Leah despertó con el llanto de Camile. Saltó de la cama a tanta velocidad que tropezó y cayó al
suelo estrepitosamente. Blasfemó al mismo tiempo que se frotaba la rodilla golpeada.
La pequeña apareció entrando por la puerta arrastrando su tan preciado oso de peluche. El pobre
ya había sido cosido en un par de ocasiones y no sabían si iba a poder ser capaz de superar una
nueva excursión a la lavadora.
—¿Qué ocurrió, cariño? —preguntó sentada en el suelo abriendo los brazos para abrazarla.
Ambas suspiraron cuando entraron en contacto. La pobre niña hipaba del disgusto.
—¿Camile?
—No regalos…
Leah rio. La pobre niña estaba esperando con muchas ganas la llegada de Santa Claus. Todavía
quedaban cinco días y no sabía si iba a ser capaz de soportar ese llanto mañanero que se había
convertido en costumbre.
—Cielo, quedan cinco días. Hoy vamos a ver a la tita Olivia —explicó mostrando los dedos de la
mano intentando que la entendiera.
Su hija miró los dedos con atención y pareció contarlos. Al comprenderlo hizo un pequeño mohín
antes de volver a abrazarse a su madre.
La puerta principal sonó ruidosamente al cerrarse y supo que se trataba de Dominick.
—¿Cómo están mis chicas? —preguntó antes de verlas en el suelo.
La comprensión pasó por su rostro y no pudo más que sonreír dulcemente antes de tomar a
Camile en brazos.
—¿Todavía no vino?
La pequeña negó con la cabeza abrazándose a su padre con toda la pena de su corazón.
—Cuando vengan Papá lo castigará.
Camile gritó de forma estridente y rio contenta. Aquella niña iba a ser el terror de la base si
seguían mimándola así, pero ninguno podía resistirse.
Dominick, frunció el ceño antes de besarla en la frente.
—Vuelve a tener fiebre.
Leah se levantó para cerciorarse de que lo que decía era verdad. En efecto, volvía a estar
caliente y eso la preocupó de sobremanera.
—No puede ser, le he dado la medicación hace menos de dos horas.
Lo que había empezado como un catarro había sido una gripe con mucha fiebre y no remitía.
Dane y ella le habían hecho todas las pruebas posibles sin éxito. Nada parecía darles una
explicación lógica a la dolencia de la pequeña.
—Papi, duele… —susurró haciendo un leve puchero.
Ese era otro síntoma al que tampoco encontraba explicación. El dolor cada vez estaba en un lado
distinto del cuerpo, aquella vez era el estómago, pero había viajado desde la garganta, hasta el
pecho o las piernas.
—La verdad es que no comprendo qué tiene.
—Tal vez quiera llamar la atención —comentó Dominick.
Desde que su padre había vuelto no se habían separado intentando disfrutar minuto a minuto de
la vida. Camile no podía quejarse porque en todo ese tiempo había estado pegada a sus padres sin
posibilidad de separarse.
—No creo…
Una idea llevaba flotando en su mente desde hacía tiempo, pero no se atrevía a decirlo en voz
alta. Después de todo, tratar ese tema era algo delicalo y su relación no había pasado un gran
momento al estar separados.
—Leah… —canturreó Dominick.
Ella se encogió de hombros como si quisiera restar importancia.
—Antes de ir a casa de Olivia la llevaré a consulta para echarle un vistazo. Tal vez Dane haya
encontrado la solución.
Ambos sabían bien que no lo había hecho o, de lo contrario, la hubiera notificado.
—Tal vez sea buen momento para ir a ver a Doc… —Dominick soltó la bomba midiendo bien la
reacción de su mujer.
Ella se encogió como si doliera. Los recuerdos asaltaron su mente, unos que no la habían dejado
dormir durante semanas. Debía reconocer que había pensado en él, pero todo era tan complicado
que no pensaba que fuera capaz de dar el paso.
—Vamos, Leah. Sé bien que también has pensado en llevársela y puede que él sepa la
respuesta.
Negó con la cabeza.
—Es una gripe, nada más. La niña es pequeña y le está costando curar, solo eso.
Zanjó el tema al momento.
Tomó a la pequeña en brazos y fue hacia su habitación para vestirla. No quería llegar tarde a ver
a su hermana, la cual, estaba a punto de dar a luz. Esas niñas iban a llegar al mundo para arrasarlo
y esperaba que tuvieran el humor fantástico de su padre.
Dominick dejó el tema y ella lo agradeció. Hablar de Doc solo empeoraba las cosas y ya habían
sufrido bastante.
Todos se arreglaron poniéndose sus mejores galas. El Australia el verano se iniciaba el uno de
Diciembre y el calor que estaban sintiendo era insoportable. Estaba sindo mucho más caluroso que
los últimos años.
Vistió a Camile con un vestido blanco con flores azules dibujadas, era su favorito y no había
parado de pedirlo desde que se lo había comprado. La niña parecía una muñeca de lo bonita que
estaba.
Gracias al cielo volvían a estar todos juntos.
***
—Siéntate aquí —ordenó Lachlan ferozmente.
Olivia lo ignoró completamente y siguió tratando de cocinar los platos que sabía bien que eran los
favoritos de su hermana Leah.
—O te sientas voluntariamente o lo hago yo y te amarro con el cinturón.
—¿Ahora nos va el juego duro? —murmuró Olivia mostrando una sonrisa picante.
