El arte de amarte duele

El atroz ayer

Me di  vuelta y me alejé, me permití rendirme con ella, dejarme ir, era demasiada ausencia para tanto amor. Me marché con todo lo que ella había reiniciado, las lágrimas drenaban por mi rostro como un río imparable, roto, vacío, su palpante recuerdo ardería siempre en mí aunque no lo supiese.  Caminaba y sentía el sonido del silencio, escuchaba su risa, esa que era para mí, supongo que volvía a vivir del espejismo de aquello que un día fue y ya no está más. Te había esperado como quien se queda aun cuando el otro no quiso. Recordar es cruel, masoquista e inevitable. Llegué a casa y la vi sentada en el andén, notó mi presencia, intentó acercarse, parecía sorprendida, perdida. Sus ojos me reclamaban, y las lágrimas se avecinaron de nuevo a nuestro encuentro.  Me observaba desconcertada como si buscase en el exterior lo que en el interior dolía, me veía tratando de adentrarse a lo más profundo, y casi inaudible dijo: 
- Mi niño, ¿qué te pasó?  ¿por qué estabas llorando? 
- Dije que no quería verte más.  
- Allen, solo quiero saber cómo estás, eres mi hijo. 
- De nuevo has llegado tarde y a deshora. -Dije alejándome. 
- ¡Estás lleno de rencor! –Gritó.  
- ¡Y tú estás llena de arrepentimientos! –Grité. 

Me alejé, ella no fue tras mío, jamás supo correr detrás de alguien que no fuese él, a quien amó hasta que dolió. Recuerdo escuchar aún sus gritos rellenar el silencio, mientras escupía sobre  ella todo su veneno. Están intactas las escenas de los vidrios rotos por las peleas, una guerra en la que él siempre parecía ganar incluso cuando era el culpable, y era enfermizo que todas esas batallas te hicieran sentir amada, quizás eras masoquista, y a pesar de que debías huir no querías irte. Recuerdo aquella noche en que te acercaste a él después de varios golpes a decirle que lo sentías, lo vi empujarte fuerte, tumbarte al suelo, sujetar con firmeza tu mandíbula y te obligaba a decirle que siempre lo amarías, como quien solo necesita sentirse querido, luego volvía el maldito juego destructivo, sin importar cuán inútil fuese su amor al final eran una sola necesidad.  Los recuerdos de esos tiempos de odio invadían mi mente. 
- Allen, cielo, ¿Por qué lloras? Vamos, cuéntale a la abuela. 
- Ayer él le pego varias veces a mamá. –Dije aún llorando. 
- No importa cuántas veces le haya pegado, su amor es una locura, pero ella se niega a dejarlo y eso, pequeño, no va a cambiar. 
- Él dijo que la amaba después de golpearla contra la pared.  
- Él la ama cariño, pero lo hace mal. 
Quizá era cierto abuela, y seamos incapaces de amar y hacerlo bien, pero cuando morir es nuestro destino, amar se convierte en nuestra misión. Mi madre me abandonó y si el olvido era un sabor, era lo único que estaba saboreando. Decidió dejarme con la bestia que le había mutilado su  valor, era sólo un niño cuando tuve que ver como se mentían, y de alguna manera parecían disfrutarlo, odiaba recordarte de esa manera. La primera vez que fumé el olor a cigarrillo me trajo tu débil imagen, donde expulsabas el humo mientras llorabas a mares en soledad, fumabas para evadir la realidad que a fin de cuentas era  irreversible. Me dejaste con él, me lastimaste, todo el dolor que dejaste aquí lo pagaron las paredes y mis manos ensangrentadas, su abuso es una imagen que no está borrosa en lo absoluto, de alguna manera su recuerdo no se irá jamás. ¿Tengo que agradecerle por toda la rabia que llevó sobre mí? ¿Qué más debía cargar por tu abandono? Él solía satisfacerse con el miedo que se podía leer a simple vista en mi mirada, luego me golpeaba una vez más hasta que gritará y llorara. Felicidades, jamás podré olvidarte.



#44981 en Novela romántica

En el texto hay: traicion, desamor, amor

Editado: 06.03.2019

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