El amor en espera

Capítulo uno

Se acomodó en un asiento junto a una ventana y buscó su celular en el bolso para llamar a su querida amiga. Quedó de hacerlo tan pronto bajara del avión pero toda esa emoción que traía, hizo que lo olvidara;pensó qué de todos modos dentro del bus es más seguro hablar y no hay todo ese ruido qué dificulta escuchar o ser escuchado. 

-Mel, por fín llamas -dice Rachael tan pronto contestó. 

-Siento no haberlo hecho antes, sabes como tengo la cabeza - se disculpó Melissa.

-Sí, lo sé -afirmó su amiga-. No te llamé por qué pensé qué se había retrasado el vuelo o había surgido algún imprevisto de último momento y decidí esperar qué te comunicaras.

-Ya estoy en el bus -dijo la rubia, sin ocultar toda la emoción que la embargaba. 

-¡Eso es genial!, ¿en cuánto llegas? 

-En dos horas y media, aproximadamente. 

-No olvides llamarme cuando estés en casa -dijo Rachael a modo de advertencia. 

-Prometo qué te llamaré -afirmó Melissa-. Te quiero mucho.

-Yo también te quiero -contestó su castaña amiga y finalizaron la conversación. 


Aún quedaban más de dos horas de camino y Melissa sentía qué llevaba toda una vida sentada en ese autobús. Quiso dormir pero le fue imposible, no consiguió pegar un ojo. Parecía una niña pequeña que visitaría Disney World por primera vez. Se atrevía a apostar qué su emoción era aún mayor. 

Se colocó los auriculares y reprodujo una play list, la música tiene el poder de distraer la mente de lo qué nos atormenta, en su caso le haría dejar de sentirse tan ansiosa por un momento, al menos. Empezó con Photograph de Ed Sheeran, le siguió perfect, del mismo artista y Same Mistakes, Little Things y Halo, las dos primeras de la desintegrada banda británica One Direction y la última de Beyoncé. Le encantaban las canciones románticas y con letras hermosas, nada de letras denigrantes ni groserías rimadas, como llamaba a ciertas canciones en las qué se escuchan una grosería tras otra de manera rimada. A Rachael le causaba gracia el hecho de qué escuchara música romántica, siendo que estaba tan renuente a enamorarse y a mantener una relación con miras a un futuro matrimonio y tener hijos; Melissa se defendía diciendo  qué nada tenía qué ver una cosa con la otra y le aseguraba a su amiga qué solo tenía un selecto gusto musical. Rachael contestaba qué escuchar esas canciones era el primer paso para enamorarse perdidamente, lo qué hacía qué Melissa se pusiera de mal humor y desistiera de escuchar música por ese momento. 

Se distrajo tanto escuchando música qué cuando reaccionó ya estaba en Karnes City, en el centro del pueblo específicamente. Y el bus no tardó en detenerse en la parada correspondiente; tras unos minutos los pasajeros comenzaron a descender y a formarse en la fila para recibir sus valijas. 
Las ansias que había sentido por llegar se convirtieron en miedo cuando estuvo ya estaba allí; a pesar de estar sentada en un asiento intermedio, no bajó sino hasta que el último pasajero del fondo del autobús pasó por su lado. Sentía qué las piernas le fallaban y hasta pensó en tomar otro autobús de regreso al aeropuerto, pero se deshizo rápidamente de esa absurda idea y se reprendió mentalmente por su cobardía. 

Se puso de pie y bajó hasta la acera. Quedaban pocas personas por recibir su equipaje por lo que no tardó mucho en recibir el suyo. Sus dos valijas eran enormes y estaban bastante pesadas, sin mencionar qué su bolso era también muy grande y estaba repleto de cosas. Cuando planeó todo eso del viaje sorpresa, no se le ocurrió qué se le dificultaría llegar hasta su casa cargando tantas cosas y caminando. Y fue en ese momento en qué pensó qué había sido mala idea no avisar qué iría, así su madre y su hermana la hubieran recogido; pero bueno, no tenía más opción qué agarrar camino y llegar a la buena de Dios. Tomó una valija en cada mano y caminó arrastrándolas, bajo la curiosa mirada de medio pueblo. En coche, la hacienda estaba a unos diez minutos del centro del pueblo, caminando, generalmente, unos quince o veinte, pero llevando tanto peso podría tomarse más de media hora.

