Olivia mordió el trasero de Lachlan cuando este no solo se negó a descargarla sobre la cama,
sino que comenzó a quitarle los zapatos para empezar a desnudarla. Ella lo hizo con fuerza,
dejando sus dientes clavados y provocando que este no tuviera más remedio que dejarla caer.
El golpe contra el colchón fue suave y dulce, midiendo siempre de no hacerle daño.
—Te estás volviendo un aburrido, siempre lo hacemos en la cama.
—Discúlpame, señora mía. La próxima vez te llevaré a hacer un tour por toda la ciudad y lo
haremos en todos los sitios morbosos y tórridos que quieras.
Ella aceptó rápidamente.
Era descarada, pero lo había conseguido ser gracias a Lachlan y la confianza que proyectaba.
Con él se sentía la mujer más poderosa del mundo y nada podía acabar con ese sentimiento.
Había prometido encontrar a Leah y eso le daba más credibilidad que a nadie. Sabía bien que iba
a mover a todos para buscar, pero que él iba a ser el primero en pisar las calles.
Descartó el pensamiento de su hermana unos segundos, no podía tenerla en mente cuando el
lobo que tenía delante se estaba desnudando.
Solo cuando cayó la última prenda al suelo fue capaz de tragar saliva y decir:
—La próxima tiene que ser con música. Así el bailecito sensual tiene más morbo.
Lachlan extendió los brazos.
—¿Más? Si sudo morbo por todos los poros de mi piel.
—Y ego —añadió ella entre risas.
Él la miró de forma lobuna con la promesa de devorarla en sus labios. Fue directa a ella y la
tumbó sin dar opción a pensar. No podía hacerlo cuando estaban juntos, eran puro instinto y era
eso lo único que deseaba.
Su cuerpo quemaba y se retorcía por una caricia de ese hombre. Necesitaba el contacto casi más
que respirar.
Lachlan parecía sentir lo mismo, ya que tomó su camiseta y la desgarró mucho antes de que
pudiera quitársela.
—¡Tranquilo! —exclamó emocionada.
—Es verdad, a veces olvido que soy un lobo con modales.
Olivia sonrió y salió de debajo suyo para subir hasta el cabecero de la cama. Lachlan quedó a sus
pies, absorto en ella como solo él podía hacer. Su mirada quemaba más que las llamas del
mismísimo Infierno.
—Si tienes modales, demuéstramelo.
Él entró en el juego, gateando hasta colocarse entre sus piernas.
—¿Me dejaría usted, oh, hermosa señorita, comerle el coño como se merece?
Olivia no pudo reprimir una carcajada. ¿Quién podía resistirse a una petición como aquella?
Asintió y vio como sus pantalones se marcharon sin su ayuda, seguida por su ropa interior.
Él deseaba tomarla casi más que lo necesitaba ella.
Su lengua fue directa a su apertura, no se entretuvo en el clítoris, pero sí lo tomó con los dedos. Y
comenzó a torturarla tan duramente que solo pudo agarrarse a las sábanas implorando más. Sintió
que podía desmayarse en el proceso; negando con la cabeza se arrebató esa idea de la cabeza. No
iba a perder la oportunidad de disfrutar al máximo.
El orgasmo llegó casi sin avisar, tomándolos a ambos desprevenidos. Aquel hombre era muy
hábil y sabía bien qué teclas tocar para hacerla saltar por los aires.
Fue el turno de ella y quiso ir a por su miembro, pero Lachlan la contuvo contra la cabecera.
—La imagen desde aquí es más hermosa de lo que imaginarías jamás. Quédate así.
La forma en la que lo pidió fue dulce y la observó unos segundos como quien entraba al museo a
observar su cuadro favorito.
Lachlan bajó hasta su rodilla y la mordió allí, liberando un placer que no había experimentado
jamás. Fue extraño y caliente como sólo él sabía hacer.
Subió con un reguero de besos hasta sus pechos donde se entretuvo a mordisquearlos mientras
una de sus manos entraba en su sexo. La penetró con dos dedos de forma suave y cuando su
cuerpo se acostumbró, la bombeó de forma fuerte y rápida.
