El Asesino De Dioses

Capitulo 18: La sangre de los elfos.

Durante el enfrentamiento de la trinidad del lobo contra el dios fauno, en los túneles altos de las entrañas pertenecientes al cráneo del colosal titán elemental, la segunda degollina que decidirá el destino de Lazarus se lleva acabo.

Las oscuras cavernas de paredes cubiertas de estalactitas, la paz eterna es perpetrada por constantes sismos y resplandores violetas que devoran toda sombra existente.

El largo, y ancho túnel en zigzag cual alargada anaconda, se desplaza la hechicera llamada María, al volar en acción evasiva a través del interior de la garganta rocosa, al huir de rayos dorados de energía calórica, tan veloces como balas que vuelan quemantes a través del sendero cilíndrico, repleto de altas estalactitas y estalagmitas como si fuesen voraces fauces de sanguijuela.

Los cortinajes de la capa y las largas trenzas de la guardiana ondean ante el viento rapaz, al esquivar cada uno de los disparos, que acaban impactando contra los pilares de roca.

El corazón de María bambolea acelerado en el interior de su pecho a punto de explotar, en un subidón de adrenalina que se expande por el torrente sanguíneo, entre corrientes estáticas de nerviosismo cernidas sobre su columna.

—¡No importa que tan rápido vueles, pequeña perra! ¡¡Usaré tu carne y tus entrañas de ofrenda a los dioses antiguos!!

Una vociferación de suprema malevolencia resuena entre los pilares, y produce un alto eco capaz de taladrar los tímpanos de María, haciéndola mirar de reojo a sus espaldas, y sus pupilas se dilatan al contemplar a Risha pasar entre los pilares en pleno vuelo, persiguiéndola de forma implacable.

El encarar a la druidesa, produce en la hechicera un sentimiento comparable a plantar cara a la muerte, y a pesar del miedo hacia el peligro latente.

En María alberga el objetivo de llevar la pelea, lo más lejos posible del enfrentamiento de sus aliados, y mantenerse en el aire, lo que limitaría el número de técnicas empleadas por la druidesa.

Si la guardiana cae, no pasará mucho tiempo para que la bruja vuelva a unirse al dios elemental, y eso será fin del juego para los guardianes de la orden del lobo.

La victoria reside en las manos de María, en ella caerá la diferencia decisiva entre la victoria y la derrota de los Templarios sobre los inhumanos; una cruel ironía.

—¡Puedes intimidarme todo lo que quieras, Risha! ¡Pero vas a lamentarlo! —desafía María en temple de hierro—. ¡No dejaré que culmines tu rebelión, a costa de la vida de millones!

—Ya escogiste un bando... ¡Tan idiota, y con una cabeza llena de piedras, como un Templario! Después de todo resultaste ser más humana que elfo... —exclama la bruja con firmeza—. Pero en los verdaderos elfos...

En un abrir y cerrar de ojos la druidesa logra volar a la par de María, y ambas intensas miradas por fin se cruzan y se ejecuta un alarido de batalla en la garganta de la acolita.

—¡¡Solo hay convicción!! —Risha acumula poder en su báculo, y dispara un torrente de energía a corta distancia, lo cual no daría tiempo a la hechicera de bloquear con su magia.

Inundada de ferviente coraje, la joven violeta gira su cuerpo como un trompo, y observa en cámara lenta, como aquella descarga dorada pasa por encima de su rostro, abordándola en oleadas de intenso calor.

Tras esquivar el asalto, en pleno vuelo la hechicera jala su cuerpo hacia atrás al tiempo que dispara una lluvia de proyectiles luminosos sobre su enemiga, la cual se cubre atrás de una alta estalagmita, que bloquea todo el daño en una explosión de granito y polvo.

Risha se impulsa hacia adelante, y golpea con su báculo el mismo pilar de piedra usado como cobertura con anterioridad.

Del mazazo precede un parpadeante círculo mágico sobre la envergadura rocosa, la cual se desmorona la parte central de la estructura, y lo convierte en múltiples estacadas disparadas cual ametralladora, cuyo objetivo es la guardiana en pleno vuelo evasivo

Durante el frenesí, uno de los proyectiles pasa al lado de la pierna de la hechicera, y desgarra tanto la tela protectora como la carne en un torrente de sangre, del que precede un quejido angustiante, al descender precipitosamente a punto de estamparse contra las rocas.

María cubre su cuerpo en una esfera de energía, que impacta sobre la tierra y amortigua el golpe.

Risha desciende sobre el suelo firme, y una corriente eléctrica emitida desde las plantas de los pies se extiende por el terreno, seguido de un efímero temblor en la tierra, y por debajo de la cúpula protectora de la hechicera se levanta un pilar bajo, vapuleándola y la manda a volar por los aires, como si fuese una pelota en donde le espera una estalagmita.

A pesar de la herida sangrante en el muslo, la hechicera concentra todas sus fuerzas en mantener la barrera mágica, agrietada tras ese golpe, lo que marca las venas en su frente y un hilo de sangre cae cuesta bajo de una de las fosas nasales hasta gotear de la barbilla.

Al chocar contra el pico, catapulta de nuevo a la hechicera devuelta al suelo, aun dentro de su campo de fuerza que ha acumulado un sin número de quebraduras, y al descender se desmorona en fragmentos vidriosos; es obvio que no soportaría otro impacto.

En una contramedida desesperada, la hechicera conjura un rayo bajo los pies con su mano, y atraviesa la esfera anulándola, al tiempo que estabiliza su vuelo en el aire. María no alcanza a tomar un suspiro, tras ver venir como Risha expulsa otro fogonazo solar de su cetro.

En un acto de puro reflejo, la guardiana vuelve a alzar su báculo y conjura una nueva defensa, dándose cuenta muy tarde de su error: no podría bloquear el ataque, tras no recuperarse del desgaste de los placajes.

El muro mágico es fácilmente destrozado, por el fogonazo envolvente en una fiera explosión y el báculo de media luna cae envuelto en humaredas, y rebota sobre la tierra; al tiempo que María desciende girando descontroladamente por los aires.




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