Catalina
De la fiesta no hay mucho que contar. Estuvimos hasta las 4 de la mañana, platicando, cantando y bailando, debo decir que Eduardo no lo hace nada mal. Luego me llevó a mi casa y me dormí, por primera vez feliz por un cumpleaños mío.
Pero nada es para siempre, y la felicidad en ocasiones se va rápidamente. A la mañana siguiente llegó mi padre diciendo que teníamos que hacer las maletas para un viaje de negocios y necesitábamos estar presentes. Sobre todo yo, por una parte porque me traía con un ojo encima y con Miguel siguiéndome y cuestionando cada movimiento que hacía. Por otra, que firmaríamos un contrato, ya que al cumplir los 18 nos hacía sucesores a Miguel y a mí de una empresa que había inaugurado meses antes. Solamente esperaba que fuera mayor de edad para realizar el trámite.
—¿Y la escuela? —le pregunté a mi mamá mientras me ayudaba a hacer mi maleta.
—Tu padre habló hace unos días, tienes las faltas justificadas esta semana. Aunque dudo que eso sea tu mayor preocupación.
—No he fallado en calificaciones, creo que estoy cumpliendo con mi parte.
—Y según tú, ¿cuál es nuestra parte?
—¿Quitarme a Miguel de encima? Cada que salgo le tengo que rendir cuentas de todo.
—Trataré de hablarlo con él. Catalina quiero que por favor estés presente en la cena, no quiero sorpresas ni que te busquemos por el lugar.
—Está bien, mamá.
A las 5 de la mañana ya estaba esperando que metieran mi maleta a la camioneta, lamentando mi existencia y deseando mi café de todas las mañanas. Me subí en el asiento de atrás, me coloqué mis audífonos y me quedé dormida de nuevo, cuando abrí los ojos ya era de día y seguíamos en carretera. Faltaban alrededor de dos horas para llegar. Hicimos una parada para comprar algo de desayunar y continuamos hasta llegar al hotel a las 12 del mediodía.
—Mañana es la cena —nos dijo mi padre— quiero que por favor estén listos antes de que caiga la noche porque no pienso esperarlos si se tardan más de diez minutos en bajar. Sobre todo tú, Giselle.
—No me llames así. Y ya escuché, 7:30 estoy lista.
Me sostuvo la mirada por un momento y después se fue a su habitación junto con mi madre.
—¿Quieres salir a caminar? —preguntó Miguel.
—No, lo siento, tengo que buscar mi maleta y alistar mi ropa para mañana.
—Bien, te veo más tarde.
Salió del hotel y yo caminé hacia los elevadores, presioné el botón del piso 12 y me recargué cerrando los ojos y poniendo la cabeza en el cristal.
Luego de unos minutos ya estaba en el piso buscando la habitación. ¿Cómo es que existen hoteles tan grandes? Avancé hasta llegar a la número 20, entré, me recosté en la cama y me dormí.
O al menos lo intenté, porque diez minutos después tocaron mi puerta. Lo dejé pasar por un segundo, y al parecer los golpes se habían detenido, pero volvieron a tocar, esta vez más fuerte. Me levanté enojada, con la cabeza punzando y fui hacia la puerta para abrirla de golpe.
—¿QUÉ?
Grité, pero me arrepentí a los dos segundos al ver a Martin, nuestro chofer, en la puerta.
—Lo siento Martin, no fue mi intención gritarte.
—No se preocupe señorita, me indicó su padre que la llevara al centro comercial por su atuendo de mañana.
—Pero él ya sabe que tengo lista...
Y me callé cuando entendí a qué se refería. Él sonrió levemente y yo le devolví una sonrisa de maldad.
Martin ha trabajado para mi papá desde mucho antes que yo naciera. Me vio crecer, me llevaba a todos lados cuando se lo pedía, se volvió un gran amigo para mí. Y siempre que me veía triste o frustrada buscaba la manera de hacerme feliz, a veces me acompañaba a comprar cosas, por un helado, o solo manejaba conmigo en el asiento del copiloto mientras me escuchaba hablar.
Por mucho tiempo hicimos eso, sentía que era parte de mi familia. Tomé mi bolsa y cartera y salí junto con él hasta el automóvil, comenzó a conducir por la ciudad.
—¿Papá y tú ya habían venido aquí?
—Comenzamos a venir a inicios de año, cosas de la empresa. Pero dime, centro comercial, helado o sólo conducir.
—Te dejaré escoger ésta vez.
Pasó a una heladería, se bajó y regresó con dos vasos, el mío era sabor galleta y el suyo de choco menta, supongo que sólo los adultos lo piden. Tomó un camino y manejó por un rato, mientras yo veía los edificios y comía mi helado.
—Entonces, supongo que están saliendo —me dijo cuando terminé de contarle todo lo sucedido con Eduardo.
—No sé cómo definir lo que estamos haciendo.
—¿Le gustas?
—Creo.
—Y ¿él te gusta?
—Sí.
—¿Qué problema hay entonces? ¿Tu padre? Desde hace años que dejó de impedirte salir con alguien por lo que me contaste.
—¿Es que no escuchaste la parte donde le reclama haberme sacado de la ciudad?
—¿Qué sucedió cuando se fue de tu casa? —preguntó y el recuerdo de esa pelea volvió a mi mente.
Cuando Eduardo y Sarah salieron, la paz abandonó ese lugar junto con ellos. Todo se convirtió en gritos, me dijo que Carolina no tenía que ser mencionada, que para él no era más que un simple nombre prohibido.
Le comencé a gritar que no podía controlar todo en mi vida, y eso al parecer fue un reto porque a partir de ese día Martin se encargó de llevarme y traerme de la escuela, por al menos dos semanas. Miguel le contaba todo, o la mayoría de las cosas que sabía.
Pero en fin, había sobrevivido el tiempo que estuvo con nosotros.
—¿Me permites decirte algo?
—Dime tus sabias palabras, querido Martin.
—Si él te hace feliz, disfrútalo. Eres joven aún. La vida se basa en amores, unos logrados y otros fallidos, pero cada uno dejará una parte de él en ti, y ya sabes lo que dicen.
—Somos fragmentos de cualidades que admiramos -le contesté.
Esa frase la vi en un video hace años, nunca entendí su significado, se lo pregunté pero jamás me quiso explicar. Solo me decía que sabría el momento correcto para entenderla.