Mientras atravesaba el pueblo observó como habían cambiado muchas cosas; la cafetería tenía un color más vivo y llamativo, el parque estaba decorado con unos adornos muy llamativos y hasta había nuevos establecimientos comerciales.

Se encontraba en el sendero que conducía a las haciendas y más allá, a los límites del condado, donde se encontraba un gran relieve montañoso, desde donde se podía ver todo el pueblo. Adoraba ir allí; ese lugar en particular era muy especial. No lo visitaba desde mucho antes de huir a Boston, la última vez que estuvo allí fue con su padre y no tuvo el valor de regresar después de su muerte. 

Habia caminado no menos de diez minutos cuando apareció ante ella un enorme perro qué no vió venir de ningún lugar, su cuerpo se paralizó ante la imponente cercanía y ladridos estruendosos del canino. El perro amenazaba con acercarse pero no lo hacía, seguía ladrando insistentemente frente a ella, impidiendole avanzar. Escuchó venir detrás de ella un vehículo y agradeció en sus adentros, aúnque seguía parada ahí, inmóvil; no se atrevió a girarse nisiquiera cuando a su lado aparcó un vehículo y de el salió un hombre, este hizo un disparo hacia el suelo y el sonido atemorizó al perro, quien salió despavorido con la cola entre las patas. 

Y entonces Melissa volvió a respirar. Le tomó unos segundos volver a llenar sus pulmones de oxígeno y entonces agradeció a quien la había sacado de apuros. 

-Te debo una -le dijo amablemente al hombre que la observaba con curiosidad. 

Él no respondió de inmediato, sino qué abrió sus ojos de manera exorbitante y sonrió ampliamente, acercándose más a ella.

-¡Mel! ¡Melissa Winsors! -el joven hombre estaba muy emocionado y en su cara no cabía su amplia sonrisa-. ¡No me digas qué no me reconoces!

A Melissa le llevó más de cinco segundos reconocer ese rostro qué sabía había visto, pero con facciones menos marcadas. La última vez qué lo vió fue cuando él tenía 18 años y era un chico bastante alto pero delgado y sin músculos; muy diferente al hombre de amplia espalda y fuertes brazos, qué si mal no recordaba estaba muy cerca de cumplir veintitrés. 

-¡Sam! -exclamó ella, yendo hasta su viejo amigo para estrecharlo en un caluroso abrazo.

Él colocó el arma con la qué había hecho el disparo minutos atrás en el estuche qué tenía para ella en la cintura de su vaquero y abrió los brazos para recibir a Melissa. 

-Creí qué no tendría la dicha de volver a verte -le confesó él cuando se separaron-. 
¡Han pasado cuatro años!

-Ya sabes lo qué dicen Sam: el buen hijo a su casa vuelve -responde la rubia con una amplia sonrisa en los labios.

-Casi no te reconozco -dijo él, mirándola sorprendido de pies a cabeza-.¿A caso te hiciste una que otra cirugía? -preguntó con curiosidad.

-¿Qué? ¿como se te ocurre? -respondió Melissa con otras preguntas y con cara de ofendida.

-¿Segura? -insistió él. 

-¡Sam!

-Está bien -dijo este, poniendo las manos en alto-. Solo bromeaba, Mel -dijo, sonriendo-. Déjame ayudarte con esas valijas -se ofreció y las colocó en la parte trasera de la camioneta. 

-Gracias, no sabes lo que agradezco qué hallas aparecido por estos rumbos -dice Melissa y pasa las manos por sus cabellos que se habían pegado a su rostro y cuello.

-¿Porqué estas caminando hasta el rancho con tanto equipaje? -preguntó él con el seño fruncido. 

