Esta parado frente a mí, mi papá me observa como si yo fuera la culpable de todas las cosas malas que le han pasado en la vida.
—Llevas mi sangre y mi apellido, pero tú no eres mi hija. Jamás serás lo suficientemente buena como para llegar a ser mi hija. No vales nada.
Su mirada está fija en mí y hay un sentimiento que predomina con fuerza en sus ojos, odio, puro y cruel. Odio hacia mí. No me quita la mirada mientras dice todo eso.
—Desearía que te hubieras muerto junto a tu madre.
Me toma con fuerza del brazo y me jala por la sala hasta uno de los espejos de cuerpo entero que está en una de las esquinas de la habitación. Toma mis mejillas con fuerza y las aprieta mientras me obliga a mirar mi reflejo en aquel hermoso espejo.
—Mírate bien, no eres nada, no eres nadie. Nadie —suelta mis mejillas—. Ya el tiempo me dará la razón, con el tiempo te darás cuenta que no vales nada.
Ese amargo recuerdo me obliga a cerrar los ojos para poder contener las lágrimas que están a punto de salir. No voy a llorar, él recuerdo de mi padre no me hará llorar más, su fantasma no me puede lastimar si yo no lo permito. Estoy cansada de llorar por su culpa, estoy cansada de su recuerdo. Desearía que en su ataúd se hubiera llevado todo lo malo que me hizo en vida, todo lo malo que me dijo, desearía que se hubiera llevado los recuerdos que tengo de él.
—¿Desea algo? —la voz del camarero interrumpe mis pensamientos.
Agacho la cabeza y observo el menú que tengo en mis manos desde hace quince minutos.
—Solo un chocolate caliente —le digo mientras le devuelvo el menú.
En realidad, no quiero nada, solo estoy esperando a David para poder hablar con él y contarle en el nuevo problema en el que estoy metida.
Hablando del Rey de Roma, David que se asoma.
—Perdón por la demora —me dice mientras se sienta frente a mí—, pero primero pasé por la Iglesia para darle gracias a Dios porque me hizo el milagro que mi mejor amiga se acuerde de mí existencia.
David hace un gesto dramático con sus manos mientras me habla.
—Claro que me buscas porque necesitas mi sabio consejo, pero darte un consejo es igual a darle perla a los cerdos.
Que rudo, pero no puedo decirle nada porque tiene razón, de todas formas, finjo que me ofendo, aunque a él poco o nada le importa si me ha llegado a ofender porque según David, la verdad duele.
—Y estoy seguro que aquella estupidez que hiciste esta vez comienza igual que las demás, con una mentira, porque la niña aún no aprende que mentir es malo —se pasa una mano por su cabello—. Vamos cuéntame tu desgracia.
Suspiro y no sé cómo empezar, no es tan fácil, no quiero lamentaciones, no quiero ver pena en sus ojos, pero sé que la veré. Es mi amigo y es inevitable que sienta pena por mí cuando le diga que no puedo tener hijos.
—Y bueno —me dice esperando a que yo comience hablar.
En ese momento el camarero llega con mi chocolate y le pregunta a David si desea algo, pero él niega con la cabeza.
—Y bueno —repite David.
Golpea rítmicamente la mesa con sus dedos. Yo trato de ordenar mis ideas antes de empezar hablar. Comienzo diciéndole la verdad, que no puedo tener hijos, después de decir esto David toma mi mano y la aprieta con fuerza, pero no me dice nada, algo que yo agradezco. Él me deja hablar, no me interrumpe en ningún momento para hacerme preguntas que yo no quiero contestar. Cuando le digo de la mentira que le dije a Ian niega con la cabeza y me mira de tal manera que me reprende sin decir una palabra ¡Vaya don! Me puede regañar incluso sin hablar.
—Di la verdad —me dice cuando termino de hablar—, es lo mejor.
Niego con la cabeza. Sé que él en este momento puede ver la desesperación en mi mirada ante la idea de decir la verdad.
—¿Qué quieres que te diga? Tú sabes que eso es lo mejor. Pero me doy cuenta que hay algo que no me estás contando. ¿Qué es?
Me encojo de hombros y le doy un pequeño sorbo al chocolate.
—Mi papá.
—¿Qué tiene que ver el conde Drácula en esto? —me pregunta David. Conde Drácula es el apodo que le puso David a mi papá.
No respondo, pero David encuentra la respuesta.
—Déjalo, no puedes vivir con esas inseguridades.
Golpeó la mesa con fuerza y algunas personas se giran a vernos, pero no les presto atención.
—No lo hacía, lo juro, es solo que... quiero ser suficiente, tener hijos, mi propia familia.
—Cariño, tú ya eres suficiente. Brillas con luz propia y nadie puede apagar tu luz a menos que tú lo permitas.
—Pero ahora no me siento así y me dolerá ver en Ian la misma mirada de decepción que mi padre. No podré soportarlo.
Aquella mirada de mi padre me ha acompañado en cada decisión que he tomado. Torturándome un poco cada día.
—¿Crees que él se va sentir decepcionado? —me pregunta David.
Me vuelvo a escoger de hombros. No digo nada porque no sé qué decir.
—Yo no, te mira de forma especial, mira que te lo digo yo a pesar que no me cae bien. Ian te ve como si tú fueras la razón de su existencia, su brújula, su paraíso —David vuelve a tomar mi mano—. No lo hagas, no dejes que tus miedos te dominen de nuevo, eres mejor que eso.
Pero ahora solo quiero cerrar los ojos y dejar que todo fluya. No pensar en nada.
—Ya lo sé, soy fabulosa.
—Pero no más fabulosa que yo —me dice David.
No puedo evitar reírme.
—Vamos hoy a un club —le digo—. Por casualidad, ¿no conoces algún Miguel? —le preguntó en broma.
David se pone de pie.
—¿Hay algún Miguel aquí? Mi amiga —me señala—, quiere conocer algún Miguel.
Todos nos miran extrañados y otros no pueden evitar reírse.
David se vuelve a sentar.
—No, no hay ningún Miguel aquí —me dice—. Deberíamos ir al Mall, seguro y ahí encontramos a un Miguel.
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Editado: 12.07.2022