El Ángel en la Casa

Capítulo 11

El Hall de Crawley nunca antes había estado tan atestado de gente. A penas se podía respirar por la marabunta de cuerpos que ocupaban la sala. Pero Amanda se hubiera sentido igual incluso si la sala hubiera estado vacía, porque la imperiosa sensación de que un muro la separaba del resto del mundo, no la había abandonado ni un segundo desde el momento en el que tomaran a Callum.

            Aquella mañana los periódicos de todo el mundo repetían la misma portada. Una historia real en la que un experimento llevado a cabo por la alcaldesa de un pequeño pueblo de Inglaterra, exponía con rudeza el supuesto comportamiento agresivo y descontrolado del siervo que había sido despertado para llevarlo a cabo. El artículo malinterpretaba y exageraba los moratones de Amanda, el cambio en su comportamiento, el incidente con Oscar, y demás travesuras de Callum, y estaba redactado de forma tan grotesca y gótica que nada tenía que envidiar de la escritura de Anne Radclife.

            Amanda se había quedado afónica la noche anterior intentando convencer a su madre de que todas esas acusaciones eran infundadas y asegurándole que debía cambiar de idea respecto a los hombres en general y respecto a Callum en particular. Durante su discurso había pasado por todas las fases y había utilizado todas las técnicas, el razonamiento, la rabia, el cariño, e incluso le había asegurado que se suicidaría; pero todo ello no pareció sino convencer aun más a su madre del peligro que los hombres suponían. Incluso a sabiendas de que Callum no era el monstruo que había imaginado, estaba completamente decidida a mantener su postura.

            Finalmente, agotada y con los nervios destrozados se había retirado a su habitación para llorar y reflexionar sobre cuáles eran sus opciones.

            Al alba, y sin haber pegado ojo, se dirigió a la posada en la que se alojaba Elizabeth Hale y le explicó de forma razonada e intentando parecer lo más sincera posible, la verdadera historia tras el experimento. Pero la señora Hale, a pesar de mostrarse mucho más conmovida que Mary, le había asegurado que era demasiado tarde para eliminar el artículo de los periódicos.

            Amanda no sabía qué más podía hacer, su mente estaba colapsada por las circunstancias y la sentía entumecida y extraña.

           

            Elizabeth Hale le había dado esperanzas con respecto a la votación, asegurándole que, incluso a pesar del experimento, tenían posibilidades de ganar. Lo único que le quedaba por hacer era esperar que la mujer no se equivocase. 

            Elizabeth Hale subió los escalones del palco del Hall de Crawley y el murmullo que rodeaba a Amanda comenzó a disminuir hasta extinguirse por completo.

            La mujer saludó a la audiencia y pronunció varias palabras, pero la mente aletargada de Amanda no lograba prestar atención a ninguna de ellas, hasta que dijo las palabras que incendiaron sus nervios, despertándola por completo.

            ―El resultado de la Gran Votación sobre la liberación de los hombres es…

            ‹Positivo›, gritó la mente de Amanda.

            ―Positivo ―susurraron sus temblorosos labios. Se agarró el estómago con el brazo derecho. También sus extremidades temblaban como un perrito mojado bajo la lluvia. Sus nervios dolían por toda la extensión de su ser, como si pudiera reconocer a la perfección donde comenzaban y por donde viajaban hasta su cerebro. El cual estaba enajenado por la sensación más sobrecogedora que jamás había experimentado. Si existía el infierno, debía tratarse de algo muy parecido a lo que estaba sintiendo en ese instante. 

            Aquel instante. Aquella simple fracción de segundo era consumadamente distinta a todas las demás. Un momento en el tiempo que no pertenecía a este mundo y jamás lo haría. Amanda no lo aceptaría como parte de su vida, porque todas las constantes vitales de su cuerpo se detuvieron, como si la muerte hubiera invadido su ser solo por los cinco minutos que el veredicto de la Gran Votación tardo en viajar desde la hoja de papel que sostenía Elizabeth Hale hasta el aire que salió por sus labios.

            ―Negativo.

            Un revuelo azotó la sala y estalló en vítores. Gran parte de las asistentes del Hall de Crawley estaban a favor de la esclavitud masculina. Cada mujer en el mundo tenía sus malditas razones superficiales para decidir si querían devolverles a sus siervos sus cerebros o no. Ninguna de ellas sabía lo que era amar desesperadamente a una de esas mentes. Vivir en una realidad con una primavera llena de preciosos colores y aromas embriagadores, de mariposas bailarinas, de cantos de pájaros y cálidos rayos de sol; todo ello comprimido en el interior de tu pecho por la simple existencia de una persona. Y acababan de asesinarlo. Acababan de asesinarla.




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