-Por que no avisé qué vendría -respondió ella.

-Tardas cuatro años en volver y el día qué decides regresar nisiquiera avisas -el la miraba incrédulo-. Vaya qué sí eres alocada.

Melissa rió ante su comentario. 

-Quiero darles una sorpresa -dijo ella divertida. 

-Estoy seguro qué lo harás -respondió el y ambos subieron al vehículo. 

-¿Y qué me cuentas, Sam? ¿qué a pasado en Karnes City desde mi partida?

-En resumen: Tom estudió magisterio y tu tío casi sufre un infarto cuando mi buen amigo se negó a seguir los pasos de su padre y su hermano mayor, pero después lo superó y le brindó todo su apoyo; Tatiana y Kalum, ¿qué crees? Tienen tantos bebés qué podrían poner su propio equipo de béisbol. 

Y sus ojos se desorbitan tras escuchar eso último. 

-¡Estás de broma! -respondió Melissa sin ocultar su asombro-. ¿La chica más presumida y odiosa tuvo bebés con el chico del qué se burló toda la infancia y la adolescencia? Después de esto ya nada me podrá impresionar -afirmó, aún sin poder creer lo qué había escuchado.

Ambos miraron al perro qué salió de unos matorrales y siguió hacia el frente rumbo a una persona qué estaba parado a un lado del camino, junto a una lujosa camioneta. El hombre que lucía un atuendo nada pueblerino, con un polo blanco, pantalones cortos y zapatillas deportivas, le colocó un collar alrededor del cuello y lo llevó hasta el asiento del copiloto, donde el perro subió según salto. 

-Esa es la fiera que estuvo a punto de devorarte -bromeó Sam. 

-Ya me di cuenta -respondió la rubia sin quitar la vista de la escena qué tenían en frente-. ¿Y ese quién es? -preguntó, refiriéndose al hombre que se había llevado al perro.

-Es tu nuevo vecino; Roman Rumster -le informó Sam a su amiga.

-¿Ha sí? -dijo Melissa intrigada. 

-Si -afirmó el hombre-. Su família adquirió la hacienda de don Eduardo hace unos años, pero actualmente sus padres no están aquí en Karnes City, solo él y los empleados se mantienen en la propiedad. 

-¿Y es de fiar? -Melissa se sorprendió de haber hecho esa pregunta, las palabras salieron de su boca sin darse cuenta.

-Pues la verdad no lo conozco, Mel -respondió Sam, sin quitar la vista de la carretera-. Y no quiero decir lo qué comentan de él por que nada de eso me consta, -hizo una pausa-. Pero si quieres saber la impresión que me da, te diré qué me parece un tipo con aires de grandeza y arrogante. 

Escuchar a Sam decir eso sobre su nuevo vecino fue suficiente para qué Melissa sintiera repulsión por el sujeto. Sí su amigo tenía esa impresión, no tenía duda de que el hombre no sería santo de su devoción. 

-¡Y, ya llegamos señorita Winsors! -dijo Sam, al aparcar frente a la "Hacienda Helena", y los nervios qué hacía rato no sentía, la volvieron a invadir y un montón de recuerdos se atropellaron en su memoria.

No sé dió cuenta cuándo se bajó de la camioneta y caminó hasta la amplia puerta de roble. Sam colocó su equipaje a un lado de la entrada y se despidió de ella, prometió que ya tendrían tiempo para salir y hablar con más calma. 

Tocó el timbre con dedos temblorosos y no pasó mucho tiempo para qué la puerta de abriera, dejando ver una esbelta figura qué la miraba con asombro y lo qué parecía enojo. 

-Hasta que te dignas en volver -fueron las palabras de bienvenida que Melinda, su hermana mayor, le ofreció.



Continuará...
















¡Hey, hermosas!


Espero qué les haya gustado él capítulo y todo lo qué va de la historia.

Tengo algunos favores qué pedirles:

*Comenten.
*Agreguenla a sus bibliotecas.
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¡Gracias por leerme!

¡Hasta otro día! ♡♡♡







 




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