CAPÍTULO XLII
El frío pecho de un sanguinario vampiro se llena de calor con el simple hecho de ver a su joven amante "¿Cómo puede describir algo que no conoce? ¿Qué es el amor en primer lugar?" Solo sabe que no quiere lastimarla y que está dispuesto a protegerla de todo lo que quiera hacerle daño.
—Yo también soy tuya —Le dice Ginebra, a Alejandro, mientras le acaricia el rostro. —Todo lo que me dices es lo mismo que yo siento por ti, esperaré pacientemente el día en que me digas que tú también me amas — Ginebra, le da un beso tierno a Alejandro y se recarga en su pecho mientras se dice en sus adentros.
<<Mi dulce y frio vampiro, eres un gran amante, a ti te llaman monstruo y yo llegué a creer que lo eras, pero estaba tan equivocada, me siento tan feliz a tú lado, tan amada, desde que llegaste a mi vida, no has hecho más que protegerme y eres fiel a mí, tienes más virtud en ti
que otros humanos, a pesar de que eres una criatura que no tiene corazón, sabes cómo respetar y amar a una mujer, y aquí me tienes, estoy irrevocablemente enamorada de ti.>>
Alejandro, está mirando la chimenea, se ve tan sereno, tiene el cabello amarrado, su torso está descubierto, sus ojos brillan a la luz del fuego, Ginebra, no puede dejar de verlo, por primera vez Alejandro, se ve sereno, tiene paz y sonríe sin darse cuenta.
—Alejandro… —Ginebra, suspira conmovida—Cuéntame más sobre ti, ¿Qué se siente ser el rey de los vampiros? —Ser rey no tiene nada de especial, solo me ha traído poder, enemigos y guerras
—Responde Alejandro, con honestidad.
—Beatriz, me dijo que en el momento en el que despertaras, las otras criaturas lo harían contigo.
—Mi pueblo ha permanecido escondido durante muchos años, aunque algunas criaturas se beneficiaron de mi ausencia y salieron a la luz ahuyentando a los humanos, aprovechándose de ellos. El hombre y los míos nunca han podido convivir juntos, somos enemigos por
naturaleza, cualquier cosa que tenga más poder que ellos o sea diferente a ellos, los humanos lo consideran monstruoso y antinatural—Expone Alejandro, con seriedad.
—Creí que tu enemigo natural era el hombre lobo, al menos eso dicen los libros —Expresa Ginebra, asombrada.
—A esos perros los extinguimos hace años, les dimos cacería hasta que sus molestos aullidos dejaron este mundo, llegue a tener a muchos alfas como mascotas —Sonríe Alejandro, orgulloso.
—¿Hay más vampiros además de ti y Leonardo? —Pregunta Ginebra, intrigada.
—Sí, dispersos en todo el mundo, pero siempre sometidos a la ley.
—¿Qué ley?
—No extinguir a los humanos, no revelar nuestra existencia y no tener a un humano durante mucho tiempo con nosotros, entre muchas otras.
—¿Y qué hay de mí? —Pregunta Ginebra, preocupada—¿Deberás dejarme pronto? Eres su rey ¡talvez puedas ignorar esa ley!
—El que sea su rey no me deslinda de la ley, pero lo nuestro es diferente, a nosotros nos une el vínculo más sagrado que existe, ninguna ley puede hacer que te abandone.
—¿Qué pasara si alguno de ellos se entera que te vinculaste con una humana?
Alejandro, nota la angustia en Ginebra y se acerca a ella para tranquilizarla en sus brazos.
—Deberán respetar nuestra unión, independientemente si estén de acuerdo o no, el vinculo es nuestra ley más sagrada, pero déjame decirte que si alguien se atreve a lastimarte lo
despedazare con mis propias manos he iría al infierno para volverlo a torturar.
—Me gustó lo que le dijiste a esos duendes, que soy tu mujer. —Ginebra, se ruboriza y sonríe con ternura.
—Te encanta tenerme a tus pies, ¿verdad? —Alejandro, la mira de arriba abajo.
—Me fascina ser tuya —Alejandro y Ginebra, se besan apasionadamente.
La lluvia se deja caer sobre Valle de cobre, el cielo se adorna con los relámpagos que estremecen con su fuerte estruendo. Bardos Landez ha caído enfermo, un hombre fuerte y
saludable está debatiéndose entre la vida y la muerte, Selene, mandó llamar al doctor Gerardo y a un testador antes de que amaneciera para que ni Victoria ni Clara, se dieran cuenta de su visita, la salud de su señor ha desmejorado significativamente, el apuesto
Bardos, ahora era un cuerpo pálido y demacrado, que terrible es ver a una flor marchitarse y a las arpías revolcarse de felicidad, Verónica y Victoria creen que han ganado, Selene, está en la cocina con Clara, mientras ella le prepara los alimentos al señor de la casa y se
incomoda con la presencia de Selene.
—¿No tienes nada que hacer? —Pregunta Clara, molesta —Siento que me estás hostigando.
—Terminé de lavar la ropa, así que decidí ayudarte a cocinar —Selene, tiene los ojos rojos e hinchados y Clara, se da cuenta.
—¿Te peleaste con tu novio o por qué tienes los ojos hinchados?
—He tenido muchos cólicos, eso es todo…
—Entonces vete a descansar yo terminaré esto.
—No, te ayudaré a preparar la comida —Exclama Selene, insistente.
—Como quieras.
Selene, tiene el corazón partido, ella muere lentamente al igual que su señor, llegó a la mansión Landes hace diez años, cuando solamente tenia veinte cumplidos, desde el primer
momento en el que vio a Bardos, se enamoró perdidamente de él, de su elegancia, su honestidad y su buen corazón, mantuvo su amor escondido por miedo a que la despidiera,
ella sabía que el corazón de su señor seguía siendo de su difunta esposa Leonora, pero convivir con él y conocerlo le dieron razones suficientes para seguir amando a Bardos Landez, verlo marchitarse le ha partido el alma, no era así como se imaginaba el final de
tan honorable caballero, no es la muerte que alguien como él merece, no era así cómo quería despedirse de su señor, estaba dispuesta a entregarle sus mejores años y acompañarlo
hasta su vejez, pero la vida ha sido injusta con la familia Landez, se los ha ido llevando uno a uno de peor manera posible.
Selene, no aguanta más y se suelta a llorar amargamente.
—¡Selene! —Clara, la mira desconcertada —Te conseguiré una pastilla, tratándose de ti, el señor Bardos, no se negará en llamar un médico.
—No… nada va a quitarme este dolor… —Dice Selene, entre lágrimas.
Clara, ha terminado la comida y sube la bandeja a la habitación del señor Bardos, y se asegura de que nadie esté mirando y se detiene cerca del buro que esta a unos pasos de la habitación de Bardos y comienza a vaciar el frasco del veneno en la sopa, lo que no sabe, es que
Andrés, lo está presenciando todo y no puede creer lo que ven sus ojos.
—Esta fue tu última dosis, descansa en paz Bardos Landez.
Selene, se sienta en las escaleras y se derrumba llorando llena de dolor he impotencia, sabe que después de esta comida su amado Bardos, comenzará a agonizar.
—Mi amado señor… Mi amado Bardos, te prometo que no se saldrán con la suya yo te ayudaré a vengarte de esos demonios.
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Editado: 04.09.2022