El universo se encarga de tejer caminos que nos llevan hacia lugares y personas que nos esperan sin saberlo.
AMALIA
Mi madre siempre me dijo que las cosas nunca pasan por casualidad, sea destino, suerte, vida, obra del universo o quizás que los planetas se alinean en el momento exacto, pero alguna de esas cosas al final le da el sentido a todo lo que ocurre en nuestra vida, te pone en el momento y lugar preciso.
Pero yo no lograba entender qué parte de mi cerebro había decidido que, tomar el primer avión hacia el otro lado del mundo, para trabajar en una empresa en la que la única noción que tenía se basa en unas revistas que mi mejor amiga leía y, que gustosamente me había dado horas antes junto con una larga charla sobre los avances y problemas que ha tenido, junto con algunos chismes sobre su nuevo propietario, era la mejor opción.
Respira Amalia, tranquila.
Me había repetido por décima vez en los últimos veinte minutos, pero como era de esperarse, no había tenido mayor impacto en mi nivel de estrés.
Aún así, me esforcé en respirar hondo antes de mirar a los dos lados para cruzar la calle, pero en mi afán, sin ser consciente de mis actos por completo, apreté de más el vaso de café en mi mano. Maldije por lo bajo cuando las gotas que resbalaban por los lados me quemaron levemente.
Cambié el vaso de mano y sacudí la otra tratando de calmar el ardor.
Como pude me abrí paso entre toda la gente que al igual que yo, caminaba con cierta prisa hacía sus destinos. Así era la vida en Nueva York, todos parecían estar ocupados en caminar lo suficientemente rápido para cumplir con algún compromiso, cada quien tan sumergido en sí mismo como para prestar la suficiente atención a lo que le rodeaba. Como yo en ese momento, estaba tan sumergida en mis pensamientos que no me fijé en el camino y terminé chocando con un hombre en traje.
—Lo siento, lo siento, lo siento —repetí varias veces al ver la gran mancha en su saco y camisa. Por instinto pase mis manos por la tela en un vago intento de quitar la mancha, pero sólo empeoró.
—¡¿Qué le pasa?! ¡¿Es que acaso no ve por donde va?! —gritó furioso y no supe qué hacer, no sabía si debía disculparme de nuevo u ofenderme por la manera en la que me estaba gritando. Me quedé callada—. No entiendo cómo puede haber gente tan descuidada por ahí —gruñó entre dientes y entonces reaccioné.
—¿Disculpe? —pregunté indignada, y entonces sentí como algo dentro de mi aumento y no sé si fueron mis nervios o mi mal humor por no haber obtenido mis horas de sueño completas— ¿Qué quiere decir con eso?, no fue con intención, ya me disculpé —señalé su camisa, Las gafas de sol que llevaba y el que estuviera a contra luz, me impedían ver su rostro con claridad, pero el lenguaje de su cuerpo fue suficiente para hacerme saber que su humor había empeorado.
—¡¿Cree que con eso arregla esto?! —se señaló— ¡Una disculpa no sirve de nada!, si sirviera de algo ¿para que existirían las cárceles y los policías?
—Y entonces ¿qué quiere que haga?
—Ash, por personas como usted es que este mundo está como está —rodó los ojos y ya no pude contenerme.
Sabía que era mi culpa por no fijarme por donde caminaba, pero eso no le daba el derecho de gritarme o de siquiera tratarme de esa manera, así que por más que quise mantener la cordura, mis nervios me jugaron una muy mala pasada, y ni siquiera pensé en las palabras que saldrían de mi boca.
—¿Personas como yo? —arqueé mis cejas— O perdone alíen del planeta verde, deberías devolverte tu nave porque solo encontrarás gente como yo aquí —sin saber muy bien que había dicho pase por su lado mientras me seguía con la mirada y el ceño fruncido.
—¡¿Usted me daña el traje y termina ofendida?! —grito tras de mí, pero yo solo le mostré mi dedo medio en respuesta.
Ingrese al edificio con el genio de los mil demonios, sin café y probablemente tarde. A quien quiero engañar, era un hecho que iba tarde.
—Llegas tarde —me confirmó Alyssa en cuanto puse un pie fuera del ascensor.
—Agradece que llegue, estuve a esto —junte mis dedos frente a su rostro antes de comenzar a caminar con ella siguiéndome el paso—, de que me raptara un alienígena —me miró como si tuviera un tercer ojo—. Olvídalo —rodé mis ojos restándole importancia con mi mano.
—¿Creí que no volverías a consumir eso después de terminar en... —sus palabras quedaron en el aire cuando me giré hacia ella y le di una mirada de advertencia.
—Callate, juramos no hablar de eso —asintió y pasó una mano por sus labios simulando un cierre.
Me quité el saco y ella lo recibió.
—¿Me dirás qué pasó? —preguntó cuando nos detuvimos frente a la sala de juntas.
—Me estrelle con un idiota, le tiré mi café encima sin querer y aunque me disculpe, se puso histerico y comenzó a gritarmeme —baje mi voz cuando noté lo exaltaba que estaba—. Y dijo que cómo podía haber gente como yo aquí.
—¿Y es que acaso él de donde es? —me dio la razón y al mismo tiempo extendió unas carpetas hacia mí.
—Eso mismo dije yo —negué mientras daba un vistazo—. Falta la carta de...
—Aquí está —señalo una carpeta.
—¿Cómo sabías que iba a preguntar por eso?
—Es mi trabajo —se encogió de hombros—. Así como recordarte que llegas tarde —señaló con su cabeza la habitación, me giré y pude ver a las personas en su interior por la gran pared de cristal.
—Le dije que se devolviera a su nave porque solo encontraría personas como yo aquí —volví al tema anterior, aún sin mirarla.
—Oh, pero que forma tan madura de responder —la ironía decoró su voz y yo solo la mire con cara de pocos amigos. Se rió—. Te pasaste —se burló.
—Creo que ganas demasiado, voy a hacer un recorte de gastos —camine hacia la entrada evadiendo sus burlas.
—No te preocupes con tus regalos puedo sobrevivir —pasó por delante de mí y abrió la puerta antes de que pudiera hacerlo.