Despierto por el constante remolino que se remueve en mi estómago, exigiéndome algo de comida, solo así me percato de el extraño olor que invade la casa. Bajo por las escaleras buscando a Archer, puedo oírlo moverse por toda la cocina.
—Que bueno que despiertas—deja el sartén a un lado.
—¿Qué haces?
Hay cascaras de huevo por todo el lugar, polvo blanco encima de la encimera, y platos con una mezcla de dudosa procedencia.
—Pensé que sería bueno hacerte algo de comer en agradecimiento por dejarme quedar anoche.
—¿Dónde has aprendido a cocinar?
—Tengo mis talentos, Eve—sonríe sirviéndome un pan en forma redonda.
Sirve otro pedazo en un plato frente a él. Deja las cosas a un lado, guarda asiento en la silla frente a mí, espera ansioso a que pruebe su experimento. Parto el pan y lo llevo a mi boca.
—¡Diablos! —esta delicioso. —¿Qué esto?
—Pancakes.
—Tienes que pasarme la receta.
—Cuando quieras.
Devoro la comida, al igual que él.
—¿Has hablado con el ángel?’
De repente ya no tengo hambre. Dejo el tenedor a un lado.
—No.
—¿Debería preocuparme?
—No.
—Esta bien.
Pregunto otra cosa cambiando el tema.
—¿Cómo te fue con Maia? No se te veía muy bien que digamos.
Se remueve en su asiento nervioso.
—Estoy lidiando con un pequeño problema que planeo resolver.
—¿Debería preocuparme?
—No.
—Esta bien—repito igual que él.
Termina su comida sin decir otra palabra, su vista fija en el plato.
Estoy feliz de que haya encontrado a alguien que lo haga sentir feliz, pero me siento responsable de que algo le pasé a Maia por estar tan cerca de nosotros. Tengo que saber si él sabe lo que representa estar con ella.
—¿Archer?
—¿Sí?
—Sabes que me importas y que te he agarrado cierto cariño.
—Me estas asustando—retrocede en su asiento con el ceño fruncido.
—Lo que intento decir es, sabes que mientras Maia este cerca de ti corre peligro ¿verdad?
—Lo sé—regresa su mirada al plato.
Observa el resto de su comida como si estuviera esperando que una respuesta saliera de ella. Niega con la cabeza, se levanta de su asiento, toma nuestros platos dejándolos en el lavaplatos.
—Tengo que irme, te veo después.
Se despide recogiendo sus cosas, segundos después escucho la puerta cerrarse. No quise molestarlo, sé que todo esto es nuevo para él, solo intento protegerlo.
Deambulo por la casa buscando algo que hacer, sin embargo no importa lo que haga, mi mente siempre viaja a él. Esta en todas partes, cierro los ojos recordando los suyos, su cuerpo, sus caricias, sus labios. Lo extraño.
Nunca pensé decir esto, pero extraño que este molestándome, que me enfrente sin importar las consecuencias, que me bese como solo él sabe hacerlo, que me abrace y me diga que me quiere.
Lo extraño tanto que me asusta.
No entiendo cuándo ni como sucedió, pero creo que me enamoré de él. Y por esa misma razón me atrevo a ir hasta su casa. Sé que intentará regresarme al infierno, dejó muy claro que no va a darme otra oportunidad, pero tengo que advertirle que siguen buscándolo.
Toco la puerta, se abre un poco revelando el interior.
—¿Julian? —lo llamo con un nudo en la garganta.
No hay respuesta.
Entro a su casa buscándolo con la mirada, avanzo por el lugar nerviosa, me cuesta unos segundos darme cuenta que no está. ¿Qué se supone que haga ahora?
La puerta se cierra de golpe sobresaltándome, no necesito voltear para saber que es él.
Corre, todavía puedes escapar.
—Evelyn.
Mi corazón se agita con solo escuchar su voz, respiro hondo antes de enfrentarlo.
—Yo…—olvidé a que había venido. —No sé que hago aquí. No debí venir.
Me alejo de él con toda la intención de desaparecer.
—Me heriste—su voz me detiene.
—Lo sé.
—Me mentiste—avanza un paso sin apartar sus ojos de mí.
—Lo sé.
—Me apuñalaste por la espalda.
—Lo sé, lo sien…
—Pero también es cierto que sigo enamorado de ti—mi corazón se salta un latido.
¿Qué ha dicho?
—No sé cómo lo hiciste, pero te metiste aquí dentro y no te puedo sacar de ahí—apunta hacia su pecho de lado izquierdo. —Te sigo queriendo a pesar de todo, me importas y no quiero verte sufrir.
—Julian…
—He ido con mis superiores—me calla. —Se encargarán de los demonios, por eso mismo te recomiendo que no salgas.
—Ellos…
—No te harán daño si te quedas aquí.
No a mí, pero si a los demás. No pueden matarlos sin la daga, pero si pueden torturarlos hasta hacerlos hablar. Tengo sentimientos encontrados, lo miro debatiendo que decisión tomar.
—Creo que esto te pertenece—saco la daga que tengo escondida entre mi ropa. Estiro la mano para que la tome, no se mueve. —No te voy a atacar.
Agarra la daga rozando mis dedos, una electricidad fluye entre ellos, se aparta de inmediato. Sujeta el arma sin intenciones de dejarla ir de nuevo.
—Si no te importa tengo que asegurar esto.
Niego con la cabeza. Se aleja por el pasillo, de pronto detiene el paso y se gira para mirarme de nuevo.
—¿Qué estabas haciendo en la iglesia?
¡Vaya! Que rápido corren los chismes.
—Tenía un asunto que resolver.
—¿Qué asunto?
No me va a dejar ir tan fácil.
—Presumo sabes que atacaron a un hombre—asiente. —Quinn y sus amigas hicieron un pacto para que muriera.
—¿¡Qué!? —luce asombrado—El incendio…
—Un daeva ataco a Layla. No pude salvarla. Creí que lo mejor era hacer que Quinn y Amber olvidaran el ritual para que no volvieran a repetirlo y plantarles un último lindo recuerdo con su amiga.
—¿Cómo pudieron hacer algo así?
—Tenían sus razones para ello.
—¿Las defiendes? —enarca una ceja.
—No justifico sus métodos, pero entiendo sus razones.
—¿Las entiendes?
—Si.
Entrecierra los ojos inspeccionándome. Por un momento siento como toda la sangre se concentra en mi rostro. Aparto la mirada a un lado enfocándome en algún punto en la pared.