A la mañana siguiente entregamos las habitaciones, guardamos todo en el auto y salimos de regreso a nuestros hogares. Volvíamos a la realidad, a enfrentar todo lo que nos esperaba y continuar con nuestra vida diaria.
—Una cosa que no me gusta es salir de la rutina, me cuesta volver a las mismas actividades —dijo ella una vez que tomamos carretera.
—Se siente extraño ya que lo pienso. Pero al menos ya la rompiste por unos días.
—Y fueron de mis favoritos.
Le tomé la mano, ella miró nuestro agarre y sonrió. Seguí manejando en silencio, había tramos en los que se quedaba dormida, otros en los que ponía música.
Continuamos el camino, no nos detuvimos para llegar lo más temprano posible. Poco a poco se iba viendo la ciudad de nuevo.
—Mamá —Catalina hablaba por teléfono— ¿están en la casa? Sí ya voy para allá... Los veo más tarde.
Colgó.
—¿Te dejo en tu casa?
—Sí, salieron a hacer unas compras.
Entramos a la ciudad, manejé hasta llegar a la calle donde ella vivía, paré el auto frente a su casa, la ayudé con las cosas que traía y caminamos hasta la puerta. Estaba a punto de abrirla cuando alguien le ganó desde adentro. Se quedó paralizada, yo detrás de ella con la mochila en la mano.
—¿No estaban... en el supermercado? —preguntó difícilmente.
—¿Y tú no estabas en casa de Sarah? -le dijo su padre con un tono muy serio.
—Sí de allá... —se interrumpió al ver a Sarah aparecer detrás de él, dijo un "lo siento" con los labios.
—¿Dónde estabas Catalina? ¿Y quién es él?
—Papá yo...
—Entra a la casa.
—Pero papá.
—¡Que te metas a la casa! —le gritó.
—Señor —hablé antes de que Cata entrara— si me permite explicarle.
—Si vas a hablar entra de una vez.
Entré, caminamos hasta la sala de estar, Sarah se sentó en un sillón, Cata y yo en otro, su padre se quedó de pie.
—Nos encontramos a Sarah en el supermercado, fue muy raro que no estuviera en su casa y tú vinieras de ahí. ¿Dónde estabas?
—En... fuera del estado.
—¿Tú tienes algo que decir? —me miró.
—Toda la culpa es mía, sé que hice mal en llevarme a Cata...
—Catalina —me corrigió—, sabe que no me gusta que la llamen así.
—A Catalina —continué— a otro estado, pero fue un regalo de cumpleaños. Si debe estar enojado con alguien es conmigo.
—Te recuerdo —esta vez la miraba a ella— que sigues siendo menor de edad, que sigues dependiendo de mí, que no te mandas sola y no puedes andar por la vida mintiéndome.
—¡¿Y qué querías que hiciera?! —estalló gritando y en llanto— ¡Siempre es lo mismo! Todo lo que hago está mal pero si Miguel desaparece una semana no sucede nada. Si falla en algo está bien, se esforzó. Pero si Catalina falla no sirve para nada —siguió llorando— ¡Ya me cansé de ser la sustituta de Carolina! Ahora entiendo porqué se fue.
Su padre la miró con enojo, Sarah tenía los ojos abiertos y las manos en la boca, yo... estaba congelado sin saber qué hacer.
—Váyanse —nos indicó a Sarah y a mí.
—No puedo dejarla aquí así.
—Eduardo vete —dijo Cata sin dejar de ver a su padre— por favor.
Asentí, caminé detras de Sarah, salimos y nos quedamos afuera un rato, sin saber qué hacer.
—Fui una tonta —empezó a llorar.
—Yo más por dejarla ahí adentro sola.
—No le hará nada si es lo que te preocupa, Cata siempre ha tenido problemas con ellos.
—¿Por qué simplemente no se va?
—¿A dónde? No tiene a quien acudir.
Miré por última vez a su casa antes de subirme al coche y avanzar hasta mi casa. Llegué y me encerré en mi habitación, envié mensajes a Cata pero no contestó ninguno. Traté de dormir pero no podía, a pesar de estar tan cansado. Dieron las 12 de la noche cuando contestó por fin.
Estoy bien, no te preocupes. Nos vemos en la universidad.
Apagué el teléfono y en algún momento de la noche me quedé dormido.
A la mañana siguiente traté de llegar lo más temprano posible, esperé a Cata en la entrada, cuando me vio se lanzó sobre mí, me abrazó muy fuerte y escondió su cara en mi cuello.
—¿Cómo estás?
—Mejor ahora que te veo —le dije quitándole el cabello de la cara— ¿tú cómo estás?
—No quiero hablar de eso, mejor entremos a clase.
—Sólo contestame una cosa. ¿De verdad te gusta estudiar aquí? ¿Seguirías viniendo?
Me miró, apretó los labios, sus ojos se llenaron de lágrimas pero las contuvo.
—Pensé que al comenzar me llamaría la atención, pero la he odiado durante el último mes.
—¿Y por qué lo haces?
—Ya sabes quién es la razón.
—No entres. No entremos.
—No puedo, no tienes una idea de la presión que tengo.
La abracé, se hundió en mí y lloró un momento.
Tomamos nuestras clases, al salir la esperé para llevarla a su casa pero una camioneta la estaba esperando, me vio, encogió los hombros y se subió.
Así sucedió por dos semanas, nos veíamos solo en dos clases, salíamos y era como si no nos conociéramos. Todo gracias a su padre.
***
—¿Qué vas a hacer por tu cumpleaños?
Le pregunté mientras comíamos en el restaurante oriental.
—¿Mi cumpleaños?
—Es este sábado, ¿no piensas hacer nada?
—Con todo lo que ha pasado se me olvidó.
—Creo que un cumpleaños dieciocho merece ser celebrado.
—No tengo tiempo ni cabeza para organizar algo.
—Entonces te llevo a cenar. Y no está a discusión.
Rodó los ojos y comenzó a reír. Terminamos de comer y la llevé a su casa.
Y si se preguntan cómo es que pudimos salir, no dejé que entrara a la universidad ese día.