1
Las calles de Bakea eran poco transitadas, así que el automóvil del agente Wane apenas se detenía en las señales de auto-stop, él llevaba a Redmayer en el asiento del copiloto, observando por la ventana la vida rutinaria de los peatones.
— ¿A dónde vamos? —Cuestionó Whitemore.
—A la biblioteca pública.
Walter soltó una carcajada.
—Jaja el lugar más vacío de toda la ciudad ¿Correcto? —Comentó.
—En efecto. —Afirmó el agente.
2
Pasaron sólo un par de horas desde que Walter dejó el establecimiento, no había sucedido nada fuera de lo común, los clientes iban y venían.
—Dame una cerveza, por favor. —Comentó un sujeto bastante peculiar.
—Cerveza, trabajando. —Respondió Mickey.
— ¿Sabes si el barman tardará mucho en regresar? —Cuestionó.
—Se fue hace algunas horas, no sé si usted ya estaba aquí cuando pasó lo de los sujetos y las armas.
—Sí, me encontraba en una de las mesas a la orilla.
— ¿Lo necesita para algo en especial? Puedo darle un recado cuando vuelva.
—Es un asunto privado entre él y yo, preferiría esperarlo.
—Lo entiendo. —Respondió Michael colocando el tarro de cerveza sobre la barra.
—Gracias. —El sujeto tomó el tarro y caminó en dirección a la mesa donde estaba antes.
Había algo sospechoso en él, y Mickey sólo le apartaba la vista por momentos.
—He de estar alucinando… —Comentó Mickey para sí mismo. — Sólo espero que no sea otro de esos locos con pistolas.
3
El olor a libros viejos inundaba la paz y tranquilidad de la biblioteca, no había ningún lector a excepción de la bibliotecaria; una joven de cabello castaño que de vez en cuando lanzaba pequeñas miradas a los sujetos raros que se encontraban hablando mientras Las aventuras de Sherlock Holmes se encontraba abierto entre ambos.
—Es un buen libro. —Comentó Walter. — Lo leí cuando apenas tendría unos dieciséis años.
—Me parece excelente, Sr. Redmayer. Pero no hemos venido aquí porque seamos precisamente unos apasionados lectores.
—Entonces comience por las preguntas, agente. Soy un libro abierto.
El agente sacó una libreta de notas, un bolígrafo y colocó una grabadora en el centro de la mesa la cual comenzó a grabar antes de que él hablara.
—Repasemos: Joven de veintinueve años de edad, viviendo solo en un modesto departamento, apenas sobreviviendo con un salario mínimo y un horario de doce horas diarias. Jamás fue a la escuela, no hay registros de casas anteriores. Usted no existía hace un par de años.
—Tiene toda la razón…agente. Yo no existía hace un par de años, yo no era nada hace un par de años, ahora seré una persona con una vida miserable…pero, me atrevo a decir que ésta vida es mejor que la anterior ¿Tiene usted idea, agente…? —Comentó Walter observándolo fijamente a los ojos. — ¿…Del agujero de mierda donde salí?
El agente Wane guardó silencio a sabiendas de que su respuesta no se acercaría en lo más mínimo.
—Claro que no, señor. —Dijo en voz baja Whitemore. — Imagínese a un pequeño niño de cinco años, huérfano, viviendo de la basura de restaurantes y durmiendo en una pequeña casa de cartón que se desarmaba sola por las noches. Aquel niño peleaba constantemente con perros que pasaban por la misma situación que él, peleaba por la comida. Un niño sin nombre ni apellido.
—Uno de tantos… —Comentó el agente Marcus.
—Uno de tantos. —Afirmó Walter. — Pero aquel niño era inteligente, señor, había planeado rutas y horarios para obtener la comida cuando apenas iban a tirarla y así comerla en un plato, caliente. Sabía en qué esquinas pararse para pedir dinero. Las personas hablaban, porque siempre hablan ¿No es así? Frases como: “Pobre niño ¿Por qué sus papás le obligarán a hacer tal cosa?” “Debería de estar en su casa” “Debería de estar estudiando” Y el pequeño realmente no comprendía aquellas palabras. Hasta que fue creciendo y comprendió qué eran padres, lo que era tener una casa, y sobre todo…comprendió qué eran los estudios ¿Me sigue?