—Entonces, ¿Amalia Marie?
—No perderías la oportunidad —se encogió de hombros y, aunque estaba dispuesta a no decir nada al respecto, recordé nuestro pequeño trato. Disfrutar la noche, como dos desconocidos— ¿Que tanto de lo que diga aquí, importará mañana?
Pareció sorprenderle mi pregunta, pero se encogió de hombros.
—Dijimos que solo disfrutaremos la noche como dos desconocidos.
—Eso lo sé, pero quiero prevenir —esta vez fui yo quien se encogió de hombros.
Lo pensó un poco, mientras lo hacía no pude evitar notar como hacía un mohín con los labios.
—Nada de lo que digamos se podrá borrar de nuestras memorias, pero —remarcó la última palabra— podemos prometer que una vez se acabe la velada, está prohibido mencionar algo de lo que ocurrió o se dijo esta noche.
Asentí.
—¿Por el meñique? —estiré mi dedo hacía él con una sonrisa burlona.
—¿Tenemos cinco años? —cuestionó.
—Oye, romper la promesa del meñique es peor que romper tu palabra —volví a estirar mi mano hacia él enfatizando mis palabras. Rodó los ojos y entrelazo su dedo con el mío.
—¿Satisfecha?
—Bastante —alardee mientras me acomodaba en mi lugar otra vez.
—Ahora, ¿Qué clase de oscuros secretos me vas a contar? —entrecerró los ojos— ¿Tienes fetiches raros? ¿A lo Christian Grey?
—El chistecito de Grey y sus fetiches ya están un poco pasados de moda, ¿No lo crees? —puso cara de pocos amigos y yo volvía a reír—. Bien —eleve mis manos en señal de paz—. Es solo que no me gusta hablar de mi vida personal, es terreno delicado —me incliné sobre la mesa tomando mi copa de vino.
—Entonces si tienes un pasado oscuro —imitó mi acción.
—Más bien un pasado del que no me gusta hablar —su rostro reflejó intriga, pero deseché las ganas de resolverla—. Me preguntaste por mi segundo nombre —cambie el tema—, bien, lo escogió mi madre. Era pintora, y claramente conocía la historia de muchas otras, pero en especial de una; Marie Vassilieff —de inmediato sonreí cuando pequeños recuerdos de mi madre contándome su historia pasaron por mi mente—, era su favorita porque amaba como usaba el cubismo en sus obras. Su favorita siempre fue el Retrato de Didier Cottoni y sa chienne Toucka
—¿El retrato de que?
—El Retrato de Didier Cottoni y sa chienne Toucka —repetí al mismo tiempo que buscaba en mi cartera el teléfono—. Fue una obra hecha en 1947, exactamente diez años antes de que Marie falleciera —extendí mi teléfono con la imagen de la pintura hacia él. La detalló unos segundos y me la devolvió.
—Adivino, eres amante de la pintura también.
Negué.
—Mi madre me habló mucho de ella y la mayor parte de los recuerdos de mi niñez están llenos de pinturas y lienzos…
—Pero no eres amante al arte porque te recuerda a ella y a eso que quieres olvidar —completó por mi— porque aún duele —terminó con un tono de voz mucho más bajo y cuidadoso.
Asentí apretando mis labios en una línea, en una clara señal de que no hablaría más al respecto.
—El Joseph fue escogido por mi abuela materna —comentó luego de unos segundos en silencio—. Siempre había querido llamar a su hijo así, como mi abuelo. Pero la vida no es justa y nunca tuvo hijos varones —sonrió para aliviar el ambiente.
—Así que se desquitó contigo —bromeé.
—Oye, Joseph tampoco es un mal nombre —me miró ofendido, pero sin borrar la sonrisa de sus labios.
—¿Pero combinar Aiden con Joseph? Eso no pega mucho —contesté entre risas, causando que él riera también. Segundos después llegó el camarero con nuestra orden.
—Gracias —dijimos al mismo tiempo cuando se retiró.
—Bueno, tal vez no acertaron con el nombre, pero prefiero eso a ir por la vida diciendo Alien a las personas como insulto.
Avergonzada cerré mis ojos haciendo una mueca, Aiden comenzó a reír y yo me cubrí la cara con ambas manos tratando de ocultar mi vergüenza. Después de unos segundos, también comencé a reír.
—De verdad, tengo mucha curiosidad por saber que pasaba en tu mente cuando me dijiste eso.
—Ni siquiera yo lo sé —acepté aún avergonzada, incapaz de mirarlo a los ojos—. Estaba muy presionada por todo el proceso de la sucesión, además iba tarde y justo tenías que aparecer ahí.
Aiden rió con ganas echando su cabeza hacia atrás, algo que, solo hasta ese momento fui consciente que hacía cuando reía con ganas. Algo poco común en él.
Continuamos burlandonos el uno del otro mientras cenábamos. Las horas pasaron y ambos estábamos tan absortos en nuestra conversación que ya estábamos por acabar el postre, y aún así, ninguno mostraba interés de irse hasta que fuimos conscientes de que éramos los únicos en el lugar, que estaba a punto de cerrar. Si, ni Alyssa, ni Matt estaban cerca.
—No puedo creer que no hayas ido a un juego de los Lakers en todo el tiempo que has estado en Nueva York —negó con falsa decepción mientras se limpiaba con una servilleta cualquier rastro de comida.
—Bueno, tampoco es que lleve mucho aquí —me excusé antes de comer el último trozo de postre.
—Llevas un mes, eso más que suficiente como para conocer los principales lugares de esta ciudad.
—¿Si? —asintió—, bien, tal vez debas hablar con el ogro de mi jefe para que no me deje tanto trabajo —dibuje una expresión sarcástica cuando él entrecerró los ojos, aún sonriendo.
Pero su sonrisa no llegó a sus ojos, desde hacía varios minutos estaba tirando de su corbata tratando se zafarla. Entonces fui consciente de lo rojo que se encontraba, y de cómo comenzaba a formarse una leve capa de sudor en su frente, sin contar su insistencia por rascar disimuladamente sus brazos.
—¿Estás bien? —asintió, pero su rostro decía lo contrario— Aiden, estás rojo y estás comenzando a sudar, ¿seguro que estás bien? —preocupada me levanté de mi lugar y me acerqué a él, tocando su frente. Estaba ardiendo en fiebre.
Uno de los camareros se acercó a nosotros en cuanto nos vió.