CAPÍTULO 22
Los días soleados se terminaron, enormes nubes grises cargadas de una ligera llovizna,
cubren a Valle de Cobre, el aire comienza a silbar y unos ruidos recurrentes despiertan a Ginebra, hace varios días que Alejandro no pisa la mansión, pues se ha ido de cacería.
—¿Qué fue eso? ¿de dónde provienen esos ruidos?
Ginebra se levanta de la cama, toma un adorno de plata y se dispone a salir de su habitación, de puntillas para no hacer ruido, una vez que llega al salón principal, sus ojos se abren de par en par y se llena de temor al darse cuenta que el piso esta lleno de sangre y al dar un paso hacia tras se resbala haciendo que su ropa se manche.
—Dios mío ¿Qué pasó aquí?
—El miedo se apodera de Ginebra, pero su curiosidad es más grande y sigue las huellas marcadas en el piso, parece que una bestia arrastro algo llevándolo al pantano y decide ir tras el siniestro camino.
—¿Qué clase de animal hizo esto?
Ginebra sigue avanzando, adentrándose cada vez más en el peligroso pantano, la lluvia la
está empapando y el fango ha ensuciado sus pies, al caminar un poco más se da cuenta de
quién es el culpable de tan terrible masacre.
—Alejandro…
Alejandro tiene el torso descubierto, arrastra los cuerpos de tres misteriosos caballeros,
arrojando los cadáveres a los cocodrilos, está cubierto de lodo y sangre.
—¿Qué estas haciendo? ¡¿Qué le hiciste a esos pobres hombres?! —Grita Ginebra horrorizada.
—¿Qué clase de bienvenida es esa? —Responde Alejandro molesto.
—¡¿Por qué los asesinaste?!
Los cocodrilos comienzan a devorar los cuerpos, se escucha como truenan los huesos con
sus poderosas mandíbulas.
—Tú arrogancia me está colmando la paciencia. —Alejandro se va de largo, pero Ginebra lo detiene del brazo.
—¡Eran personas inocentes! ¡no tenias derecho de quitarles la vida!
—¿Inocentes? Esos bastardos eran unos fugitivos, vieron tu ropa tendida afuera y
decidieron entrar para divertirse contigo.
—¿Qué? —Ginebra está confundida.
—¡Si no hubiera llagado, habrían abusado de ti para después asesinarte!
—Lo siento, no tenia idea, al ver toda esa sangre yo…
—Prepara la bañera, quiero tomar un baño, iré a limpiar el desastre que dejaron tus hombres inocentes. —Alejandro se va enojado, dejando a Ginebra apenada.
—Ginebra calienta el agua y comienza a llenar la tina que está en la parte trasera de la
mansión, el vapor resalta con el clima frio y húmedo, la ligera lluvia sigue cayendo.
—Me siento mal por haberle hablado así a Alejandro, pondré estas fragancias y estos jabones en señal de paz.
Alejandro se acerca tranquilamente, lleva puesta una bata blanca de seda suabe y
transparente, su cabello largo y dorado lo hacen lucir elegante y varonil y ni hablar de los
rubís brillantes que tiene como ojos, es realmente encantador, mientras Ginebra es
cautivada por sus encantos, Alejandro deja caer la bata dejando al descubierto su desnudez, provocando que Ginebra voltee su rostro avergonzada ante el atrevimiento del sensual vampiro.
—¡Se te calló la bata!
—No se calló, me la quite intencionalmente, no se tú, pero yo me baño desnudo.
—¡Pero no te desnudes frente a mí!
—Tállame la espalda. —Dice Alejandro mientras entra a la bañera.
—¿Qué? ¡No lo hare!
—Por tú culpa estoy sucio, lo mínimo que puedes hacer es tallar mi espalda.
—¿Estás seguro que no hiciste un vinculo de esclavitud?
—¿Quieres que hagamos uno? —Propone Alejandro con una sonrisa coqueta.
—¡No!
Ginebra talla los hombros de Alejandro, el agua está muy caliente y aun así no le calienta el cuerpo, sigue frio como la nieve.
—Encontré un trabajo, no es la gran cosa, pero me mantendrá distraída. —El tono de voz
de Ginebra era dulce, casi relajante.
—No tienes que trabajar, yo te lo daré todo.
—No es por el dinero, contigo no me falta nada, es solo que… me siento sola, hay días que
simplemente desapareces y este lugar me da miedo, además no…
De pronto, Alejandro jala a Ginebra de la mano metiéndola a la tina con él.
—¡Ah! ¿Qué haces?
—Estabas temblando de frio y aquí hay lugar para los dos, no te confundas.
—¡Eres un sinvergüenza! Si alguien nos ve creerá que estamos…
—Nadie puede vernos, así que relájate.
—No puedo relajarme sabiendo que estas desnudo y que estamos tan cerca. —Ginebra se
ruboriza.
—Lo siento por ti, nos quedaremos aquí hasta que dejes de temblar.
—¡¿Qué?!
Alejandro recuesta a Ginebra sobre su pecho, El frio de afuera hace que no quiera salir de ahí.
—Tus manos están frías.
—Es normal, soy un cadáver.
—¿Desde cuando eres un vampiro?
—Desde hace mucho tiempo.
—¿Cómo era tu vida siendo un humano? ¿Qué te gustaba hacer, donde vivías? ¿Cómo te
convertiste en vampiro?
—Si te cuento te llenaras de miedo.
Alejandro sale de la bañera y se pone su bata blanca, se dirige a su habitación, Ginebra se pone de pie y lo sigue.
—Vamos, cuéntame tu historia.
—Deja de seguirme. —Le dice Alejandro mientras sube las escaleras.
—¿Acaso te pregunte algo malo? ¿Por qué reaccionas a si?
—Si entras a mi habitación te hare mía. —Alejandro trata de ahuyentar a Ginebra.
—Solo quiero conocerte, puedes decirme lo que sea y no se lo diré a nadie, seré tu confidente, lo prometo, solo quiero saber más de ti.
—¡¿Enserio quieres conocerme humana?!
Alejandro toma a Ginebra entre sus brazos y la acerca a él con fuerza tomándola de la cintura, haciendo que el corazón de Ginebra lata con locura, desliza sus frías manos sobre sus piernas montándola encima de él y la carga para después ponerla sobre un escritorio, delicadamente hace su cabello aun lado, dejando al descubierto su cuello, se toma el tiempo
de olerla y rosar su nariz contra su piel provocándole escalofríos y erizándole la piel, para
después susurrarle al oído.
—Entonces pon mucha atención. —Alejandro se aleja de ella y se va al otro extremo de la
habitación, posándose cerca de un ventanal, dejando a Ginebra ansiosa.
#313 en Novela romántica
#138 en Chick lit
#47 en Fantasía
#35 en Personajes sobrenaturales
Editado: 04.09.2022