El amor existe

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 12

Itzel Dubois

Subimos escaleras arriba para buscar a los gemelos. Al abrir la puerta de su habitación, los encontramos abrazados, dándose consuelo mutuo. Aurora se acercó a ellos, uniéndose al abrazo.

— I miei piccoli — dijo Aurora con voz suave.

— Zia, no queremos ir — sollozó el pequeño Luca, aferrándose a su cuello.

— Su padre me dijo que ya se encargó de los niños que los molestaban — los miró con una expresión de confianza, aunque los gemelos parecían desconfiados. — Les propongo algo: yo les llevo hoy para asegurarme de que no haya amenaza, e Itzel los recogerá más tarde — les explicó, dirigiéndose ahora a mí. Parecían avergonzados.

— ¿De verdad nos vas a recoger, ángel? — preguntó Izan con una mezcla de esperanza y duda.

— Así es, yo los recogeré y, al igual que Aurora, me aseguraré de que no haya amenaza alguna — respondí, tomando a Izan en mis brazos y dándole un pequeño beso en la frente. — Confíen en nosotras.

Los bañamos y vestimos. Cuando estuvieron listos, bajamos y nos esperaba un jeep negro con las ventanas totalmente polarizadas. A medida que nos dirigíamos a la escuela, noté que otras dos camionetas nos seguían, proporcionando una sensación de seguridad adicional.

Al llegar, bajamos del vehículo y tomamos a los niños de la mano. Sentí cómo temblaban a cada paso, y me pregunté qué tipo de colegio permitía que sus alumnos fueran tratados de esta manera. Recorrimos el camino hacia la entrada, y fue entonces cuando escuché una voz femenina detrás de nosotros.

— ¿Qué hacen estos niños aquí? — Al voltear, me encontré con una mujer pelirroja, no muy alta, vestida con un diminuto vestido rojo que acentuaba cada uno de sus atributos. Su atuendo parecía completamente inapropiado para el entorno escolar.

— No es obvio, están asistiendo a clases — respondió Aurora con calma.

— Al parecer no lo saben, pero estos... — dijo, mirando a los gemelos con desprecio — niños están expulsados de esta escuela por haber agredido a un compañero.

— No fuimos informados de esa decisión — me acerqué a ella con una actitud tranquila. — Queremos hablar con la directora, ella nos tiene que dar una explicación.

— ¿Y quién eres tú? — me miró de arriba abajo con desdén. — Esto solo le compete a los padres de los niños, pero no veo al padre — añadió maliciosamente. — Y su madre los abandonó porque los consideraba un estorbo.

Se escuchó un fuerte golpe. Miré a mi costado y vi a Aurora con los nudillos adoloridos, la mujer pelirroja estaba en el suelo con la nariz ensangrentada.

— Mucho cuidado en cómo te diriges a nosotros — dijo Aurora con firmeza, acuclillándose a su lado y tomándola del rostro. — Crees que puedes decir esas cosas y salir ilesa, ¿mmm? — se puso pensativa. — Ya te reconocí, eres la esposa del senador. Estoy segura de que a Gabriele no le va a gustar escuchar la clase de familia que tiene.

Aurora se levantó y se puso a mi lado.

— Con lo que le voy a contar, va a demostrar ante un juez lo incapaz que eres para cuidar de tu hijo, y le van a conceder la custodia completa — le advirtió con una mirada fulminante. — No te metas en la boca del lobo; no va a gustarte cómo vas a terminar por no haber tomado el camino correcto.

Mientras los niños se escondían a mi espalda, para evitar que vieran el conflicto, la mujer continuó hablando.

— Ya te recordé, Sofía me habló de ti. Eres la hermana de Lorenzo, ¿verdad? No eres más que una envidiosa. Le tuviste envidia desde que se casó con tu hermano, porque él te dejó de lado. Y al parecer vienes acompañada de una amiga, que seguro es igual a ti; solo busca la atención de los demás para sentirse querida.

La mujer caminó hacia nosotros con pasos decididos y seguros.

— Nunca van a llegar a ser como nosotras, que los hombres pierden la cabeza y hacen lo que sea para que los elijamos. Esa es la diferencia entre ustedes y nosotras.

Se quedó en silencio por un momento, y luego continuó.

— Solo mírenme, soy muy hermosa, tengo todo lo que quiero: un esposo que me ama y un hijo que en el futuro será el gobernador de este país. No como estos niños, que no los quiere nadie. Sofía me dijo que solo los tuvo para darle gusto a su esposo, y no la culpo. Solo mírenlos, son tan retraídos que parecen retrasados. Parecen tan alejados del mundo que la gente los ve raro. Además, son problemáticos y maleducados...

La furia me invadió al escuchar sus palabras. Nunca había golpeado a alguien antes; siempre creí que los problemas se podían resolver de otra forma. Sin embargo, en ese momento, la rabia se desbordó. Le di una fuerte cachetada que dejó su mejilla roja y mi mano hormigueando.

— Cierra la boca — dije con furia. — Es increíble ver cómo un adulto descarga su frustración en unos pequeños niños que no tienen la culpa de que su madre haya sido una perra que prefirió ser mujer en lugar de madre, protegiéndolos de las palabras y acciones maliciosas que les decían.

Le agarré del pelo y la tumbe al suelo.

— Crees que podemos compararnos. No te hagas ideas erróneas en la cabeza. No somos iguales; nosotros no necesitamos de nadie para ascender socialmente y tener todas las comodidades que disfrutas. Tú y Sofía no son más que sanguijuelas que se pegan al mejor postor y lo exprimen hasta que se aburren. Es una pena que tu hijo haya salido igual a ti, pero no te preocupes; yo me voy a encargar de enseñarle una lección.

Cargué a Luca cuando vi cómo temblaba al lado de su hermano.

— Te dieron una oportunidad de redimirte, pero decidiste seguir soltando tu veneno. Esto te va a costar muy caro; yo misma me voy a encargar de que te quiten lo que más amas — dije con determinación.

La mujer intentó seguir protestando, pero los hombres de Leonardo no la dejaron acercarse. Caminamos directamente hacia la oficina del director, dispuestos a enfrentarlo por permitir este tipo de comportamiento. Aurora y yo estábamos furiosas, y mi amiga parecía lanzar fuego con su mirada.




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