“Se puede sobrevivir a todo excepto la muerte, y conseguir borrar cualquier cosa excepto una buena reputación”
Oscar Wilde
1947 - 1953
No recuerdo mucho de mis padres.
Supongo que el perderlos tan joven no me sirvió de ayuda. No llegué a tenerlo para ese momento en tu vida donde ya comienzas a vivir momentos que puedes recordar en el futuro. Por eso a mi me gusta pensar que en realidad, nunca tuve padres. Porque lo único que sí puedo recordar de ellos no es bueno.
Papá se llamaba Jean Dumont, y fumaba, bueno, como todo el mundo. Siendo honesto, eso es lo único que sé de él, y es porque mi sola prueba de que ese hombre existió es el encendedor que me dio un día, el cual estaba bastante gastado. No sé nada más. Mamá, en cambio, se llamaba Monique Crusoe, y le encantaba la música. No me acuerdo de su voz, pero me acuerdo de su voz cuando cantaba. Porque era hermosa.
La voz de papá sí la recuerdo, siempre gritaba. Durante los pocos años que viví con él lo único que salía de su boca eran gritos, y no dirigidos a mí. Le gritaba a mamá, todo el tiempo. Por eso digo que lo suyo nunca fue bueno.
Te diría que quisiera poder contarte más sobre ellos, pero la verdad es que no quiero. No se lo merecen.
Tal vez no debería ser tan duro con mamá, ella realmente nunca hizo nada. Sin embargo, eso también podría ser el problema, que nunca hizo nada. No hizo nada cuando la obligaron a casarse con ese hombre (porque dudo que haya querido por si sola), no hizo nada en todos esos años de maltrato, y no hizo nada esa noche.
La noche de la desgracia.
“Pobre niño”
“Ay...tan chiquito y ya sufriendo cosas tan horribles”
“No va a poder olvidarse más de esto”
Apenas recuerdo algunas imágenes de ese momento.
Mis padres terminaron igual a como empezaron; mal. Y yo terminé en un lugar que me abrió dos posibilidades y una elección que cambió mi vida. Supongo que la vida es así, que dependes de lo que decides y pierdes de esas decisiones que jamás tomaste pero que siempre estuvieron ahí, siendo esa mera posibilidad que puede cambiar todo.
Porque si yo a los cinco años me hubiera quedado en el orfanato, tal vez nunca estaría contándote esta historia. Un criminal habría sido de todas formas, pero no sé si uno tan imbécil.
Después de dos meses de la muerte de mi madre, ya casi ni pensaba en ella. A pesar de ser un niño, me había adaptado bien al lugar, y a su sistema.
—Aquí adentro vas a aprender a sobrevivir allá afuera. —Decía el director del orfanato señalando la ventana. —En el mundo real. Porque ahí, la gente es mala, cruel y egoísta. Y depende de ti si comer o que coman de tu carne.
Fue la primera vez que entendí que en el mundo real, nadie iba a ayudarme. Porque estaba solo. Siempre lo estuve, a mi propia suerte. El orfanato fue solo el inicio.
—Las reglas son fáciles. —Dijo. —Aquí, si tienes hambre, puedes comer. Pero esa comida la tienes que ganar. ¿Cómo? Con dinero. El dinero mueve a nuestro mundo, Rudy. ¿Y sabés cómo se consigue dinero?
Negué con la cabeza.
—Trabajando. —caminaba de aquí para allá con su traje blanco y su sombrerillo. —¿Has trabajado alguna vez?
Volví a negar.
—Claro que no, eres un niño. ¡Pero! Para tu suerte, aquí vas a aprender algo distinto a trabajar que también puede conseguirte dinero, por lo tanto, comida. ¿Sabes lo que es?
Tercera vez que negaba.
—El tomar prestado ciertas cosas ajenas que pueden ayudarte.
El director me caía bien, probablemente porque yo era un niño y el único hombre adulto que había conocido era mi padre, y mi padre se la pasaba gritando. Pero él no, no gritaba. Entonces, me caía bien. Tenía una cicatriz enorme en el rostro que le iba desde arriba de la ceja derecha hasta abajo del ojo izquierdo.
Daba miedo a la mayoría de los niños.
—Todos los días, tu y tus amiguitos salen del orfanato a las calles a buscar esas cosas que tienes que quitarle a las personas que no lo necesitan. Es como un juego de búsqueda. Al final de la semana, me vas a traer todo eso que recolectaste, y si conseguiste todo lo que te pedí, vas a recibir mucho a cambio. Si no lo haces, vas a tener que seguir buscando. ¿Entiendes?
Primera vez que asentí.
—¡Buen chico! ¡Vas a ser un excelente jugador! —Me palmeó la espalda. —Y en unos años...vas a poder decir que aprendiste un buen oficio en este orfanato.
A partir de ahí, comencé a aprender a robar.
Al principio era muy malo, claro. Los otros niños del orfanato me ayudaron a perfeccionarme. Perdí varios kilos los primeros meses, pero para el final del semestre ya era un experto, tenía las manos más ligeras que un gato.
—Es fácil, solo tienes que olvidarte que estas robando, porque la persona no sabe que le vas a robar. Entonces, si ninguno de lo dos es consciente de lo que estás haciendo, ninguno se dará cuenta. —Me decía Paul, uno de los niños más grandes.
Estábamos sentados en el faro de la ciudad, con nuestras escuálidas piernas colgando de él. Lo único que evitaba que nos cayéramos eran las rejas que comenzaban a oxidarse.
Así como nosotros.
Paul ya llevaba casi cinco años en el orfanato.
Descubrí también, llevando más tiempo en él, que el orfanato no era un buen lugar. Era divertido, y podía decir que tenía doce hermanos, pero no era nada mejor que mi casa con mis padres. Los gritos se habían sustituido por algún que otro golpe, o castigos más malvados, como días sin comer. Era un lugar egoísta.
Y el director, después de un año, dejó de caerme tan bien.
Porque él siempre tenía hambre, al parecer, pero no la misma hambre que nosotros. Él tenía hambre para gastar comida, nosotros teníamos hambre para sobrevivir, e irónicamente, el único que no faltaba un día sin comer era él.
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Editado: 14.08.2024