CAPÍTULO 2 | Situación desesperada.
"Romperse sin hacer ruido, es el arte de los que aman en silencio"
***
Samantha
Jamás entenderé por qué a la gente le gusta tanto el alcohol.
Emily, mi mejor amiga, me había traído a la fiesta de celebración del equipo de su hermano en contra de mi voluntad y, aunque prometió no dejarme sola, ya no tenía idea de cuál era su paradero. Vi que subió bastante borracha con Cole, pero realmente no quería imaginar lo que estarían haciendo allí arriba.
—¿Aburrida? —Lucas, a mi lado, preguntó mientras acariciaba la espalda de la rubia que tenía sentada en su regazo.
—No me gustan las fiestas.
—Es una lástima —hizo una mueca— Planeaba invitarte a cada fiesta de celebración a partir de hoy.
—Lamento arruinar tus planes, entonces.
Rodé los ojos y miré la hora de mi celular. Habían pasado dos horas desde que habíamos llegado y solo podía contar los minutos para que se acabara. Las fiestas definitivamente no eran y jamás serían lo mío.
Detestaba todo con respecto a ellas, la música con volumen desmedido, las cantidades industriales de alcohol, los bailes, los cuerpos sudorosos chocando entre sí, el intercambio de saliva entre desconocidos y lo interminable que resultaba estar ahí. Prefería la soledad de mi habitación, al tumulto que representaban las celebraciones adolescentes.
Había acompañado a Emily al juego porque a ella le encantaba ir a esas cosas. No porque le gustara el deporte, más bien se divertía examinando a los jugadores, pero no era algo que me hubiese animado mucho a mí. Me gané mi sentencia de muerte cuando choqué con Scarlett y seguramente había desaprovechado el tiempo para estudiar para el examen de lengua en ver el insignificante partido del equipo de la escuela. Cuando quise irme a casa, Emily prácticamente me arrastró a la fiesta y me abandonó en cuanto vio la oportunidad.
Vaya mejor amiga la mía.
—Quita esa cara, al menos estás aquí y no en la aburrida cena con tus padres.
No protesté, Lucas tenía toda la razón.
Ese día era miércoles familiar, aunque la última palabra no encajara en nada con lo que realmente era el jueguito hipócrita que organizaban mis padres cada semana. Estaban divorciados y ambos iniciando una supuesta nueva relación feliz con otras dos personas que no les importaban en absoluto.
La realidad era que ambos querían mostrarle al otro que podían seguir con sus vidas sin problemas y, aunque en realidad no me importara cual fuera el intercambio de indirectas de mis padres, siempre quedaba en medio del circo que armaban.
No me malinterpreten, amaba a mis padres, pero solían poner su infinita discusión por encima de mí y eso resultaba bastante molesto. Me obligaban a ir a esas cenas, ser linda y cordial con sus parejas, comer comida que sabían que detestaba y usar ropa elegante como si mis cómodas camisetas y vaqueros fueran un pecado capital.
Por supuesto, prefería mil veces estar en esa fiesta, que en la cena. Prioridades son prioridades.
Hablando de roma, mi celular vibró en mi bolsillo y el nombre de mamá apareció en la pantalla una vez que lo tomé. Reprimí una mueca, le di una última mirada cargada de súplica a Lucas antes de suspirar y presionar el botón de contestar.
—¿Samantha?
—Hola, mamá.
—¿Dónde estás, jovencita? Teníamos una cena hoy —hice un mohín, aunque no pudiese verme— Tu padre está por llegar con Amanda y necesito que estés aquí para darme apoyo.
—Mamá, estoy en la fiesta, ¿Lo recuerdas? A la que te pedí permiso de ir.
—Oh, ¿hablabas enserio? Creí que solo jugabas conmigo —solté un muy indignado «¡Mamá!», al que ella le restó importancia antes de continuar— Lo siento, hija, pero no eres muy social que digamos.
—Oye, no tengo tiempo para esto.
—A mí no me hables así, maleducada— inhalé profundamente y conté mentalmente hasta diez para conservar la calma— A mí no me engañas con eso de la fiesta, te conozco bien. Ven a casa ahora mismo, no lo pienso repetir.
—Mamá, no quiero, sabes que detesto esas cenas.
—No está a discusión.
Me dejó con la palabra en la boca, dando por terminada la llamada. Me quedé viendo el celular con cara de idiota y unas ganas inmensas de llorar por la frustración. Lucas, como el gran amigo que era, me miró preocupado y no tuvo que hablar para preguntarme como estaba, mi expresión lo decía todo. Decidí excusarme en que iría por otra bebida y me alejé de él lo más rápido que pude.
No me gustaba que la gente me viera vulnerable, ni que supieran a lujo de detalles mis problemas. Además, no era como que Lucas y yo fuéramos extremadamente unidos, le tenía confianza, pero quizá no la suficiente como para buscar refugio en él ante los problemas. En ese tipo de ocasiones, prefería estar sola.
Me dirigí a la mesa de bebidas, para tomar la última de la noche. No quería alcohol, porque era verdaderamente mala soportándolo, pero una botella de agua serviría para calmar mi ansiedad. Todo parecía ir bien conmigo a ojos de los demás, pero en cuanto mi mano tocó la madera, no pude contenerlo más. La marea de sentimientos arrasó conmigo en esa milésima de segundo, tambaleándome en el proceso, revolviéndome el estómago y devolviendo a mi mente las palabras de mamá.
Hablar con ella cuando se centraba en la presión de que todo saliera perfecto frente a papá y su novia, era un verdadero dolor de cabeza. En esas ocasiones nada le importaba, ni siquiera yo.
Me agarré de la mesa, aguantando las lágrimas que amenazaban por salir y no sé cuánto tiempo pasó hasta que logré guardar el nudo de mi garganta y respirar con normalidad. Odiaba ser tan débil.
—Solo toma una —una impotente voz me trajo de vuelta a la realidad y me obligó a voltear para observar a nada más y nada menos que a Asher Wesley extendiendo una botella de cerveza en mi dirección.
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Editado: 19.03.2023