El arte de recordar tus besos.

Diez

Catalina

A la mañana siguiente esperé a Sarah para irnos a la universidad, le conté todo lo que había sucedido, la situación de mi padre, mis inasistencias y las veces que había hablado con Eduardo.

—¿Y sigues creyendo que no siente nada por ti?

—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

—No cualquiera va a buscarte porque no te vio en la escuela por más de tres días.

—No puedes confundir ser amable con tener interés en alguien.

—Pues créeme que él está tratando de ser más que amable. ¿Te ha invitado a salir?

—No.

—No dudo en que lo haga tarde o temprano.

—Y si lo hace, yo no aceptaría.

—Volvemos a lo mismo Catalina.

Frenó en seco, detuvo el auto y se giró para quedar viéndonos frente a frente.

—Entiende que no vas a estar toda la vida a la defensiva. Que va a llegar el día en que tengas que sufrir por amor. Porque es parte de vivir, porque te tienes que destruir para sanar. Y si dejas pasar esa oportunidad con él, yo misma me encargo de repetirte las veces que sean necesarias que por culpa de tus miedos perdiste la oportunidad de sentirte querida por una vez en tu vida.

—Auch —solté— con que me insistieras dos veces bastaba.

—¿Dos veces? ¡¿Dos malditas veces te tenía que decir?! —empezó a alzar la voz— ¡¿Es que ya habías considerado salir con él?!

—No —me giré hacia el frente y bebí de la botella con jugo que traía en las manos— y avanza rápido que tengo que entregar un trabajo antes de la hora de entrada.

Sarah me dejó en la universidad, me encontré con Iván y me acompañó hasta la sala de maestros para buscar a quien le tenía que entregar un informe. Fuimos a hasta nuestras aulas y comencé de nuevo con las clases.

A la hora de salida Sarah me había enviado un mensaje diciendo que se había ido temprano gracias al maestro de su última hora. Comencé a caminar buscando la parada del autobús, llevaba los audífonos puestos, iba tan concentrada cuando de pronto alguien me jaló de la mochila. Me giré para dar un golpe a quien fuera y antes de lograrlo me había tomado del brazo para impedirlo.

—¿Es que estás loco o qué?

—Perdón, no pensé que te fueras a asustar.

—Eduardo, piensa tres segundos 
—dije enojada y a la vez tratando de calmarme.

—Se me olvidó, perdón. ¿A dónde ibas?

—A esperar el autobús para ir a mi casa.

—Yo te llevo.

—No gracias.

Comencé a caminar en dirección contraria.

—Tómalo como disculpa.

—No.

Me coloqué un audífono mientras caminaba más.

—Cata no seas necia.

—¡Ya voy llegando! —me giré y caminé en reversa.

—¡Catalina! —dijo alzando la voz con el fin de que lo escuchara.

Seguí caminando dejándolo a mis espaldas cuando de repente llegó por detrás y me cargó, me sostuvo de los muslos y me colocó sobre su hombro.

—¡Bájame!

—No —dijo con un tono de calma.

—Bájame o grito.

—No hagas una escena por favor.

—¡Que me bajes Eduardo! O empiezo a gritar que me estás secuestrando.

—¿Me dejas llevarte a tu casa?

Hubo un silencio, de su parte esperando mi respuesta, de la mía rogando que me bajara.

—Sí.

—Tan fácil que era.

Me bajó haciendo que mi mochila cayera por mi espalda, le di un golpe en el pecho y comencé a caminar.

—El auto está por acá —dijo señalando hacia otra dirección.

Caminé detrás de él por el estacionamiento que poco a poco se iba vaciando. Llegamos hasta su auto, me subí en el asiento del copiloto y salimos del campus. En un momento tomó otra dirección que no era la de nuestro destino.

—Mi casa no es para acá.

—Te voy a invitar a comer.

Las palabras de Sarah comenzaron a sonar en mi cabeza. "¿Te ha invitado a salir?" esta no era una invitación así.

¿Cierto?

No podía serlo, sólo me llevaba a comer.

Es lo que se hace en las citas.

Claro que no, no siempre tiene que ser de esa forma.

¿Y si ésta ocasión es así?

La pelea interna que estaba teniendo conmigo no ayudaba mucho en la situación.

—¿Te pasa algo? -preguntó Eduardo sacándome de mis pensamientos.

—¿A mí? No, sólo... Estoy estresada.

—¿Te gusta la comida china?

Asentí, siguió manejando otros diez minutos hasta que llegamos a un restaurante oriental. Nos bajamos y buscamos una mesa, llegó un mesero a ofrecernos la carta, hicimos el pedido y esperamos a que nuestra comida llegara.

—Recuerdo venir con mi papá a comer aquí cuando era más chico —dijo Eduardo viendo todas las paredes.

—¿Por qué no vive con ustedes?

—Cuando las personas cumplen su ciclo y no suman a tu vida se van. Mis padres solían pelear seguido, un día me sentaron en la mesa y me dijeron que se iban a divorciar.

—¿Cómo lo tomaste?

—No recuerdo, cuando se fue perdí todo contacto con él, y pasaba menos tiempo con mi mamá porque tuvo que comenzar a trabajar. Al final fue lo mejor, si siguieran juntos tal vez nuestro futuro hubiera sido otro.

—Cuando mi hermana se fue sentí como si hubiera perdido a mi mejor amiga. A pesar de la diferencia de edades, nos teníamos la confianza de decirnos todo. Y bueno, supongo que lo hizo por su salud mental, la culpaba de no haberme llevado con ella. Pero ahora entiendo que buscaba hacer su vida sin que mi papá la criticara por sus acciones.

Nos quedamos en silencio, haber dicho todo eso se sentía raro, decirle a alguien cómo me sentía no era algo que yo hiciera seguido, ni siquiera lo intentaba, creía que harían menos mis sentimientos, que no les tomarían importancia. Pero él no me criticó, entendió cómo me sentía, porque de alguna forma ambos nos sentíamos igual, teníamos un vacío de personas que fueron y siguen siendo importantes para nosotros.

Nos llevaron la comida y seguimos en silencio mientras comíamos. Me metí tanto en mis pensamientos que no escuchaba a Eduardo hablarme.

—Cata, ¿Te pasa algo?



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En el texto hay: juvenil, romance, novela romatica

Editado: 06.05.2022

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