Buscó el orgasmo justo para que ella gritara su nombre en su boca, sellándolo con un beso.
Sus lenguas chocaron de forma brusca y no importó.
Al fin Olivia logró tomarle el miembro entre sus manos y sintió que podía aullar de felicidad.
—Hola, polla —rio mirando a su Alfa a los ojos.
Sí, aquel hombre que tenía ante sí era su Alfa y no pensaba abandonar esa manada jamás en la
vida.
El destino había querido que él fuera su salvador y acabara amándolo mucho más que a sí misma
o a nadie más en el mundo. Había llenado los espacios sin apenas darse cuenta y ya no se
imaginaba la vida sin él.
—Te quiero, Lachlan.
El lobo se detuvo en seco cuando estaba a punto de penetrarla. Fingió bostezar y sonrió
perversamente:
—Un poco tópico lo de declararse el amor durante el sexo, ¿no crees?
Olivia reprimió las ganas de saltarle a la yugular y Lachlan entró en su cuerpo. Se acostumbró a
él tan rápidamente que pudo comenzar a embestir de forma rápida casi al momento.
Se aferró a su espalda, haciendo que sus uñas se clavaran ligeramente en su piel y él solo
contestó gruñendo en su oreja.
—Yo también te quiero. Eres mi loba malvada del cuento.
Su cuerpo se encendió al sentir la voz ronca de Lachlan en su oído, fue tan fuerte el sentimiento
que la sobrecogió que tuvo que obligar a sus lágrimas a no salir para no detener el momento.
Él pareció verlo y salió de su interior delicadamente.
Besándola en los labios la abrazó hasta quedar tumbados en la postura de la cucharita. Él en su
trasero y apoyando su barbilla sobre su hombro.
Estaba cerca de su oído y podía sentir su aliento quemándola.
Lachlan le abrió las piernas con delicadeza, casi pidiendo permiso. Accedió muy voluntariamente
y se coló directa en su interior.
Esta vez no fue tan brusco o salvaje como las veces anteriores. Fue dulce, tierno, besando su
cuello y tomándola al mismo tiempo en un abrazo plagado de sentimientos.
Él le dio todo lo que necesitaba en esos momentos. Amor, comprensión y pasión fue lo que
recibió cuando su corazón lo suplicaba.
—Te estás portando como un niño pequeño. ¿Crees que me puedo romper? —tentó Olivia.
Lachlan hizo girar las tornas. Quedando boca arriba la giró hasta tenerla sobre su entrepierna,
tomando ella el control de la situación.
—Soy todo tuyo —anunció glorioso, llevándose ambas manos bajo la nuca.
—Toda la vida.
Asintió y Olivia comenzó a montarlo de forma feroz, como si aquel acto sellara un pacto irrompible
que los mantendría unidos el resto de sus vidas.
Llegar al orgasmo fue tan visceral que ambos lo hicieron a la vez gritando sin importar que medio
vecindario pudiera sentirlos. Las oleadas de placer parecían ir y venir de un cuerpo al otro,
cubriendo a los dos amantes.
Para cuando todo acabó, ella cayó desplomada sobre su pecho y él la tomó en sus brazos con
mucho gusto.
—Diría algo estúpido, pero rompería el momento.
—Anda, dilo —le pidió.
—Qué bien follas.
CAPÍTULO 46
—Bienvenido a mi hogar —anunció Luke abriendo las puertas de su casa.
—Ya he estado aquí. ¿Recuerdas? —Rio Ryan.
Era uno de los Devoradores que se habían ofrecido a proteger la manada. Después de que Alix
entrara en sus tierras era lo menos que podían hacer. Los lobos habían corrido muchos riesgos
ayudándolos y ahora debían devolver la ayuda.
—Lo sé, pero me gusta que cada vez que se entre a mi casa sea especial.
—Vaya, ¿voy a ser un invitado de honor?
