Durante cinco días, Amanda se sumió en una nueva rutina que dio forma a su vida. Y casi no recordaba cómo había sido esta antes de Callum.
Por las mañanas entrenaban con los métodos de lucha que él conocía y disfrutaban del lago, donde le estaba enseñando a nadar. Sus músculos dolían tanto por los golpes de fuera como por los cambios que estaban sufriendo en su interior, pero se sentía más enérgica y ágil que nunca.
Callum era desenfado y siempre estaba bromeando, y tenía la capacidad de devolverla a su infancia, con sus juegos y sus travesuras. Cuando estaba con él el tiempo volaba y a la vez cinco minutos a su lado eran más intensos que los dieciocho años de su vida antes de conocerlo.
Esa tarda una intensa lluvia veraniega los había obligado a esconderse en la biblioteca donde las demás no los molestarían.
―¿Qué estas ojeando? ―le preguntó con curiosidad.
El joven era una constante fuente de novedad para ella, ya que a pesar de pertenecer a la misma especie podía notar las diferencias de su comportamiento, sus temas de conversación y su forma de abordar la vida. No era mejor ni peor que la compañía de una muchacha, pero era ciertamente distinta; y después de dieciocho años en Crawley, distinto era todo lo que anhelaba.
Callum tenía más predisposición para detenerse a analizar y comentar los mecanismos de todo cuanto se encontraba, pero no se detenía mucho en profundizar sobre temas abstractos como estaba acostumbrada a hacer con sus amigas. No podía evitar notar que cuando conversaba tendía a desestructurar y simplificar la realidad cogiendo lo más simple y esencial para sus argumentos. Charlar con una fémina, en su lugar, suponía incluir pequeños detalles a la realidad que la retorcían y complicaban por el simple disfrute de hacerlo.
—Estas ilustraciones sobre antiguos métodos de tortura — contestó él entusiasmado, alzando el libro al levantarse para acercarse a ella.
Las amarillentas páginas mostraban grotescos dibujos medievales de personas sufriendo distintos tipos de castigos, en ocasiones con extraños aparatos, en otras con objetos cotidianos que podrían haber encontrado en aquella misma sala.
—¡Qué sádico, Callum —dijo arrugando el rostro con desagrado.
—¿Verdad? —celebró él—. Algunos son tan simples como retorcidos. Me pregunto a quién se le habrá ocurrido tales ideas.
—A los chinos, seguro —bromeó ella, volviendo a su dibujo. En realidad quería dibujarle a él, pero para eso tendría que estarse quieto. Por esa razón se decantó por un florero.
—Muy inteligente, mi joven amiga. Las más simples y retorcidas son las torturas chinas. Sin embargo, no entiendo cual es la maldad de una de ellas —dijo pasando varias páginas para buscar algo que ya había visto.
El olor a polvo que levantaron las hojas fue otro indicio de que el libro solo había despertado el interés de Callum en aquella casa. Otra prueba de que su adorado siervo era un sádico.
—Inmovilizan al reo bajo el goteo constante de una gota fría de agua —leyó Callum mientras arrugaba el entrecejo—. Esto solo supone una tortura si eres un cochino al que no le gusta bañarse.
Amanda rio, fallando como consecuencia uno de sus trazos.
—Es obvio que la gota cae siempre en el mismo punto de…,la frente diría yo. Eso durante días debe ser bastante enloquecedor.
Callum alzó la vista para contemplarla con exagerado horror.
—Que mente tan retorcida tienes, rubita —apreció fingiendo repentino temor. Y a continuación se apresuró en voltear el libro entre sus manos para observar la portada.
—¿Qué haces?
—Comprobar si tu eres la autora.
Amanda no pudo evitar volver a reír a pesar de sí misma.
—Lo soy, y en este mismo momento se me está ocurriendo una con guisantes para esta misma noche.