El arte de amarte

Capítulo 2

—Lamento en serio la demora, señores Botticelli —extiende su mano y saluda a mi padre, para luego extenderla en mi dirección.

Por Picasso, jamás vi un color de ojos como los de ella. No sabría decir si son azules o verdes, quizás ambos colores.

—Florence —Italia llama su atención y entonces suelta mi mano para tomar asiento a su lado. Ambas se sonríen pero la hermana mayor le da un guiño de ojo, algo cómplice.

—Ahora sí podemos comenzar —anuncia sonriente, Matteo.

Vuelvo a mi semblante serio, con esta intromisión olvidé el importante motivo por el que estoy aquí. Aclaro mi garganta y enfoco mi vista en la computadora para luego girar la pantalla como tablet y mostrar los diseños a la familia sentada en mi frente.

—Estos son los posibles diseños que tengo en este momento, adecuándome al motivo —digo y dejo a su disposición el aparato.

Sin poder evitarlo, mis ojos se van hacia la castaña de interesantes ojos. Juro poder leer sus pensamientos únicamente al ver sus expresiones. Su ceño se frunce, sus ojos se agrandan, hace una leve mueca de labios y su nariz se arruga de forma chistosa.

—Francisco —un golpe en mi costilla me despierta. Giro la cabeza para ver confuso a mi padre y cuestiona—: ¿Te parece bonita?

Ruedo los ojos y vuelvo mi cabeza a mis clientes, ignorando la sonrisa de mi progenitor. No me simpatiza mucho cuando se pone en esa faceta de cupido para mi hijo.

—Me gusta este, ¿qué dices, florcita? —cuestiona Matteo, viendo a Florence.

Ella arruga casi imperceptiblemente la nariz e inclina la cabeza de costado sin quitar la vista de la pantalla. Italia la observa confundida mientras que su padre, espera ansioso una respuesta.

—No lo sé ¿no hay nada menos sobrio, menos seco, que destile amor y menor frío? —dice, analizando el diseño.

—¿Qué destile amor? —me burlo—. ¿Qué quiere, señorita, unicornios con corazones en lugar de nubes?

Ella levanta la vista y me fulmina con la mirada—. No tiene porqué tomarme del pelo, señor Botticelli. En mi opinión, podemos crear uno nuevo.

—¿Crear uno nuevo? Eso requiere de tiempo y dedicación extrema, cosa que no puedo darlas al máximo.

En realidad puedo y lo haré, dije que este trabajo es importante para mí y así es. Simplemente, y por alguna razón que desconozco, busco tener sus ojos sobre un poco más de tiempo.

—¿Acaso usted no es reconocido por ser el mejor? Demuéstrelo —levanta una ceja y su labio se frunce levemente.

—Disculpa, ¿no le gustó mi trabajo? —frunzo el ceño molesto, preocupando a mi padre.

—No me saque de contexto, su trabajo es bueno. Es sólo que no tiene vida, parece mecánico y sin inspiración o emoción alguna.

Me enfurezco, me enfado y lo hago por qué ella está describiendo a la perfección mi trabajo, no solo de la empresa, sino también mis pinturas. Esta mujer no necesitó ver más allá de mí para juzgarme por completo. Soy fiel creyente en que me plasmo a mi mismo en mis pinturas y ella definió mis diseños tal y cómo son mis pinturas, lo que me lleva a deducir que me describió a mí.

Al parecer, la expresión de mi rostro no era para nada amigable por lo que nuestros padres se encargan de buscar un punto medio que nos beneficie.

—Francisco se compromete a buscar el diseño que están esperando, ¿no es así, hijo? —levanto una ceja sin dejar de ver a la castaña—. Hay mucho tiempo y el embotellado es el último paso.

—En caso de que Francisco no pueda plasmar nuestros deseos, me ofrezco a traer alguna muestra —dice. Abro mis ojos, sorprendido. Está dudando de mi trabajo, de mi calidad como diseñador de la empresa. Incrédulo, observo a mi padre quien tiene los ojos cerrados, como esperando mi refutación, cosa que no haré.

—Como ustedes lo prefieran. Ahora, debo retirarme. Un placer conocerlos —miento nuevamente y me incorporo, guardando mis cosas rápidamente.

Luego de saludar por última vez, salgo de la empresa y recuerdo que vine con mi padre. Resoplo y busco mi teléfono para pedir un taxi, cuando una fina voz llama mi atención.

—¡Francisco! —escucho el grito pero no volteo—. Francisco, quería pedirte perdón por lo que...

—Señor Botticelli, por favor —le corrijo seriamente. Veo de reojo como su rostro adopta cierto sonrojo y baja la cabeza levemente.

—Sí, lo siento. Yo... Me pasé con lo que dije ahí adentro y quisiera que me perdonara. No suelo ser así, es sólo que mi día no comenzó muy bien —se escusa.

—Disculpas aceptadas, ahora debo llamar a un taxi si me disculpa —necesito huir, necesito escapar de esta mujer antes de que siga denigrándome.

—Puedo llevarlo. Es más, debo irme y podría dejarlo a dónde vaya —sonrío aunque no me vea.

—No hago esto hasta una segunda cita —bromeo y al instante, me sorprendo por hacerlo.

¿Desde cuándo Francisco Botticelli bromea? Frunzo el ceño ante mis pensamientos y vuelvo al semblante serio.



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En el texto hay: ceo, chicomalo

Editado: 26.08.2018

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