Lachlan casi cayó en su juego, pero negó con la cabeza tratando de expulsar de su mente los
pensamientos tórridos y siguió tratando de mantener a salvo a su mujer y sus pequeñas. Ella
parecía no comprender que necesitaba descanso.
—Vamos, mis niñas tienen que descansar.
—Llevo todo el embarazo haciéndolo, deja que cocine.
Pero el Alfa no pensaba dejarlo estar. La tomó de las muñecas y la atrajo hasta su pecho donde
trató de abrazarla. Rieron cuando su barriga los separó levemente. Sí, estar embarazada de dos
niñas provocaba ese gran tamaño.
—Estás a escasos días de dar a luz, no quiero que se adelanten porque has hecho demasiados
esfuerzos.
Ese era un golpe bajo y lo sabía. Nadie podía amar más a esas niñas que Olivia, no obstante, si
el chantaje emocional funcionaba pensaba usarlo hasta el final.
Vio como su mujer cedía y se sentaba en la silla, allí suspiró de alivio y comprendió las palabras
de su marido. Estaba cansada todo el día y tenía tanto sueño que podía pasarse todo el invierno
hibernando como un oso.
—Tu hermana estará contenta con cualquier cosa. Además, estoy preparando la barbacoa para
comer al aire libre.
Leah venía a verlos tan seguido que casi parecía una más viviendo en aquella casa, sin embargo
había sentido la necesidad de cocinarle su plato favorito: pastel de carne.
Un sonido procedente del móvil de Lachlan les hizo tomar el dispositivo y ver quién se dirigía a
ellos.
—Es Ryan —dijo suavemente—, dice que Camile vuelve a estar en consulta por fiebre y dolor en
la barriga.
Olivia se acarició el vientre al mismo tiempo que cerraba los ojos. Se masajeó en círculos como
solía hacer al mismo tiempo que sus pequeñas se divertían propinándole patadas que deformaban
su abultada barriga.
—Lleva muchos días enferma —suspiró apenada.
No quería imaginarse cómo iban a reaccionar cuando sus hijas enfermasen. Esperaba tener al
médico cerca de casa y disponible todo el día. No les podía faltar nada y él iba a proporcionarles
todo lo necesario.
—Ha tenido una salud muy delicada desde que nació —comentó Lachlan.
Eso era cierto, Leah apenas la había podido visitar al principio por las veces que había
enfermado.
—Solo espero que puedan venir, me gustaría mucho verlas —dijo Olivia apenada.
Lachlan suspiró antes de sonreír.
—¿Te has vuelto loco? —preguntó Olivia confusa.
—Claro que sí. Nunca he estado cuerdo y es lo que más te ha gustado de mí —contestó
rápidamente—. Eso y mi culo prieto, no vamos a engañarnos.
La risa provocó que casi se le escapase la orina, así pues, salió corriendo al baño. Tener a dos
niñas apretando su vejiga traía esas consecuencias consigo. Algo pasajero que no le importaba lo
más mínimo.
—¿Se puede saber qué haces? —preguntó al regresar y ver a su marido bajar con una gran
maleta.
—Vamos a la base. Así la pequeña no tendrá que moverse y tú podrás verlas.
Olivia se cruzó de brazos y señaló el montón de bolsos que estaba dejando en el suelo.
—¿Y el equipaje? ¿Tienes pensado quedarte unos días allí?
Lachlan negó la cabeza al mismo tiempo que le hacía un gesto de sorpresa. Era como si fuera
increíble que no entendiese todo lo que había decidido llevarse.
—Es solo lo imprescindible, cuatro cosas que puedes llegar a necesitar y los bolsos de las niñas
por si deciden adelantarse.
¡Oh, sí! Ahí estaba el padre hipocondríaco en el que se había convertido Lachlan. Allá donde
fuesen iban cargados de las dos mochilas que llevaban las cosas de sus futuras hijas. Unas maletas
que habían sido estudiadas a conciencia.
—No voy a ponerme de parto.
—Eso no lo sabes y no pienso permitir que lleguen a este mundo sin sus cositas pertinentes.
Olivia entornó los ojos.
—¿Sabes que en la base han nacido bebés? Camile entre ellos.
El lobo asintió.
—Y mi sobrina es encantadora, pero mis niñas tienen que tener todo lo necesario.
A la loba se le enterneció el corazón de puro amor. Camile había pasado a ser sobrina del lobo y
él la había aceptado como si hubiese sido de sangre. La familia crecía y él estaba feliz por ello.
Amaba a todos sus sobrinos fueran de sus hermanas o de la de Olivia.
Y el amor era mutuo porque Camile no podía dejar de decir “tito lobo” al verlo llegar.
—Está bien —canturreó Olivia dándose por vencida.
La verdad era que no podía ganar una batalla de ese calibre con Lachlan, él no pensaba
renunciar a todas aquellas maletas y, por suerte, el coche que tenían era grande.
—Tenemos que llevarnos el pastel de carne —recordó ella señalando hacia la cocina.
El lobo asintió.
—Tú siéntate aquí hasta que puedas subir al coche —le ordenó nuevamente señalando la silla de
la cocina.
¿Qué podía hacer? ¿Negarse? De hacerlo la lucha iba a ser eterna y no tenía fuerzas para algo
semejante. Suspiró y obedeció, dejando que su cuerpo descansara. Lachlan corrió a traerle un
taburete para poner los pies en alto, cosa que agradeció enormemente.
—Gracias, tengo tobillos de elefante.
—Puede, pero eres mi elefanta favorita.
Nadie podía arrebatarle ese humor tan particular y eso lo hacía especial.