«¡Eres fuerte, confío en ti!».
Las palabras que mi abuelo me había dicho resonaron en mi mente una y otra vez.
Levanto mi vista, las bestias se dirigen a mí, con sigilo.
—¡Que banquete!, esa alma será mía —sisea la más alta mientras se relame.
—¡No! —brama la otra—, recuerda, la quieren con vida.
De pronto siento un fuerte hormigueo en mi espalda, el cual se esparce por todo mi cuerpo. Mi anillo empieza a emitir destellos, una llama verde sale de él; es un fuego que ahora va creciendo y el cual se envuelve en la muñeca de mi mano. Veo como la llama se va extendiendo como si fuera una enredadera hasta envolver mi brazo por completo. No siento miedo, es una sensación familiar, antigua y a la vez nueva. A lo lejos resuenan melodías de una canción antigua. Sé que son los ecos de mi mente, el llamado de la magia que ahora está despertando en mi. Las pulsaciones en mi pecho se hacen cada vez más fuertes, sincronizadas con el ritmo de los tambores que llaman a la guerra, lo cual hace que se despierte en mí, un poder que yacía dormido en mi interior. Energía pura recorre todo mi ser: me levanto, alzo mi cabeza y les sonrío sentenciando así su final.
—¡Malditas bestias, me las pagarán, su muerte no quedará impune! —exclamo con furia.
El aire empieza a azotar con fuerza a mi alrededor. Determinación, coraje, odio, todo ello haciendo crecer dentro de mí, una fuerza inhumana capaz de destruir mundos. Mi piel se estremece, las bestias chillan de temor al sentir mi poder. Una bola de energía verde se forma en la palma de mi mano, puedo sentir el miedo que desprenden esas criaturas infernales, me permito saborearlo, alimentando mi ira. Pequeñas chispas incandescentes cubren ahora mi cuerpo. Extiendo mi mano haciendo que el viento les azote una y otra vez contra la pared causando que sus huesos se rompan en mil pedazos. Sus súplicas lo único que hacen es alimentar mi ira, el perdón no forma parte de mí. Mi necesidad es infringir todo el dolor que ahora estoy sintiendo ante la pérdida de las únicas personas que de verdad me amaron. Escuchar sus alaridos me satisface, pero no me detengo hasta que hay silencio. Sus cuerpos caen sin vida en el suelo, les lanzo un pequeño rayo de energía para borrar por completo su existencia.
Mis piernas se sienten débiles, estoy demasiado cansada, es como si toda mi energía ha sido drenada, mis manos empiezan a temblar, el sudor perla mi espalda, mi corazón late rápido, el aire se me hace espeso, me cuesta incluso respirar, intento tragar saliva, pero mi garganta está seca. Miro el vacío en donde antes estuvieron ellos y también las bestias, aun no comprendo lo que acaba de ocurrir y tampoco entiendo como yo, un ser mortal posee magia de los inmortales.
Por momentos siento que no soy yo, que este no es mi cuerpo. ¿Estaré en una pesadilla? Sí, eso es. Cuando despierte solo será un mal recuerdo…
Me doy la vuelta y empiezo a alejarme de ese lugar, no puedo soportar estar en esa habitación, me siento mareada, a duras penas sigo de pie, avanzo tropezando con los muebles, chocando con las paredes. Mis ojos se humedecen cuando los recuerdos golpean mi mente. Atravieso la puerta, la noche me da la bienvenida. Mis pies ya no me sostienen y caigo sobre la hierba, me hago un ovillo y dejo salir mi llanto. La oscuridad me rodea, la abrazo sintiendo que poco a poco estoy cayendo en un agujero negro y profundo.
—¡Eire! ¡Eire! —Escucho que alguien me llama, pero me mantengo entre el límite de la inconsciencia y la conciencia.
No quiero abrir los ojos, tengo miedo. El llamado es insistente, la voz me es familiar, pero la oscuridad me mantiene en sus garras y yo me sigo aferrando a ella, a su falsa ilusión de protección y de seguridad.
»¡Levántate!
Siento que unas manos se posan en mi cuerpo, segundos después soy arrastrada, pero no me importa. No tengo fuerzas y ya estoy perdiendo mi voluntad.
»¡Por favor! —Implora—, no te des por vencida ¡Ayúdame! Hazlo por ellos.
Esas últimas palabras hacen que mi voluntad regrese. Nunca me daré por vencida, no ahora, no de esta forma. De pronto soy envuelta por una pequeña luz, la cuál emerge desde mi interior, dándole calidez a mi corazón y también trayendo a mí la fuerza que necesito para salir del pozo donde estaba atrapada mi alma.
—¿Shani, eres tú? —pregunto cuando al fin puedo abrir mis ojos.
De espaldas a mí veo a una mujer vestida como toda una guerrera: lleva un pantalón y blusa de cuero color negro, unas botas altas estilo militar, su pelo recogido en una coleta, y en su mano derecha sostiene una espada, la cual está utilizando para luchar en contra... El miedo se apodera nuevamente de mí al ver que varias bestias nos tienen rodeadas. La chica se gira y es entonces que puedo ver su rostro; es Shani la que me protege, pero luce diferente.
—¡Estás sangrando! —exclamo preocupada al ver la parte expuesta de su piel teñida de carmesí.
—No es mía —asegura sonriendo con satisfacción.
Miro un poco más allá de ella y es cuando noto que dos de esas bestias están hechas jirones en el suelo. Shani se inclina hacia mí y me ayuda a ponerme de pie.
—Esas bestias —digo en un sollozo—, acabaron con mis abuelos.
Ella asiente comprensiva.
—Eire, debes correr hasta el río azul que atraviesa los campos de lavanda y ponerte a salvo.
Editado: 29.07.2023