El Arco de Artemisa - Segundo Episodio, Los Doce Misterios

10. Rhupay y Valya...

Las estrellas titilaban en el cielo despejado, el sonido de una quena acompañaba su brillo en singular soledad. Sentado en la rama de un enorme árbol, a más de 30 metros de altura, un jovenzuelo de no más de 15 años soplaba el instrumento óseo, haciéndolo cantar. Sus duras y afiladas facciones andinas mostraban una calma única mientras interpretaba una melancólica melodía. La noche era fresca, ni muy cálida ni tampoco demasiado fría. Él tocaba con los ojos cerrados. Vestía un pantalón negro y botas de cuero, y sobre su torso desnudo, cubriendo su piel morena, lucía un chaleco de cuero negro. El fibroso joven denotaba la intensidad del entrenamiento que había llevado desde su nacimiento. Criado en Bolivia e instruido en las artes militares por los mejores maestros de la Ciudadela de Erks, las habilidades físicas y mentales del chico habían sobrepasado los límites del entendimiento humano. Su nombre era Rhupay Yupanki y había subido a aquel árbol para descansar luego de una larga jornada de prácticas. Su mente lo transportaba a la ciudad de La Paz, hacia aquellos camaradas a los que había salvado de las garras de la Fraternidad Blanca. Habían transcurrido solo meses de aquello; pero a él le parecían años.

De repente vio su melodía interrumpida por la llegada de una amiga:

—Deberías dormir —le dijo la visitante. Él, dejando de tocar y mirándola, le sonrió.
—Quizás, Valya, quizás; pero no puedo dejar de pensar.

Valya Willhelmsson era la última noble de una casta vikinga de reyes islandeses. Era tan solo dos años más joven que Rhupay, pero sus poderes no tenían nada que envidarle. Criada junto a Rhupay y su abuelo, la muchacha había alcanzando un nivel de guerrera envidiable para cualquier estudiante hiperbóreo. Su caballera era rubia como los rayos del sol, sus ojos eran calmos, de un profundo verde esmeralda que se confundía con los tonos de las hojas más verdes del campo. Su bello y formado cuerpo era engañosamente frágil, pues podía partir enormes rocas de solo una patada. Contrastando con la candidez y hermosura de su rostro, se distinguían perfectamente los gestos y expresiones de una jovencita de carácter duro. Era muy pequeña cuando quedó huérfana. Sus padres habían sido asesinados por el poderoso demonio Golab y el cruel Héxabor. El abuelo de Rhupay, en su calidad de padrino de Valya, viajó a Islandia ni bien supo la noticia y adoptó a la niña, llevándola a Bolivia. De su tierra natal, ella solo se llevó el violín de su madre, instrumento que había aprendido para estar siempre en contacto con sus ancestros. La luna había sido privilegiada espectadora de bellos conciertos de violín y quena que Rhupay y Valya daban para las noches serenas. Aquella pudo ser una noche perfecta para otro concierto, pero el día que vendría sería arduo y no tenían tiempo para la música.

—¿Aún piensas en ellos? —preguntó Valya.
—No he dejado de hacerlo desde que regresamos a Erks.
—Estarán bien, lo sabes.
—No me preocupa su travesía para llegar aquí, me preocupa que no sean capaces de despertar sus poderes, a pesar del entrenamiento.
—¿Acaso dudas de sus espíritus?
—No es eso —Rhupay se veía algo agobiado. De un salto bajó del árbol y cayó livianamente sobre la hierba como si fuera una hoja ligera—. Cuando los rescaté, los sentí tan... tan...
—¿Perdidos? —completó Valya, pero Rhupay negó con la cabeza.
—Anímicos, Valya, anímicos. Aún sufren y viven dominados por su corazón.
—¿Y acaso tú ya has dominado el tuyo? —dijo Valya, acariciando el mentón de Ruphay— Aprender a dar caricias toma más tiempo del que ellos han vivido.
—No están listos.
—Tampoco lo estábamos nosotros cuando empezamos a entrenar.
—Empezamos muy pequeños.
—Pero nuestros Espíritus son tan viejos como los de ellos. Recordamos nuestras vidas pasadas y estoy segura que ellos también las recordarán. Ten confianza.
—Me esfuerzo por tenerla.
—Si no puedes confiar en ellos, confía en lo que tu sangre te diga.
—Lo harán bien —titubeó Rhupay, ganando confianza—, lo sé... pero...
—Ten calma, mi querido Rhupay. Todo saldrá bien.

El chico abrazó a su amiga de infancia con ternura natural, fraternal, pero con firmeza. Él sentía en su pecho todo lo que Valya representaba en su vida. Ella era una hermana, una camarada, parte de su familia y mucho más. Y ella sentía lo mismo por él. Rhupay era la única familia que le quedaba y, por todo su entrenamiento, sabía perfectamente bien que los dos estaban destinados a luchar juntos. Sin embargo, la lucha de sentimientos encontrados los había unido de más formas que solo los lazos fraternales. Carentes de moral o ética cultural, ambos se habían convertido en una mezcla insólita de hermanos y amantes. Su amor no se trataba de amistad, sino de la más pura camaradería que surge entre hermanos de trinchera. Cuando la guerra acude ellos luchan espalda contra espalda, se curan, se consuelan, se protegen y se abrigan. No era raro que ella le hubiera entregado a él su primera vez, y viceversa; tampoco lo era que en batallas anteriores hubieran tenido que luchar aún sin estar preparados, sobreviviendo lo indecible. Ellos se complementaban, eran una sola falange y eso los convertía en guerreros efectivos y poderosos.

—Vamos a dormir —dijo Valya al oído de Rhupay—. Ven a la cama conmigo esta noche.
—¿No tocarás el violín?
—Mañana quizá. Cuando ellos estén entre nosotros.
—Lycanon, Dianara y Gorkhan —murmuró Rhupay.
—Y Rit, Hagal, Debla y Ninurtske también. Confía en sus espíritus...
—Siempre sabes cómo calmarme —dijo Ruphay, sonriendo; pero no podía dejar de pensar en todo lo ocurrido durante los meses que conoció a los viajeros de La Paz que iban camino a Erks, su mente no se alejaba de Lycanon y... algo, alguien... Una amenaza oscura que ocultaba un conflicto viejo y un secreto mortal. Vairon, Lycanon... Laycón... alguien más, alguien que se oculta bajo las sombras. Un dios. Grandes fuerzas antagónicas estaban por reunirse, y esa reunión podría ser muy peligrosa, Rhupay lo sabía, y temía.




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