Así viví, debía tomar precauciones con el amor, de hecho lo hice, lo hice hasta el momento en que me topé con sus pequeños ojos fijos que lograron hundirme en la controversial marea de su mirada, si vieras su sonrisa seguramente desmentirías a todas tus debilidades, todas y cada una de ellas comparadas con su avivada sonrisa serían como un grano de arena. Y lo juro papá, por más que lo intenté me fue imposible nadar contra la corriente, lamento no haber sido tan fuerte como tú y caer en el amor, que se resumía a todo de ella.
Sin pensarlo ni esperarlo ella se convirtió en mi primer y último pensamiento, al mismo tiempo no podía admitirlo, que asco, ella era un imposible y yo… yo no quería nada con el amor, así que aposté a arrancarme su latente imagen de la mente, intenté alejar la razón en labios ajenos, había buscado refugio en otros cuerpos, probé el placer y me cedí al pecado, sentí el frío de otras pieles y no lo resistí, nada logró rasgarme tu recuerdo, es una lástima que haya cosas que de la mente no salen. Entonces fue cuando mi corazón, cansado de vagar por túneles, halló la luz suficiente para seguir, fue amándote que pensé que no podía conseguir algo mejor y juntos arderíamos en la fuerza de diferentes males, que eras de esos imposibles que vale la pena creer posibles.
Lo que sentía por ti ni siquiera yo lo entendía, tú no eras esa clase de amor que había regido mi vida, me negaba a compararte con tal cosa, no podía permitirme insultarte de tal forma y tú tampoco sabías qué sentías, todo era como una batalla entre tus miedos y mi verdad, bailábamos en la cuerda floja mientras el mundo era un precipicio, había escuchado a tus padres decir que no te mercería, escuché a mi pasado susurrar que eras mucho para mí, me escuché decirte que yo no valía la pena. Vi tus lágrimas deslizarse en una intensa carrera por tus mejillas y lanzaste con furia una pregunta:
- ¿Quién soy yo para que no me merezcas?
- Tú lo eres todo.
- Sólo sería todo si el todo eres tú.
Me incitaste a besarte, todo giró y ya no sentí más que a nuestros latidos ser uno, y si quizá fue ese beso lo que me hizo entender que de eso se trataba, de aquello que no merecíamos, pero que necesitábamos.
Aprendiste a desobedecer, aprendimos a dejar al margen a todos, ellos dejaron de existir, eras tú rellenando mis noches lúgubres, eras tú elevándome con tu locura, era yo muriendo por vivir de nuevo… Era yo rindiéndome a ti, eran nuestras almas libres, éramos tú y yo volando. Te abracé fuerte, me escondí en tus brazos, tu aroma se impregno en el aire, sutilmente me diste tus caricias, por un instante sentí que por fin respiraba, noté como la luz se bifurcó y un calor drenar de mi rostro, presentía la llegada apresurada de aquellas lágrimas, entonces me liberé contigo empecé a pensar en voz alta, te conté mi vida, esa que se contaba en daños que me echaban la culpa, lo vacío que me sentía, lo lejos que estaba de mí. Ese niño que se había cansado de crecer había corrido en círculos por no quitarlos a ellos del medio, el tiempo me había desperdiciado lo suficiente como para no dejar que lo usara. Cuando reaccioné, me di cuenta que estaba llorando, había llorado frente a alguien que no era yo, había soltado tanto aire que ahora ahí contigo si sentía que respiraba, me diste un abrazo, un poco intenso, un poco ansioso, sin preguntas ni respuestas, sólo haciéndome saber que estabas ahí, junto a mí, para mí.