Mientras tomaba el café rápidamente me explicabas como ibas a distraer a tus padres para que no escucharan ningún ruido, me parecía graciosa tu preocupación, debía irme. Dije que te veía en la cárcel, guiñaste el ojo, estabas cerca de mis labios, nuestras narices se tocaron, sentí tu respiración, te besé, te besé y te agradecí, me besaste de vuelta, empujaste tu corazón y te marchaste sonriendo, sonreí. No veía nada malo en nosotros, desde que llegaste había estado pensando en que tú sacabas lo mejor de mí, me hacías libre, era libre, tú eras mi ápice libertad.
Ya me iba cuando escuché la voz de tu madre, parecía sostener una conversación en la que tú permanecías en silencio, tensa.
- Eduardo es el chico para ti, es educado, responsable, inteligente, adinerado, además es muy apuesto, y sobre todo proviene de buenos padres, una buena familia.
- Basta Cecilia, ya hablamos de esto, la niña debe vivir el amor con la persona que su corazón elija.
- Ese es el problema, eres tan estúpido como tu hija, pero no voy a permitir que se involucre con un mediocre, no puede hacerme eso.
- Adiós papá, se me hace tarde.
Lo sabía, yo no era para ti pese a todo lo que sentía, eras demasiado, eras todo lo que no merecía, presentía que solo iba a joderte la vida, pero lo más miserable era sentirme insuficiente y no poder llegar a ti.
- ¡Allen, espérame!, eso que dijo mamá no es cierto, en nada cambia las cosas, ¡Detente por favor! -Gritó.
- ¡No te merezco! -Grité
- Al diablo con eso, yo soy quien decide si te quiero conmigo o no.
- Voy a joderte la vida.
- La vida ya nos jode a ambos, aun así no importa, yo te elegí a ti.
Avanzamos rápido, nos graduamos, mientras todos corrían a lanzar sus birretes tú te lanzaste sobre mí, caímos al suelo y me besaste. Daba igual lo que dijeran, éramos libres a pesar de todo, de ti y tus miedos, de mí y todo lo que había vivido, a pesar del jodido mundo yo te amaba. Yo era lo prohibido y tú mi imposible preferido, éramos tú y yo sin más. Pero la felicidad fue tan efímera que nos duró eso, un beso, un abrazo, una sonrisa, un instante. Tus padres nos estaban viendo, tu madre lucía molesta, se dirigía hacia nosotros. Rápidamente te colocaste de pie, te haló del brazo alejándote de mí, dejándome sin tiempo, sin ti.
- Sube al auto, ¡que subas! -Grita.
- Cecilia, por favor, no hagas este espectáculo.
- Yo no soy quien se está comportando como una patética con actitudes de cualquiera.
- No le voy a permitir que le hable así. -Interrumpí.
- Tú a mí no me prohíbes nada, ¿acaso no ves? todo esto es tu culpa, sólo sabes dañar, eres una vergüenza y tu mediocridad jamás tocará a mi hija.
- Basta Cecilia, sube al auto. Le arruinaste la graduación a tu hija, mira como está llorando, puedes parar por favor.
- La verdad siempre duele un poco.