«Maravilloso fue ese instante, en que nuestras almas se encontraron, como si el universo hubiera conspirado para que, entre millones, tú y yo, nos reconociéramos en una mirada infinita».
Giulia empuja las pesadas puertas de cristal de uno de los bares más exclusivos para la élite de la ciudad, ubicado en el corazón del distrito financiero. Un refugio para los ejecutivos que buscan escapar del ajetreo diario.
Nada más entrar, la envuelve una suave melodía de jazz, un sonido sutil que parece aligerar la tensión de su largo día.
El lugar exuda lujo: paredes de mármol oscuro con vetas doradas, sillones de terciopelo azul profundo y una iluminación tenue que resalta los destellos dorados en los costados de la barra de ónix.
Giulia avanza hasta la barra, donde una fila de botellas de licores finos brilla bajo la luz cálida de las lámparas colgantes. Se acomoda en uno de los taburetes altos de cuero. A su alrededor, las conversaciones son discretas, casi susurradas, y el ambiente se siente impregnado de un aire de poder.
El bartender, un hombre con chaqueta blanca perfectamente ajustada, la saluda con una leve inclinación de cabeza.
—¿Qué le sirvo hoy, señora Moretti? —pregunta, con una sonrisa profesional.
—Un whisky doble, sin hielo —responde Giulia, sin dudar.
Ha sido un largo día, y necesita algo que apague el peso de las horas que ha pasado lidiando con reuniones interminables y la constante presión de estar al frente de Casa Moretti.
El apuesto joven asiente y rápidamente sirve su bebida. Giulia toma el vaso, y al primer sorbo siente el calor del líquido descender por su garganta, relajando cada fibra de su cuerpo. Deja el vaso sobre la barra y echa un vistazo alrededor.
Está lleno, pero de alguna manera logra mantener un ambiente íntimo, casi privado, como si el bar estuviera diseñado para aislar a cada cliente en su propio espacio de lujo y calma.
Cierra los ojos por un momento, dejando que el suave murmullo de las voces y el jazz de fondo la transporten lejos de la agitada realidad que le espera al día siguiente.
Giulia toma otro sorbo de whisky. Está aquí para relajarse, para desconectar, aunque sea por un rato.
Franco ha estado sentado a dos sillas de distancia desde el momento en que Giulia entra al bar. La observa en silencio mientras se acomoda en la barra, y nota el aire de cansancio que la rodea.
A pesar de su expresión recia y decidida, hay algo en la manera en que se tensan sus hombros que revela el peso del día que llevaba. Su belleza, mezclada con la imponente seguridad con la que se mueve, no pasa desapercibida.
Franco se toma un momento, disfrutando del anonimato de la situación, y observa cómo ella se deja llevar por la atmósfera del lugar.
Cuando su teléfono suena y su abogado le avisa que no podrá llegar, Franco decide que es hora de acercarse a la hermosa mujer que lo atrae como una libélula hacia la luz brillante.
Toma su whisky y se desliza hasta el asiento vacío junto a ella, moviéndose con la elegancia natural de alguien acostumbrado a ocupar los espacios más exclusivos. Con un tono casual, pero cargado de curiosidad, rompe el silencio entre ellos.
—¿Un mal día? —pregunta él, con una voz profunda, pero agradable.
—¡Uf! Como no tienes idea —responde Giulia con un suspiro, sin girar hacia el hombre que le habla.
Está acostumbrada a las atenciones masculinas. Sabe muy bien cómo manejar esas situaciones.
—Entiendo. El mío tampoco ha sido precisamente un camino de rosas.
Gira un poco la cabeza y lo mira. «No está nada mal», se dice.
—¿Por eso estás aquí? —inquiere ella, alzando una ceja.
—No, en realidad estaba esperando a alguien, pero acaba de cancelarme —responde con fastidio.
—¿Una cita? —Lo mira con picardía.
Él sonríe de lado.
—Mi abogado. Mañana me voy de viaje y no regresaré al país por un buen tiempo. Necesitaba dejar… ciertos asuntos definidos.
—¿En este lugar? —pregunta ella, mirando alrededor.
—Él fue el que lo propuso. Yo habría preferido mi oficina, pero, por la hora, él consideró que este era el mejor lugar. De hecho… —Hace una pausa y observa el bar—. Es la primera vez que vengo aquí.
—¿Nunca descansas?, ¿cierto? Te comprendo mejor de lo que crees.
—El tiempo es crucial en los negocios. Cada minuto cuenta —responde él, con convicción—. ¿Cuál es tu excusa? —Sus cristalinos ojos verdes se clavan en los de ella con interés.
—En unos días voy a casarme —se encoge de hombros con indiferencia—. Pensé que sería buena idea disfrutar de mis últimos días de soltería, pero…
Esa noche, Carlo, su mejor amigo, está con su novio disfrutando de, dicho en palabras de Carlo: una deliciosa noche de sexo salvaje y apasionado; por eso no pudo acompañarla y ella no tiene más amigos. Pero eso no se lo dirá.
Editado: 09.12.2024