—Debo irme ¿te llevo? —cuestiono a Ray tomando los papeles con la información de algunos nuevos proyectos.
De reojo veo como niega con la cabeza, levanto la vista y lo veo observando muy detalladamente a Italia que se encuentra cerrando trato con mi padre.
—Disimula Ray, disimula —me burlo utilizando sus palabras. Golpeo levemente su espalda y volteo para comenzar mi recorrido hacia el estacionamiento.
Al divisar mi auto, apresuro el paso y entro en él para luego, encender el motor. Estaba a punto de dar marcha atrás cuando unos golpes en mi ventana me sobresaltan. Giro la cabeza y me encuentro con unos ojos verdes y una deslumbrante sonrisa. Frunzo el ceño, desconfiado y bajo la ventana.
—Hola —saluda enérgicamente.
—Hola —susurro aún con el ceño fruncido, producto de mi desconfianza.
—¿Puedes darme un aventón? —cuestiona apoyándose completamente en el marco de la ventana—. Mi hermana me trajo y me abandonó por tu amigo —rueda los ojos.
Con que esa fue la razón por la que mi amigo decidió no ir conmigo, él ya tenía planes secretos con la mayor de los Kauffman. Divertido, niego con la cabeza y luego levanto la vista para asentir hacia la castaña, en respuesta. Ella suelta una risa por lo bajo y rodea el auto para subirse al lado del copiloto.
—¿Dónde va, señorita Kauffman? —pregunto cuando salimos de la empresa al no tener ningún tipo de información.
—Al hospital zonal —sonríe y luego, dirige su vista a la ventana.
Le doy un último vistazo y con el ceño fruncido, vuelvo mis ojos hacia el camino. Una persona que sonríe mucho, no puede estar bien. Estudios psicológicos dicen que las personas más sonrientes, son las que más angustiadas se encuentran, ellos ocultan sus problemas tras sus sonrisas. Y yo me pregunto ¿por qué hacerlo? ¿Por qué fingir? Si estás triste demuéstralo para que no te molesten, si estás enojado, dale a saber a la otra persona, si estás feliz comparte la alegría. Sin embargo, soy de esas personas que no siguen sus propios consejos o pensamientos.
No es hasta el momento en el que repaso la dirección en mi mente que entiendo que ella se dirige al mismo lugar que yo, al hospital y decido preguntar el motivo.
—¿Te encuentras enferma? —cuestiono en un susurro intentando no parecer entrometido.
Ella vuelve su cabeza hacía mi dirección y sonríe—. Te estabas tardando en preguntarlo.
—¿Qué? —pregunto perdido.
Sonríe burlona y niega con la cabeza—. Tengo que hacer varias cosas en el hospital pero nada de eso implica con mi salud.
Asiento comprendiendo pero no muy complacido con la poca información y luego un silencio nos envuelve en todo el camino hasta llegar a nuestro destino. Ambos bajamos y sin mediar palabras, nos dirigimos a la recepción. Frunzo el ceño al ver que se dirige al mismo lugar que yo porque es un hospital de casi cinco pisos y sorprendentemente se dirige al mismo piso que yo.
—Bueno, esto es extraño —escucho la voz de Anie al salir del ascensor y verme junto a la castaña, le sonrío al verla hablando por teléfono y ella me entrega un papel con el número del nuevo cuarto de Hollie.
En ese momento pierdo de vista a la castaña y continúo con mi camino.
—¿Bella Hollie? —asomo mi cabeza por la puerta y la veo sobre su cama jugando con un par de muñecas.
—¡Príncipe! —exclama soltando de golpe sus juguetes y extiende los brazos.
Sonrío y me adentro a la habitación lentamente. Mi sonrisa flaquea al ver sus brazos con agujas producto de las intravenosas.
—Hola ángel, ¿y tus padres? —cuestiono luego de dejar un beso en su frente.
—Están hablando con el doctor —responde distraída—. Hoy me pusieron estos y me duelen un poco —se queja removiéndose un poco.
—Ya, no lo hagas —quito de mi bolsillo una caja de cartas y llamo su atención—. Traje algo para pasar la mañana.
—Voy a ganarte —así es ella, competitiva.
—¡Hola!
Ambos nos sobresaltamos y volteamos hacia la puerta que se encontraba entre abierta. La sonrisa de Hollie aparece de una forma tan natural y rápida que me sorprende. Mientras la niña observa sonriente, yo lo hago ceñudo y confundido.
—¡Princesa! —exclama Hollie.
—Pequeña niña bonita—saluda y camina hasta situarse a su lado. Besa su mejilla y en ese momento se percata de mi presencia—. ¿Francisco? —pregunta incrédula.
Cariño, estoy de la misma forma que tú.
Asiento y me cruzo de brazos—. ¿Qué hace aquí, señorita Kauffman?
—Llámame Florence —desvía la mirada y vuelve a verme de una forma algo dramática—. Hablo en serio, llámame —ríe.
Observo de reojo a Hollie quien observa divertida a la castaña y frunzo el ceño al ver un extraño brillo en sus ojos al verla.
—Era broma —dice y golpea levemente mi espalda—. Ríete hombre, la vida es corta.
Mis ojos la observan fulminante, ella cambia su mirada divertida y frunce el ceño, entendiendo que había hablado demás. Entonces desvía la mirada y presta atención a la pequeña, frente a nosotros.