecida y no le respondía con aprensión. Breyton era el maestro que necesitaba, pero como persona…
Miré el cuchillo con el deseo perverso que solía apoderarse de mí en aquellas ocasiones.
«No, Sarah. El cuchillo se lanza al maniquí, no a la cara del profesor.»
La mirada de quien pensaba cayó sobre mí, con la resurgida tensión en mi cuerpo que recién juzgó. Lo ignoró, sin preguntas ni sermones, y estiró su mano hacia la jarra.
—He recibido un mensaje del destacamento. Está por llegar al castillo mayor —anunció de repente.
Era puro alivio escuchar una noticia y una buena, después de cuatro días de espera sin ninguna. No oculté la emoción, esbocé una sonrisa con la mano en el pecho y no busqué explicaciones de por qué tardó en comunicarlo. No tenía por qué preocuparme tanto, pues Malkolm viajaba bien escoltado; diez hombres nada menos, entre ellos Nerelyn, la mano derecha de Breyton y nombrada comandante. Después estaba Kenril, otro confidente y decían que era uno de los mejores guardaespaldas. Llegué a saber sobre los lazos y pasados que los unían gracias a una cena que me invitó Breyton. Nerelyn era la hermana mayor de Farj, el secretario de Malkolm. Farj fue enviado para calmar la desconfianza de los clanes que se oponían a que uno de los suyos viajara más allá de los puentes. Explicaba el mal genio de mi pareja cuando Farj se interponía en sus asuntos. Y Kenril pertenecía al clan de Malkolm. Se llamaban popularmente Clan de Sangre Oscura, por sus orígenes de otras tierras lejanas, el color de piel tostada y cabellos largos y oscuros. El caso es que Kenril fue desterrado por un desacato grave al alfa, en ese tiempo era el padre de Malkolm. Breyton decía que no tenía rencor a su amigo, que separaba las acciones de un padre a su hijo. Le creí por mi propio bienestar mental que a veces olvidaba que me perjudicaba directamente a mi embarazo.
—¿Crees que… tu reina aceptará la petición de Yoreg? —pregunté mirándole de reojo mientras cortaba una pieza de pan que olía a miel.
—Tendría que acostarse con ella para convencerla.
Breyton comenzó a reírse de mi cara de espanto.
—Tranquila, pajarito, es imposible convencer a La Superiora de ese modo.
—Dudo que Malkolm optara por ese camino —murmuré.
—Depende —Sonrió desafiante y esta vez, dejé de lado mis limitaciones para mirarlo de la misma intensidad. Breyton empezó a jugar con la hoja de una de las cuchillas abandonadas en la mesa; una extraña manía que me ponía muy nerviosa—. Si tu vida está en juego, haría cualquier cosa para salvarte. Es su mayor defecto: sacrifica más de lo conveniente por conseguir lo que desea aunque esté en juego a perderlo todo o incluso su vida.
«“No soy tan importante para sacrificar su vida”» Una forma directa y resumida de decirlo que Breyton no era dado de hacer. Si es que era innegable que le gustaba provocarme, y tratándose de Malkolm. Pero tenía parte de razón: Malkolm apostaba sin pensar. Sería imposible de olvidar la vez que tenía decidido quedarse en Heiklam dejando atrás su vida que le costó crear en mi mundo. Y si lo llegara a perder, no me lo perdonaría antes que él.
Breyton detuvo su distracción. Me encogí en mi sitio al inesperado lanzamiento. Como siempre, acertaba a su objetivo.
—Entonces, para tenerlo ya claro... ¿crees que La Superiora aceptará la petición de Malkolm de reemplazar a Áric por su primo temporalmente?
—No lo sé —respondió reclinándose en la silla con los brazos cruzados—En unos días recibiremos respuesta.
La Superiora, quien estaba en lo alto de la cúspide de liderazgo en Heiklam, era la hermana de Breyton y sin embargo, hablaba de ella como si fuera una pariente que la ve cada cierto tiempo por un compromiso familiar igual a una cena de Navidad. Era como si nunca compartieran un mismo techo durante años, cosa errónea; Malkolm me dijo que todos los vástagos del anterior líder superior se criaban juntos y en igualdad hasta una edad adulta. Había una historia detrás entre ellos, pero la desconocía, no como su otro hermano, Seiren. Esto demostraba que cada familia tenía sus cosas, unos más que otros, y la de Breyton tenía el material perfecto para un drama televisivo.
«Bueno, yo tampoco me quedaba atrás» pensé amargada.
El carmín de sus ojos se trasladó al castaño de los míos de una forma que me recordaban continuamente al inicio del vuelo de una las cuchillas en su poder: directa y eficaz.
—¿Qué piensas de vivir en el clan de la familia de Yoreg?
Tardé en darle una respuesta porque me cogió desprevenida la pregunta.
—Pues… Me entra mucha curiosidad por conocerlo porque se supone que es donde nació y se crió. Pero eso es todo... —Suspiré y devolví un mechón rebelde tras mi oreja. Breyton continuaba clavándome los ojos—. ¿Qué?
—¿Y si al final la única salida es quedarte aquí?
Mi cabeza lo sabía, confiaba que sí pasará. Pero mi corazón no lo aprobaba. Se aferraba a sentirse a salvo en otro lugar.
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Editado: 12.03.2021