Promediaba el año 1999 a.C. y en un pueblo destruido, un joven hombre solitario se encontraba sentado sobre una columna ruinosa.
Era evidente que en aquel lugar, antes conocido como Borsippa, había ocurrido algo inimaginable. La arena estaba vitrificada por la exposición a un calor inmensurable. Al ermitaño le costaba creer que toda aquella devastación fuese real, pero mientras sus pies se hundían en la arena, sus dudas acerca de lo que veía se iban disipando, no estaba alucinando, aquello era real. Él era un hitita, miembro de un reino cuyo final había llegado a término pocos días antes que llegara al pueblo destruido. Se sentía totalmente abrumado por lo que veía, pero aún más por el objeto que encontró en lo que era una torre chamuscada: había hallado un arco blanco, como de hueso, con una bella gema verde-azulada incrustada en medio.
Lo que realmente angustiaba a aquel nómada no era el arco en sí mismo, sino que desde la gema que llevaba incrustada podía presentir una misteriosa voz hablándole directamente a su mente. Cada paso que daba le revelaba un derramamiento de sangre. El arco le llamaba, le hablaba, le relataba su historia, y al hacerlo, lo llamaba por su nombre: "Nivske".
Nivske había llegado hasta aquel lugar por la invitación de un familiar suyo. Le dijeron que asistiera a Borsippa para participar de la ceremonia inaugural de una gran torre que el Rey Nimrod había construido como monumento a la Diosa Ishtar. Llamado por la aventura y las promesas de gloria en una marcha santa, Nivske abandonó su pueblo natal y se dirigió al lugar al que lo habían invitado. Durante el camino imaginó la fiesta que habría de celebrarse y ya saboreaba las delicias de tierras extranjeras. Nada de aquello lo preparó para la desastrosa sorpresa que sobrecogió su alma... Nivske jamás se imaginó que tal horror pudiera existir.
Cuando llegó al centro del pueblo y vio la torre en ruinas, imaginó que algún ejército inmenso habría aniquilado al Rey y a todos sus súbditos, pero no habían cadáveres por ningún sitio aunque todo pareciera quemado. Eso le perturbaba aún más y sentía que estaba en peligro. Entonces vio un resplandor entre las negras rocas caídas de la torre. Hipnotizado por la belleza del brillo, el joven Nivske se internó entre las plataformas carbonizadas y halló el arco.
Desde aquel momento sintió que tenía algo importante que hacer y, guiado por las instrucciones del propio arco, abandonó las ruinas de Borsippa, rumbo a Occidente.
Tras un largo y penumbroso viaje por la llanura de Konya y los Montes Boz, Nivkse fue a dar al mar Egeo. Sentía que la voz de la reliquia que llevaba le decía por dónde ir y le protegía de los peligros del camino. Pudo reconocer en aquella presencia arcana el calor de la ancestral diosa patronal: Morana, lo que convirtió su miedo en una necesidad de llegar a...; a pesar de que no tenía idea hacia dónde se dirigía, sabía que estaba yendo por el camino correcto.
En la costa, abordó un buque comercial y se lanzó a la mar, cruzando el Egeo. Ni las tormentas o las marejadas lo distrajeron del lugar que tenía fijo en su mente: donde el sol se ocultaba. Semanas más tarde llegó a una próspera urbe en una isla llamada Creta.
Allí, las raíces de una cultura estaban floreciendo y Nivske se fascinó por lo que vio. El joven era tan solo un campesino humilde y jamás en su vida había estado en una ciudad como aquella.
Pero tenía hambre y el agotamiento casi lo vencía. Las pocas monedas que llevaba consigo se le habían acabado durante el viaje por mar y ya no tenía forma de conseguir más alimentos; ni siquiera hablaba la extraña lengua de aquel lugar. Una vez más, presintió la imponente presencia del arco en su interior: apretó la reliquia entre sus brazos y dejó que un instinto superior lo guiara. De ese modo fue a parar a un templo. Miró la entrada y se derrumbó sobre los escalones.
Fue despertado por una voz que le llamaba por su nombre. Era una voz delicada, femenina. Se sintió reconfortando y entonces percibió una luz en su frente; hizo un esfuerzo insistente hasta que finalmente pudo abrir los ojos. Eran como dos gemas verdes incrustadas en un rostro, como solo en la imaginación de los poetas pudiera concebirse. Sin duda, aquella debió ser la mujer más hermosa que había visto en su vida.
—Te estaba esperando —le dijo la mujer en su propia lengua, ayudándole a incorporarse.
—¿Quién eres? —preguntó Nivske, sumido en una mezcla de embelesamiento y confusión.
—Me llaman Kora —respondió—. Soy una Nocturna Iniciada en la Sabiduría de los Dioses y el Oráculo había predicho tu llegada.
—¿O-Oráculo?
Aquella palabra no estaba en el vocabulario de Nivske. Ella, en silencio, lo ayudó a caminar hasta el interior del templo y luego le ofreció algunas frutas que él comió vorazmente.
—Un Oráculo es una virgen que predice el destino de los hombres —explicó Kora.
—En mi país no existe tal cosa.
—Lo sé.
—¿Y cómo es que conoces mi idioma?
—Soy una estudiosa, mi deber es conocer todas las lenguas del mundo.
Los ojos de Kora se fijaron sobre el arco que Nivske había dejado reposar contra una pared. Dio un suspiro de alivio cuando vio la reliquia.
—El arco que traes contigo...
Nivske le echó una ojeada.
—¡Oh, el arco! Lo encontré en Borssipa. Siento que ese arco es el que me trajo hasta aquí.
—Creo que no entiendo.
—No sé explicarlo —replicó Nivske, sin dejar de comer—. Desde que lo encontré no he dejado de tener extraños pensamientos. Es como si el arco tuviera vida y me hablase de formas extrañas. Los pensamientos que vienen a mi cabeza son desordenados; creo que está embrujado.
Kora sonrió, tal vez por la inocencia de Nivske o solo por su forma de comer.
—No es un embrujo, Nivske...
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó, sorprendido.
—El oráculo me lo reveló.
—Vuestro Oráculo es muy bueno entonces.
—Ven conmigo, quiero mostrarte algo.