El arte de recordar tus besos.

Nueve

Llegué a mi casa y me dormí. El domingo no hice nada de provecho, si acaso terminé alguna tarea pero fue un día común.
Cuando llegó el lunes me pesaba levantarme, sin ánimos me vestí y me fui hacia la universidad. Llegué hasta el aula con Carlos, tomamos nuestros lugares y esperamos a que iniciara la clase. Catalina llegó 15 minutos tarde y lo primero que hizo fue disculparse con el maestro unas cinco veces.

Me acerqué a su lugar para hablar con ella pero no lo logré porque nos interrumpió el maestro de la segunda hora. El día transcurrió normal, no la vi el resto de las horas. Incluso esperé a que saliera pero no lo hizo.

Llegó el martes y no la veía por ningún lado, miércoles y seguía sin aparecer, jueves, viernes, fui a entrenar y Miguel no había ido. Pasó el fin de semana, había enviado algunos mensajes a Miguel pero no había obtenido respuesta. Llegó el lunes y Catalina no se presentó en el salón. El martes decidí ir a su casa en lugar de ir a la universidad. Llegué y toqué la puerta.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Miguel abriendo la puerta.

—Quise venir a verlos, no supe de ustedes en toda la semana.

—Pasa —cerró la puerta y me dirigió hacia la cocina— tenemos prohibido salir durante dos semanas al menos.

—¿Por qué?

—No hemos sabido nada de nuestro padre, no queremos pensar en que le sucedió algo malo. Aunque tenemos una idea de lo que pudo haber sucedido.

—¿Qué?

—Tal vez un secuestro, lo queríamos negar porque nadie ha hablado pidiendo dinero. Pero últimamente estaba protegiendo mucho nuestros movimientos y salidas.

—¿Y Catalina?

-En su habitación, no ha querido salir desde el martes pasado.

—¿Puedo?

Asintió y caminé hacia el segundo piso. Toqué en la segunda puerta de la izquierda como me lo indicó Miguel. Esperé unos segundos y no tuve respuesta, volví a tocar la puerta, la abrí con cuidado cuando contestó. La vi sentada en una silla, con su computadora sobre sus piernas, tenía unas ojeras muy marcadas, el cabello hecho un desastre, volteó hacia mí, dejó la computadora en su cama, se quitó sus lentes y corrió hacia mi tomándome por sorpresa en un abrazo. Me rodeó el cuello con sus brazos y me apretó contra sí.

—No me arrepiento de nada de lo que dije aquella noche —dijo una vez se separó de mi— pero sigue siendo mi papá y no saber nada de él me está volviendo loca.

—¿Has estado aquí toda la semana?

—No puedo ir a ningún lado, solo salgo para comer y bañarme. El viernes tuve que contactar a los maestros para explicarles la situación.

—¿Cuando vuelves?

—Puede que el lunes. Mi mamá nos prohibió cualquier salida.

—No puedes vivir escondida aquí. ¿Qué haría tu papá para ponerlos en peligro a ustedes?

—No sé, ni siquiera me siento en peligro, es sólo mientras sabemos algo de él.

—¿Qué estabas haciendo?

—Buscando unas cosas. ¿Qué haces aquí?

—Vine a ver cómo estaban.

—Ah.

Volvió a su computadora, me quedé un rato platicando con ella. Antes de que llegara la noche decidí regresar a mi casa.

—¿Quieres que venga mañana? —le pregunté antes de salir.

—No, espero ya el lunes regresar a la universidad, pero gracias de todos modos.

—Bueno, nos vemos entonces.

—Adiós —me dijo Catalina y cerró la puerta.

Pasaron los días, el viernes no fui a entrenar, sábado y domingo no salí de mi habitación. Lunes de nuevo y esperé que Cata entrara al aula pero no fue así, tal vez el asunto de su padre no se había resuelto, o por precaución no asistió a clases.

Regresé a mi casa, entré a mi habitación y me dormí. Al despertar busqué mi teléfono y revisé la hora, eran las 7 de la tarde. Vi todas mis notificaciones, entre ellas estaba un mensaje de un número que no tenía agregado.

¿Podemos hablar? Ya apareció mi papá.

Cata.

Me fui a lavar la cara y mientras regresaba le contesté el mensaje.

Espero no tener que cambiar mi número porque tu hermano te lo dio.

¿Quieres que vaya a tu casa?

Lo envié y solo recibí un como respuesta. Busqué mis llaves y me fui manejando. Llegué, toqué la puerta y ella me abrió.

—¿Cómo estás? —le pregunté mientras entrábamos a la cocina.

—Bien, supongo, aún no llega a la casa. Unas personas de su trabajo se encargaron de resolver todo. ¿Quieres algo de tomar?

—No creo que tengas del vodka de cereza que bebimos en la fiesta.

—No pienso darte alcohol en lunes.

Me reí ante su comentario, le pedí agua, trajo a la mesa dos vasos servidos. En su cara se veían aún las ojeras, aunque no estaban tan marcadas como la última vez que la vi.

—¿Has dormido?

—Dormí más de lo que debí —se talló los ojos y bebió agua— hablé con mi hermana hace tres días. Le mencioné lo que pasaba.

—¿Cómo lo tomó?

—No como lo esperaba, pero me sorprendió que se preocupara por él.

—Yo lo hubiera hecho, de cualquier forma, nos preocupamos por lo que le pase a nuestros padres.

—Tal vez tienes razón.

—Yo siempre la tengo.

Rodó los ojos, me puse a pensar un momento y después le pregunté.

—A todo esto, ¿cómo se llama tu hermana?

—De hecho es una historia un poco rara.

—Te escucho.

—Mi mamá siempre quiso tener gemelos, niñas en especial, no los tuvo evidentemente, pero siempre le gustaron los nombres de Catalina y Carolina.

—¿Se llama Carolina?

—Sí —se comenzó a reír— cuando nací vio la oportunidad de llamarme parecido a mi hermana y no la dejó pasar.

Cuando vi el reloj y me percaté de la hora, me despedí de Cata y regresé a mi casa.

Este capítulo lo sentí algo aburrido pero bueno, tenía que escribir. 

Oigan de verdad hay gente leyendo esto jajaj? 



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En el texto hay: juvenil, romance, novela romatica

Editado: 06.05.2022

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