Sophie.
Hace algunos años atrás.
Todos hablan de mí como si realmente me conocieran, como si realmente supieran algo sobre mí. Son unos idiotas hipócritas, se han creado una falsa imagen de mí, basada en no sé qué y me han juzgado a base de esa imagen. Nadie se ha tomado la molestia de conocerme, de ver más allá, de ver realmente quien soy. Es verdad que lo quiero todo, que me gusta que todo se haga a mi manera, no puedo evitar ser como soy porque me gusta. Pero soy más que caprichos y lujos, soy más que una caprichosa mimada, más que lo que todos piensan que soy.
—¿Por qué siempre tiene que ser todo a tu manera? —me pregunta Emma mientras entra en mi habitación, sin mi permiso.
Ella está a una semana de cumplir dieciocho y se va a ir a Italia con el abuelo. A veces Emma me produce migraña solo con verle la cara de mártir que tiene, las personas que se hacen las víctimas nunca me han agradado y a ella solo la soporto porque es mi hermana.
—No me interesa Emma —le digo desde mi cama mientras abro una revista—, vete a llorarle a alguien más.
—Eres una...
No la escucho, pero sé lo que dirá. Ese es su insulto favorito hacia mí. Debo reconocer que al principio sí me hizo sentir mal, pero con el tiempo me acostumbré, a ese y a otros insultos. Qué más da lo que digan un montón de idiotas que no me conocen.
Me paro de la cama y cierro con fuerza la puerta. Reviso mi teléfono y veo algunos mensajes que ignoro. Camino hasta el espejo y le sonrío a mi reflejo.
—Tan rota, tan vacía, pero no hay nada que un poco de maquillaje no pueda arreglar.
Me empiezo a maquillar despacio, me gusta tomarme mi tiempo para tapar todas aquellas imperfecciones que tengo, mi mamá siempre me dijo que el maquillaje es como una máscara que nos permite ocultar quienes somos en el fondo y así nadie me va a poder lastimar. Si nadie sabe lo frágil que puedes llegar a ser, si nadie conoce tus debilidades, nadie te va a lastimar y vas a estar bien. No es tan así, de alguna u otra forma las personas encuentran formas de lastimarte. Yo nunca les permito ver cuando algo me duele, jamás los dejaré verme vencida.
—Siempre con la cabeza en alto, siempre parada erguida —me decía mi mamá siempre y ahora yo siempre me repito lo mismo frente al espejo—. Que el mundo no vea tus cicatrices y cúbrelas con mentiras.
Todos los días me repito lo mismo para no olvidarlo, siento que si lo olvidó también olvidaré a mi mamá. Ella era la única que me quería por quien realmente era, ella me conocía y me quería y la depresión se la llevó. Yo fui quien la encontró en la bañera con las venas cortadas. El agua bañada de sangre mojó mis pies y manchó aquel bonito vestido blanco que ella me regaló. Cuando yo la vi, corrí hasta ella, quise ayudarla, pero ya estaba muerta, no había nada que pudiera hacer.
Los golpes en mi puerta me hacen regresar al presente y dejar esos amargos recuerdos a un lado.
—¿Vas a salir? —me pregunta Elisabeth mientras le abro la puerta.
Asiento con la cabeza y vuelvo a pararme frente al espejo para terminar de maquillarme.
—Sí —es todo lo que respondo.
A veces no me levanto de humor para tratar de ser una buena persona. Hoy es uno de esos días, siento que podría matar a cualquiera en este instante. Lo haría con gustó si al matarlo no marchara mis zapatos de tacón, casi todos mis zapatos de tacón eran de mi madre.
—¿Qué quieres Elizabeth? —le pregunto mientras empiezo arreglar mi cabello, rojo como el fuego— Ve al grano.
Odio cuando la gente le da tantas vueltas a un tema. No entiendo porque les resulta tan difícil decir lo que realmente quieren decir.
—¿Saber por qué eres tan mala con Emma?
Trato de mantener la compostura y no insultar a mi hermana mayor. Pero en serio, ¿por qué me hacen tantas preguntas estúpidas? Estoy rodeada de idiotas.
—Porque puedo y quiero —respondo.
Me doy una última mirada en el espejo y sonrío con satisfacción al ver el resultado, soy realmente hermosa.
Dejo a Elizabeth hablando sola y salgo de mi habitación con mi bolso rojo favorito entre mis manos. Busco las llaves de mi auto deportivo rojo, porque amo ese color. El rojo es un cóctel de pasión, emoción, explosión, adrenalina y fuego. Igual que yo.
Conduzco por las calles con la música a todo volumen mientras canto tan fuerte como pueda. Llego a la casa donde se está celebrando la fiesta, ni siquiera conozco al dueño de la casa y mucho menos sé la razón de la fiesta, no vengo por esa razón, estoy en busca de alguien. Cuando entro en la casa, un montón de personas se acercan a saludarme con sus falsas sonrisas y una mentira en la boca, como si yo no supiera lo que dicen de mí a penas y me doy la vuelta. Sé lo que todos ellos piensan de mí, lo que los hombres buscan cuando se me acercan. Para todos no soy más que una cara bonita y un cuerpo deseable. Y todo comenzó hace años con un rumor, a nadie le importó mi versión, ese idiota les dijo a todos que yo me acosté con él y que era muy fácil llevarme a la cama. Todos le creyeron a él, incluso mis hermanos. Así que en lugar de nadar contra la corriente solamente me dejé llevar y que digan lo que quieran de mí, no me interesa. Pero sé lo que una mala reputación te puede hacer, esa es la razón por la que no dejo que Emma salga con cualquiera, ella es ingenua y confía en todos, no se da cuenta de las intenciones ocultas que tienen algunas personas.
Me acerco a pedir un cóctel algo fuerte, estoy teniendo un día terrible y quiero algo que me haga olvidar por un momento que estoy rodeada de idiotas.
—Sabía que ibas a venir —alguien susurra en mi oído mientras me pone una mano en mi cintura—, será un placer para mí quitarte este vestido negro que te hace lucir como una diosa.
Tomo la bebida que me da el camarero y me giro para ver quién es el imbécil que se cree todo un conquistador y piensa que puede seducirme con frases cutres.
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Editado: 12.07.2022