INVITADOS NO DESEADOS
—¿Cómo es que sigues…?—balbuceo M.J y Matt hacía muecas, como si algo le molestara. Marie Laveau sonrió y su largo cabello ondeó en su espalda.
—¿Viva? Eso es fácil de explicar—se levantó de su asiento y caminó hasta detenerse en una mesita y servir una copa de whisky—. Cuando era joven me hice enemiga de una bruja, pero no sabía que esa bruja era satánica. Nos enfrentamos, yo en ese tiempo estaba en la cúspide de mi poder, pero ella usaba energía demoníaca pura. Y eso le cobró factura, por jugar con fuerzas que me costó siglos entender, son demasiado peligrosas hasta para canalizarlo. Uso magia de destrucción que no me mato pero si a ella, así que me maldijo; “vivirás, amarás pero nunca morirás''. Aquí me tienen, dirijo un bar que acepta a todos los seres mágicos y está fuera del radar del Parlamento, lo que significa que estuve tranquila por mucho tiempo y quiero seguir así.
Marie Laveau movió sus ojos hacia Matthew, pude ver un destello morado. Bebió todo el contenido del whisky y señaló a M.J.
—Ese chico rubio me suena—comentó, M.J se puso derecho y su rostro se sonrojo—. Te pareces a uno que estaba al lado del hijo de Caín, era de la socialité pero jamás ví una amistad tan pura como la de ellos. Lastima que Caín lo haya consumido—se acercó al ventanal que daba a la ciudad—. Dime ¿Recuerdas lo que le hiciste a tu hijo?
El aire se sentía pesado y frío, Marie Laveau miró a Matthew con un odio abrasador. Las luces se estaban apagando y en la chimenea, el fuego se volvió violeta. La mujer abrió su mano sopló y el polvo gris nos dio a los tres. Mi vista se puso borrosa, las sombras del despacho se acrecentaban y giraban. A lo lejos se oía la voz de Victoria gritando hasta que todo se oscureció.
En el sueño, Jessica volvía a ser una niña, y recorría una estrecha franja de playa cerca del paso entablado de Carrabelle. El aire estaba impregnado del aroma a perritos calientes y cacahuetes asados, y los gritos de niños. El mar se agitaba a lo lejos, su superficie azul grisácea inundada de luz solar. Podía verse a sí misma como si lo hiciera desde una cierta distancia, vestida con un pijama infantil demasiado grande, con los dobladillos del pantalón arrastrando por la playa. La arena húmeda le rascaba entre los dedos de los pies, y el cabello se le pegaba pesadamente a la nuca. No había nubes, y el cielo estaba azul y despejado, pero ella tiritaba mientras andaba a lo largo de la orilla en dirección a la figura que podía distinguir sólo vagamente a lo lejos.
A medida que se acercaba, la figura se tornó repentinamente nítida como si hubiese enfocado el objetivo de una cámara. Era su madre. Llevaba un vestido blanco y en la mano tenía un cuchillo lleno de sangre, las mangas del vestido también estaban manchadas.
—¿Has venido a ayudarme? —preguntó su madre, alzando la cabeza; los
cabellos de Cristal Martinez estaban sueltos y ondeaban libremente al viento, haciendo que pareciera más joven de lo que era—. Hay tanto que hacer y tan poco tiempo.
Jessica resistió él impulso de ir abrazarla cuando vio los cuerpos sin vida de su padre, Leila y Ghanzel; todos con el cuello abierto y más sangre brotaba, y como un arroyo serpenteaba hasta un ataúd que tomaba un tono escarlata.
—Mamá… ¿Qué has hecho? —exclamó Jessica, con la bilis subiéndole por la garganta. Pero su madre miraba en dirección al ataúd con el rostro inquieto.
—Lo necesario para estar bien, cariño—dijo con un tono amable, su madre se volvió donde los cuerpos que se volvían blancos—. Ya falta poco para que esté con nosotros. Todo será como antes, tesoro, todo.
El cielo había adquirido un tono crepuscular gris acero, y las nubes negras
parecían piedras pesadas.
—Ven aquí —dijo Cristal, y cuando Jessica vaciló un viento fuerte la hizo ir hacia adelante, quedando cara a cara de su madre—: Armoniel.
—¿Qué dijiste?
—Hasta pronto tesoro.
—Espera, mamá, ¡NO!
Cristal no respondió, se llevó el cuchillo a la garganta y se lo cortó de lado a lado, tiñendo la arena y el mar de rojo. Jessica gritó y tomó a su madre en brazos, volvió y vio que el océano se había retirado un buen trecho. El agua se había reunido en una ola enorme que se alzaba como un alud listo para caer. La playa estaba desierta, el ataúd había sido arrastrado por el tsunami. Mientras trataba de parar la hemorragia en vano, se fijó en que el flanco de la ola algo se acercaba, una figura por la cual las aguas se dividieron y dejaron un camino. Un destello la cegó unos segundos y la figura estaba peligrosamente cerca, extendió la mano, Jessica sentía una peculiar sensación familiar, algo que le transmite paz. Alzó la mano...
Desperté con una sacudida, traté de enfocarme pero aún mi cabeza estaba en el sueño; mamá matando a papá, a Ghanzel y… Leila. Un estremecimiento me recorrió él cuerpo como una descarga, peor fue ver cómo mamá se cortaba el cuello sin remordimientos. El ataúd y la ola que se dividía en dos, la figura extraña y familiar, todo eso me paralizó.
«Ariel, si me escuchas—dije en mi cabeza—. Necesito tu ayuda, quiero que me aconsejes. ¿Por qué veo esas atrocidades?». Ninguna respuesta, sólo silencio, la sentía como una flama palpitante.
—Jess—llamó a alguien. Mire de lado y M.J tenía una gargantilla, su rostro estaba pálido y sus ojos esmeraldas opacos con ojeras marcadas. Sus manos estaban con grilletes y una serie de símbolos que por raro que parezca entendía. Skoteiniázei Kai moleynei; oscurece y contamina.
—Oh, Malcolm ¿Que te han hecho?—exclamó mirándolo con pesar. Él sonríe pero le salió una mueca.
—Nada del otro mundo. Sólo está bloqueando mi conexión con la naturaleza y eso hace que me enferme de apoco—ladeo la cabeza y soltó un largo suspiro, su cabello que parecía al oro fundido, perdía brillo—. Además tú eres la que estaba temblando en sueños. Al parecer tu sueño era un poco oscuro por si mencionas un ataúd.