Luke asintió antes de contestarle totalmente absorto en sus ojos.
—Tú siempre serás un invitado de honor, no importa el tiempo que pase.
Al momento se dio cuenta de lo que acababa de decir y se tapó la cara con ambas manos.
Suspiró fuertemente y se sonrojó.
—Discúlpame, por favor, no sé ni lo que he dicho. Me ha salido sin pensar.
Se alejó del Devorador unos pasos y casi lo pudo sentir golpear algo en la cocina.
Ryan corrió a ver si estaba bien y lo vio apoyado sobre la encimera mirando por la ventana como
si tratara de escapar.
—Sabes que quedaría raro que huyeras de tu propia casa ¿verdad?
Sus rizos pelirrojos subieron y bajaron cuando asintió. Se giró para enfrentarlo y sus mejillas se
habían tornado del mismo color que sus cabellos. Estaba tan sonrojado que casi parecía un árbol
de Navidad con las luces encendidas.
—Siento de corazón lo que he dicho. Soy un idiota.
—No, en realidad está bien. Me subes el ánimo.
Casi pudo sentir el deseo de huir que corría por las venas de aquel hombre y se sintió culpable.
—Puedo usar mi poder mental para obligarte a que te quedes conmigo.
Los ojos de aquel lobo mostraron sorpresa.
—Pero no lo haré —añadió—, porque estoy seguro de que no vas a huir de mí.
Luke se alejó de la encimera para sentarse en la silla que había al lado de la mesa de la cocina.
La madera crujió con su peso y ambos rezaron para que no se rompiera en aquel momento. Él no
podía vivir eso sin morirse de la vergüenza.
—No hará que me controles para que me quede a tu lado.
Ryan decidió sentarse delante de él.
—Jamás lo usaría contigo.
Y lo decía totalmente convencido de sus palabras. Luke era una persona especial en su vida y
nadie a quien quería podía ser víctima de sus poderes.
—No ha sido buena idea invitarte a entrar —confesó el Sargento.
—¿Por qué no?
Luke escondió su cara entre sus manos mientras apoyaba los codos sobre la mesa. Una parte de
él deseaba escuchar lo que tuviera que decir, pero otra tenía miedo a que nada volviera a ser lo
mismo.
No quería perderle, no podía. El tiempo le había demostrado que necesitaba saber del lobo. Era
la segunda persona que dejaba entrar en su vida y no se arrepentía como tampoco lo hacía de
haber dejado entrar a Leah.
—He querido hablar con ella tantas veces de ti… —comenzó a decir.
Lo vio fruncir el ceño. Era lógico que no tuviera ni idea de lo que estaba hablando.
—Con Leah.
El lobo dibujó una “o” con la boca y asintió.
—Lamento todo lo sucedido. Espero, de verdad, poder encontrarla. Ayudaré en todas las partidas
de búsqueda. Sé que es importante para ti.
Agradeció enormemente esas palabras y supo que eran verdad. Deseaba que todo acabara bien
y poder tenerla cerca de nuevo.
—¿Qué le hubieras dicho de mí?
—Que me estabas volviendo loco.
Disparó la frase sin miedo, ya había tenido suficiente a lo largo de los meses y creía que podía
hablar sin tapujos. Eso mismo le hubiera aconsejado Leah hacer.
—No te entiendo.
Sí lo hacía, pero el miedo no le dejaba hacerse ilusiones.
—He pensado en ti cada día desde que me pediste una cita, incluso antes. Me sentía muy a
gusto contigo y agradecía que siempre tuvieras unas palabras amables conmigo cuando venía a
traer cosas a Olivia. Siempre esperaba verte.
Ryan se calló. Necesitaba un respiro.
El lobo no medió palabra alguna por miedo a que el momento se rompiera para siempre.
Únicamente tembló y esperó.
—Es verdad que soy un novato. Yo alardeaba de ser ya todo un Devorador licenciado, pero me
había olvidado de mi propia vida. Me había centrado en llamar la atención de Dominick y luego en
permanecer al lado de Leah.
