El astro olvidado

El astro olvidado

El astro olvidado 

 

El astro Sol y la ninfa de la luna, Arastea, habían engendrado a 8 astros y a un ángel. Cada astro representaba un color presente en el arco iris, a excepción de uno, el cual era de color blanco.

 

Todos los hermanos, el ángel e incluso sus propios padres trataban a este último astro como inferior. Incluso le habían susurrado una y otra vez a diferentes humanos que no debían de adorarlo, que no merecía la pena.

 

Cansado de sentirse inferior y humillado, el astro blanco Lavan, decidió bajar a la Tierra en forma de humano a pesar de pagar el precio de no habitar los hermosos cielos.

 

<<Si tan pequeño es mi poder y tan irrelevantes mi condición qué más da, como ser humano podré sentirme al mismo nivel que los demás, y, mínimamente valioso>> pensó.

 

El blanco astro ya en la Tierra hizo aparición como un hombre bello de pelo rubio y ojos azules. 

 

Sucedió que al poco tiempo el astro terminó encontrándose con un antiguo amuleto tirado sobre la hierba en una montaña. Ese mismo día el muchacho fue de vuelta al pueblo donde había logrado vivir gracias al oro que había bajado del cielo, su antiguo hogar.

 

Por el camino se encontró con que un niño había perdido a su mascota pato. Ni los padres, ni los abuelos lo encontraban. Habían estado muchos días angustiados buscando al animal, pues sería lo que les iba a dar de comer.

 

Nada más aparecer nuestro protagonista en escena y saber sobre el asunto, le comentó al niño y a su familia: 

 

-No os preocupéis lo encontraré,

 

La familia lo miró con escepticismo.

 

-¿Y tú que tienes de especial?- preguntó casi ofendida la abuela.

 

El astro se hubiera sentido inseguro si no fuera porque recordó que:

 

-Soy un humano, como vosotros, un buen humano. Hallaré lo que buscáis tanto como he hallado una nueva vida.

 

Lavan entonces, se puso manos a la obra y, nada más mirar detrás del árbol más cercano, encontró al pato, el cual, estaba metido en un agujero del tronco. Ni el propio astro lo creía.

 

La familia, emocionada, le dió las gracias. A modo  de disculpas, la abuela le regaló unos pinceles a Lavan.


 

Al poco tiempo, en una noche donde le invadía la melancolía, el muchacho miraba al cielo recordando el astro que había sido. En ello miró los pinceles que tenía guardados al lado de su cama.

 

<<Si tan solo pudiera ser un pintor del cielo… Así me gustaría ser como humano…>>

 

Al día siguiente, caminando por el pueblo, un señor se le acercó:

 

-Disculpe caballero- dijo- el otro día lo vi mirando al cielo y por lo que me contó una anciana del pueblo usted posee pinceles.

 

-Oh disculpe, no sé pintar- respondió Lavan.

 

-Pues por eso deseo invitarlo a mi taller, no tendrá que pagarme, pues se rumorea que ya ha ayudado a muchas personas a encontrar sus objetos perdidos. Es usted una buena persona, quizás es hora de que usted encuentre su talento.

 

Lo que este señor decía era cierto y el antiguo astro quedó totalmente emocionado y sorprendido.


 

Al cabo de unos meses, mientras se encontraba en el mercado, al muchacho le pasó algo más extraño de lo habitual. Fue capaz de leer la mente de alguien que pretendía robar. En eso, se acercó al hombre e impidió su robo. La gente no entendía por qué se había abalanzado contra un hombre, supuestamente, inocente.

 

Seguro de sí mismo, Lavan sacudió las ropas del varón y de ellas salieron muchísimos objetos de valor. Todo el mundo que estaba a su alrededor comenzó a aplaudir a Lavan. Este se sintió profundamente feliz

 

Sin embargo, más tarde, en su hogar, después de todas sus extrañas y afortunadas vivencias, el antiguo astro empezó a sentirse como un impostor.

 

<<Es obra del amuleto>> pensó. 

 

Finalmente lo que había logrado que le erigieran una estatua de adoración había sido el saber dominar el fuego cuando estaba sucediendo un incendio en el pueblo.

 

La gente lo comenzó a tratar como un dios muy poderoso, pero a pesar de ello, huyó del pueblo, pues, estaba convencido de que todo era fruto del amuleto, no de él. Se sentía indigno.


 

Durante su propio exilio, se encontró entonces a todos sus hermanos rodeando una joven sacerdotisa gnóstica, Catalina. Ella había logrado la juventud eterna

 

-¡Ese es nuestro hermano!- gritó el astro verde, contento.

 -¡Eso es!- eclamó el astro amarillo también con una cara de júbilo.

 

El muchacho enseguida comprendió por qué de repente sus hermanos lo tomaban en serio.

 

-Te necesitamos- dijo la sacerdotisa- Tu hermano, el ángel, está atrapado en una guerra contra unos demonios.

 

-Hacedlo sin mí- respondió Lavan indignado.

 

-¡No, para este ritual necesitamos a todos los hijos del Sol!- comentó Catalina- No es casualidad que estés aquí

 

El que había sido el astro blanco estaba ya caminando en sentido contrario cuando la sacerdotisa gritó de nuevo:

 

-¡Sé que ahora tienes un gran poder!

 

El astro apretó la mano en la que tenía guardado el amuleto.

 

-No es a mí a quién buscáis es a esto- respondió mostrando el amuleto.

 

Catalina se río pues conocía bien el artilugio.

 

-No está ni activado- comentó.

 

Los hermanos de Lavan lo miraban escépticos, no creían que de repente al hermano al que infravaloraban fuera a traer un gran poder realmente.

 



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En el texto hay: fantasia, astros, magia

Editado: 31.05.2023

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