El Ángel en la Casa

Capítulo 4

 El murmullo de voces provenientes del refectorio le indicó que sus parientes ya se habían levantado y se disponían a tomar el desayuno. No era costumbre que sus primas estuvieran en casa tan tarde en día de escuela. De hecho no había esperado encontrárselas pasadas las nueve de la mañana, pero allí estaban.

Amanda miró el gran reloj de madera que adornaba el recibidor de su casa y se dio cuenta de que en realidad eran las siete.  El brillante sol de la mañana del incipiente verano había engañado a su cuerpo, confundiendo su reloj interno.

Los días soleados y cálidos como aquel no eran abundantes en Inglaterra y no pensaba esperar a que se fueran porque quería aprovechar el clima al máximo.

Se detuvo antes de entrar en el refectorio. Miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie circulando por el pasillo y le indicó a Callum con el dedo que guardara silencio. A continuación se adentró en el armario de las capas y paraguas del recibidor esperando a que él la siguiera. Cuando el muchacho lo hizo cerró la puerta tras él.

 La habitación armario era minúscula y oscura. Estaba llena de abrigos, gorros, guantes y atuendos para salir al exterior colgados por las paredes. Estos acosaban su cabeza y la obligaban a reclinarse hacia delante, mientras que Callum a su espalda tenía el mismo problema. Se quedó allí, parado, mirándola expectante a solo dos centímetros de ella. La luz de la mañana se colaba por las rendijas de las puertas, iluminándolos con tonos marrones, lo suficiente como para que pudiera ver el rostro del muchacho y el contorno de su cuerpo, pero rodeándolos de un halo de intimidad que no había planeado.

Su aroma masculino a tan poca distancia le aceleró el corazón. Le miró los labios sin poder recordar que era lo que planeaba decirle. Sus labios eran carnosos como los suyos, pero tenían una dureza que nada tenía que ver con la femenina. Amanda no se dio cuenta de que estaba allí parada observándoselos hasta que lo vio alzar la mano y tocarse la boca con los bonitos dedos masculinos.

—¿Tengo algo? —lo oyó susurrar, y lo bendijo por su inocencia.

Sacudió la cabeza como negativa. Y se planteó ponerse de puntillas en aquel mismo instante y rozárselos con los suyos. De todas formas ¿qué sabía él? Bien podía decirle que se trataba de un gesto cariñoso y totalmente normal entre amigos.

Respiró profundamente, su pecho parecía querer abrirse en dos y derramar todo el aquel alboroto que a duras penas contenía; todo aquel líquido cálido que la quemaba por dentro, y el tambor frenético que tenía por corazón… su pecho quería que lo hiciera. Pero una pequeña y aguafiestas vocecilla en el fondo de su cabeza le decía que aquello sería aprovecharse del muchacho.

Además corría el riesgo de encender la pasión de él y aunque el chico no supiera nada sobre el asunto, la naturaleza y el instinto le enseñarían como proceder. Siempre había oído decir que los hombres tenían una pasión implacable y difícilmente extinguible.

—Mi familia está en la sala de desayuno —se oyó decir con una voz modificada, y se enfrentó a un doble sentimiento, una parte de sí que se odiaba por no haber tomado lo que tanto quería y otra que le decía que había hecho lo correcto—. Sé que tienes muchas preguntas sobre lo que ocurrió ayer en la iglesia, pero después del desayuno estaremos todo el día a solas. Tendremos tiempo para hablar largo y tendido. Por favor, no te reveles ante nadie hasta escuchar todo lo que tengo que decirte.

            Callum asintió con conformidad.

Sin añadir nada más, Amanda irguió su tembloroso brazo para abrir el armario y salir al exterior, pero antes de lograrlo, él tiró de su camisa haciéndola rebotar contra su pecho. Tuvo que agarrarse a su hombro y a su brazo para no perder el equilibrio, mientras sentía los nudillos que aun agarraban la prenda contra su estómago.

—No me gustan los guisantes —susurró en su oído, totalmente ajeno a la tormenta que se estaba desatando dentro de ella—. Me hacían comerlos en el Andrónicus, pero no quiero comerlos aquí.

—De acuerdo —musitó sin aliento. Rogando que el muchacho la empujara hacia afuera, porque se sentía totalmente incapaz de soltarlo por cuenta propia.

Pero él no lo hizo, sino que pareció desarrollar una fijación con su pelo. Usó la mano que tenía libre para coger un mechó rubio y acariciarlo entre sus dedos. Después bajó los ojos para depositarlos en su rostro, parecía un tanto confundido.

—No me encuentro bien del todo —le aseguró mientras respiraba de forma pesada.

Amanda sintió como si hubiera vertido aceite en el fuego de su interior, pero a la vez se compadeció de la confusión del muchacho.

— No te preocupes —exhaló cerca de su rostro—. Es porque hace mucho calor en este armario, te encontrarás mejor fuera.

El asintió con los ojos aun clavados en los suyos.

Acto seguido abrió la puerta del armario. La luz y el cambio de temperatura logró devolverlos a la realidad.




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