Una señora de edad mayor, sentada en una banca de madera, arroja pedazos de pan al suelo. Aves se paran a su alrededor en el suelo para tomar un pedazo. Algunos se alejan mientras paso por ahí para regresar de nuevo con si fueran parte de un péndulo.
Una pareja pasa a mi lado trotando. A lo lejos puedo escuchar cómo los niños juegan y se ríen. Los miro desde donde estoy. Uno de ellos resbala por el resbaladero hasta aterrizar en el suelo, después otro y otro, cayendo en fila.
Unos niños jugando con un balón captan mi atención. No entiendo muy bien cuál es el punto de ese juego, solamente patean un balón pasándolo entre ellos mismos. Un niño, probablemente de unos ocho años, arroja el balón tan fuerte que sale rodando lejos del campo de juegos. Corre detrás del balón lo más rápido que puede, tratando de agarrarlo con sus manos. Todo se desarrolla en cámara lenta. Un carro se acerca rápido por la calle. El niño parece no darse cuenta embelesado con el juguete.
Miro la escena desde mi lugar esperando a que el accidente suceda, pero el sentimiento en mi pecho regresa. No me siento cómoda sabiendo que sé lo que va a pasar y no estoy haciendo nada por detenerlo.
El niño está en medio de la calle cuando logra por fin tomar el maldito balón, el carro emite un sonido alarmando al niño, los ojos del pequeño se abren aterrado, se queda congelado sin reaccionar, el coche a centímetros de golpearlo.
En parpadear de ojos estoy detrás del niño alejándolo de la calle donde el carro no puede golpearlo. El conductor no se molesta en parar, simplemente continúa manejando. Esto no es obra de nosotros, lo sé porque hubiera visto al demonio manipulando al humano.
Esto no fue ningun demonio. Esto es producto de esa horrible alma que se aleja sin preocuparse si hirió o no al niño. Estoy a punto de hacerle a ese humano arrepentirse cuando una mano sostiene la mía deteniéndome.
—Gracias señorita.
—No vuelvas a hacer eso. Debes estar siempre atento a tu alrededor—me inclino para estar a su altura.
Lo digo en serio. No quiero volver a salvarle la vida a alguien. No es algo que este en mi naturaleza, no después de todos esos años que pase en el infierno. En mi pecho se expande ese familiar sentimiento, el aire empieza a faltarme. Los brazos del niño me rodean en un abrazo calmándome.
—Todo va a estar bien—acaricia mi cabello con dulzura y yo me derrito.
Lo aprieto con fuerza contra mí, no sabía lo mucho que necesitaba un abrazo, escuchar esa palabras, hasta ahora.
—Prometo tener más cuidado—sostiene el balón, se despide con su mano regresando con sus amigos.
*-*-*-*
Uno. Dos. Tres disparos.
Personas corren del lugar con expresión de haber visto a un fantasma. En segundos todos los humanos desaparecen del lugar. El ruido viene dentro del restaurante, puedo ver a la gente escondida ahí adentro.
Pamela.
Realmente no hay descanso para los malvados.
La campanilla suena cuando entro al restaurante, todas las miradas se posan en mí. Mis orbes encuentran al hombre con la pistola apuntando a la mujer detrás de una caja. No tardo en ubicar a Pam del otro lado observando al hombre, claramente manipulándolo.
Detén esto.
Le digo telepáticamente. No voltea a verme ignorando mi orden.
Detente ahora mismo, Pamela.
Advierto en un tono amenazador. Sabe lo que soy capaz de hacer si desacata mis ordenes.
El hombre sale de la compulsión, mira para todas partes, baja la vista hasta el arma en su mano confundido, sale corriendo de aquí al escuchar unas sirenas acercarse. Sollozos de alivio se escuchan por el restaurante. No aparto la mirada de la causante de todo este relajo. Esta molesta. Lo sé. Me importa un comino las miradas que me lanza. Lo acepto, yo tampoco me he portado del todo bien, pero esto es demasiado.
Julian seguro puede sentir su energía tanto como yo. Esto le costara muy caro. Si llega a encontrarla no pienso mover ni un dedo para ayudarla. Y si se atreve a hablar de más, no serán los ángeles lo peor que le suceda a esa estupida.
Por más que quise evitarlo termino yendo a la escuela. Tengo muchas cosas que decirle a Archer. Por lo visto llegue a la hora de la comida por que todos están en los pasillos. Julian sale por unas puertas con el ceño fruncido, su expresión se suaviza cuando repara en mí. Me obligo a ver a otra dirección. No quiero verlo, y mucho menos hablar con él. Lo de anoche fue un error, nunca debió pasar. Necesito concentrar mis pensamientos antes de hacerle frente de nuevo.
Siento su mirada en mí por unos segundos más, de reojo veo como se aleja entendiendo mi indirecta. Archer se acerca por el pasillo disimuladamente hasta mí. Aún no sabe quién es el ángel, por una extraña razón prefiero que siga de esa manera.
—¿Qué sucede?
—Tenemos que hablar, pero no aquí.—apunto a las personas detrás de nosotros.
—Ven.
Guía el camino hasta un salón. Por el aspecto del lugar puedo darme cuenta que este es el salón en el que él imparte sus clases. Cierra la puerta detrás de mí. Espera paciente a que yo sea la primera en hablar.
Muerdo el interior de mi mejilla debatiendo entre decirle o no. No sé si puedo confiar lo suficiente en él, sí me ha ayudado a mantener el secreto del ángel, pero solo porque a él también le conviene.
—No puedo ayudarte si no me dices lo que está pasando—me incita.
No tengo a nadie más, necesito un aliado dentro de todo este caos. Respiro dejando las palabras fluir de mi boca.
—Encontré la daga—sus ojos se llenan de una emoción que no puedo descifrar. No dice nada permitiéndome continuar—Pero no es fácil de conseguir.
—¿Dónde está?
—El ángel la tiene.
Espero que maldiga, que se agite, que enfurezca, que me diga algo cómo que todo esto es mi culpa. Todo. Menos que se quedara tan quieto como lo está ahora. Baja la mirada al piso evitando verme.