Negó con la cabeza.
—Me sentí halagado cuando supe que te gustaba y fui egoísta hablándote por Whatsapp cuando
te pedí que solo podíamos ser amigos.
Luke apenas parpadeaba y eso empezó a preocuparle.
—Me daba miedo dar el paso y me convencía de que lo dejara estar, que mi vida ya estaba bien
como estaba. Al mismo tiempo me descubría a mí mismo hablándote, aunque hubiera días que no
me contestaras.
Él no respondía, podía ser que le estuviera dando un ataque al corazón.
—Ay, madre. No me digas que tengo que llevarte al hospital. Soy enfermero, pero aún no he
tratado un infarto de miocardio —dijo levantándose y poniéndose al lado de Luke.
El lobo pareció reaccionar en ese momento y se lo quedó mirando como si no comprendiera nada
en absoluto. Casi parecía que ambos hablaban idiomas totalmente diferentes.
Ryan se arrodilló a su lado, cogiéndose a la silla de él para evitar que saliera huyendo.
—¿Me estás queriendo decir que yo también te gusto?
El Devorador se contuvo unos segundos antes de asentir.
—Antes quiero decir que no sé lo que tengo que hacer. No he tenido pareja jamás, no me ha
interesado nunca y yo mismo me era autosuficiente. —Se horrorizó al decir eso—. No debí decir
esa gilipollez.
Luke negó con la cabeza al mismo tiempo que tomaba sus manos y las juntaba en su regazo.
Necesitaba toda su atención.
—Ryan, ¿me estás tomando el pelo?
—Jamás haría algo así. Me gustas mucho.
Casi lo vio desmayarse allí mismo.
—Estás tomando un color muy raro, dices estar bien, pero empiezo a no creérmelo.
Luke saltó aullando al cielo de una forma tan aguda que tuvo que taparse los oídos. Al parecer
estaba celebrando algo. Ryan estaba a punto de ser el siguiente en sufrir un ataque al corazón.
Se habían girado las tornas y ahora que se había confesado sintió miedo de ser rechazado.
—Imagino que ese aullido ha sido de felicidad.
El lobo asintió.
—De felicidad en plan ¿yuhu, me gustas y yo a él o yuhu me gustas, pero ahora paso de ti?
Luke caminó hacia él, provocando que retrocediera hasta quedar sentado en la silla. Habían
cambiado de postura.
—No puedo creerme que te guste.
—¿Tan malo es?
Negó con la cabeza.
—Eres tan dulce que no sé qué hacer contigo.
Morirse, Ryan iba a morirse si aquel hombre no dejaba de decir frases inconexas y no comenzaba
a decir algo con sentido. Casi sintió la necesidad de buscar un traductor para entenderlo.
—Dime algo ya porque jamás he sido sensible del corazón, pero empiezo a serlo.
—Te odio.
La mentira llegó tan rápida que no le dio tiempo a dudar de él. La tomó de su pecho con suavidad
y él gimió en respuesta.
—Nunca antes lo había probado. Es verdad que sois un detector de mentiras.
Ryan reprimió el impulso de mirar al cielo y suplicar cordura.
—Me estás volviendo loco —confesó.
—Tanto como tú a mí todos estos meses.
Luke acunó su rostro y él sintió como se le detenía en seco el corazón. Teniéndolo tan cerca era
más hermoso de lo que recordaba. Adoraba las pecas por todo su rostro, le daban un toque dulce a
un hombre tan fiero.
—Devorador, voy a ser todo lo suave que pueda, pero quiero que sepas que eres mío y yo soy
tuyo. ¿Queda claro?
Ryan asintió al momento y Luke lo selló con un dulce beso en los labios.
Entonces él supo que estaba en lo cierto, eso era lo que su corazón había tratado de decir una y
otra vez sin que lo escuchase. Había pasado miedo, pero había valido la pena. Ambos sentían lo
mismo y resultaba extraño a la vez que excitante.
El mundo se llenó de colores cuando Luke lo aceptó como pareja.