El Arco de Artemisa - Segundo Episodio, Los Doce Misterios

12. Héxabor...

La gloria del sacrificio para la ascensión del Pueblo de Jehovah Dios. Es Su Santa Voluntad que nuestra raza alcance las estrellas, mas cuánto habremos de aguardar. Sacrificad a los gentiles y seréis salvos, hijos de Abel, hijos de Israel, hijos del corazón cálido y tierno. Sufrid, sufrid hasta purgar vuestras almas del pecado. ¡SUFRID!, pues vuestro dolor le es agradable a Dios Sebaoth, Dios Adonai, Jehovah-Satanás Todopoderoso, nuestro Señor y Creador.

Héxabor

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En una remota región del altiplano boliviano había un pueblo abandonado, situado en un acantilado de incierto final. El poblado fantasma prácticamente pendía de uno de los riscos del acantilado, construido en un pliegue de uno de sus cantos. Hace siglos que ya nadie vivía allí, los únicos habitantes eran viejas almas en pena que quedaron atrapadas por la tristeza y el sufrimiento. A veces las almas hablaban al viento y podían oírse sus susurros como si vinieran de lugares profundos bajo la tierra. En otras ocasiones las ánimas se arremolinaban a la carretera que une La Paz con Oruro, asustando a los conductores que, en horas de madrugada, decían ver extrañas figuras antropomorfas cruzando el camino. Sin embargo, aquella noche del 3 de enero del 2000 los fantasmas del pueblo se vestían de gala para recibir la visita de los vivos.

Llegados junto a una congregación de campesinos fanáticos, los amautas del bonete blanco celebraban la llegada de un alto Druida Cáster de Chang Shambalá, enviado del mismísimo Concilio del Tetragrámaton. La llegada de este importante personaje dentro del monacato sinárquico era razón de fiesta. Desde el medio día los amautas del bonete blanco invocaban entre ritos y oraciones al Dios Sol y a Pacha, para que el tiempo les sea siempre favorable. Junto a ellos había llegado una numerosa congregación de poderosos comerciantes de los avernos y las calles Eloy Salmón, Huyustus y del mercado de la 16 de Julio de la ciudad de El Alto. Todos los juergueros, varones en su totalidad, eran la cepa neta de la burguesía aymara y acompañaban a sus sacerdotes en el evento que se avecinaba. Varias llamas habían sido sacrificadas y también adolescentes vírgenes. Los hipnóticos conjuros de los más altos amautas aymaras habían puesto a la congregación que los acompañaba en un estado de trance. Entre los presentes, sentado en un asiento hecho de huesos humanos, se hallaba el invitado de honor, un personaje cuya delgadez dejaba ver su piel pegarse a los huesos. Era de virtuosa altura y facciones crudas. Carecía de cejas, pestañas o cualquier clase de vello corporal a excepción de un delgado y larguísimo mechón de cabello situado sobre su casi calva cabeza. Ese mechón de pelo negro estaba amarrado en forma de una trenza larga para formar un moño. Su piel era pálida y carecía de color en todo su cuerpo. Sus labios casi se camuflaban ante la descolorida masa de piel que cubría su esqueleto cadavérico. Sus ojos rojizos, acomodados bajo su abultado arco superciliar, eran lo único colorido en todo su cuerpo y resaltaban como dos puntos colorados sobre una hoja blanca de papel. Su única indumentaria era una túnica blanca y un cayado de marfil en su mano derecha.

Entrada la tarde los rituales parecían estar a punto de acabar. Uno de los amautas, vestido con plumas de flamenco rosado, se paró frente a la congregación y, en lengua aymara, dijo:

¡Nuestras oraciones han sido escuchadas. El Padre Tiempo está complacido!

De forma repentina los asistentes empezaron a salir del trance y luego, extrayendo de ollas enterradas entre piedras al rojo vivo, empezaron a compartir diversos alimentos que habían dejado cocer al calor de aquellos pedruscos hirvientes. El aphtaphi había comenzado. Todos comían, reían, fornicaban y bebían a gusto y placer. Una gran orgía había iniciado. De los pueblos adyacentes, los burgueses aymaras habían traído numerosas muchachas vírgenes para la fiesta ritual; a ellas les servían chicha, cerveza y alguna droga, de modo que estando ebrias se entregaban sin mayores remordimientos o pudor a la orgía. Mientras la fiesta proseguía, los sacerdotes se aproximaron al hombre vestido de blanco y le sirvieron en un plato de barro una ración de tunta, papas, chuño y carne humana convertida en charke.

—Una ufrenda de comida para su emenencia —dijo uno de los amautas en un endeble español. Invitación que el comensal aceptó agachando levemente la cabeza, en señal de agradecimiento y respeto.

A medida que la fiesta transcurría, las bebidas alcohólicas, las yerbas alucinógenas y la gula sin control se apoderaron de todos los presentes. Muchos fornicaban en incansable sodomía mientras bebían y comían. El frígido aire altiplánico había empezado a calentarse en aquel acantilado invadido por risas, voces, gritos y gemidos de placer. El frenesí de las pasiones había derivado en una orgía tan esplendorosa que algunos miembros de la congregación empezaron a desmayar, cayendo muertos por el cansancio, la indigestión y la intoxicación.

Casi a la media noche, los amautas del bonete blanco y el invitado de honor se retiraron hacia la vieja iglesia abandonada. Se sentaron alrededor de una mesa y empezaron la reunión final.

—A nombre del Tetragrámaton y el Concejo de la Sinarquía, felicita el Maestre Soros por vuestros avances —dijo el invitado de honor, tenía un dejo extranjero al hablar; no obstante los presentes le entendían—. Quiero saber si ya están listas las cosas para la entelequia del pueblo.
Ya'stán, su emenencia —dijo uno de los amautas—. Pronto wa haber revolución de los movimientos sociales para tomar el poder para nosotros. El líder elegedo está ahorita en Chapare, preparándose para el ashalto. Él no sabe su funshón y se limita a seguir nuestro consejo nomás.
—Ya es tiempo entonces de que el Maestre Soros deposite el dinero que necesitarán para su revolución. Elecciones posteriores garantizadas tienen que tener: deben tomar el país.
—Estábamos esperando esa platita pues jefe.
—La tendrán pronto. Quiero que ahora me digan si el viejo ciego ha sido encontrado.
—En Erks dice que está. No había abandonado la ciudadela desde que se fue de nuestras tierras. Ya nadie shempre hay en el Chuquiago-marka. Ahorita mismo debe estar por reunirse con la Rowena y los siete elegedos. Dicen la coca que el cacique Voltán los acompaña.
—Golab, esto es su culpa —farfulló el invitado principal—. San Miguel está molesto, Pacha nos pide apresurar la toma de Tiwanaku.
—Más estamos trabajando, su emenencia. Pero nada shempre coopera este Gobierno.
—No sean tontos. Jamás el eje carismático podrá ser tomado desde esta dimensión. El Gobierno de este país no nos será de utilidad hasta que ustedes no lo tomen. Lo que necesitamos es encontrar la forma de cruzar la Umbra para acercarnos a Tiwanaku desde el otro lado.
—Esas las ruinas bien cercadas están shempre, el cacique Voltán ahí vive. Aunque bien harto hemos querido abrir el cerco, no ha habido forma pues jefe.
—Tendremos que aceptar que dependemos del increíble poder de Golab para abrir ese cerco. Sin embargo, me preocupa mucho ese demonio. Existe un misterio rodeándolo, algo que nos amenaza a todos. Espero estar equivocado, pero este descuido tan terrible mis sospechas despierta.




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